Como Anillo al Dedo
Cómo Alexei Navalny ha cambiado Rusia
Por Andrei Soldatov e Irina Borogan | Política Exterior
Putin no puede silenciar el movimiento del líder opositor, aunque su muerte deja un vacío difícil de llenar. Navalny era la figura más reconocible, influyente y unificadora de Rusia en décadas.
El anuncio de la muerte del líder opositor ruso Alexéi Navalny en una remota colonia penal rusa conmocionó a los observadores del país. Navalny, el crítico más intrépido del presidente ruso, Vladímir Putin, y de la corrupción generalizada de su círculo íntimo, había estado cumpliendo una condena draconiana de 19 años por extremismo. De hecho, era muy poco probable que saliera en libertad mientras Putin siguiera en el poder. Pero, al parecer, ni siquiera eso fue suficiente. Según el servicio penitenciario ruso, Navalny se desplomó tras un breve paseo por el patio de la prisión, perdió el conocimiento y murió poco después. Aún no han trascendido los detalles de su muerte, pero en una rueda de prensa el viernes, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, expresó la opinión en la que coinciden observadores en Rusia y en todo el mundo: “Putin es el responsable”.
Por descarada y atroz que sea, la decisión de Putin de matar a Navalny no debería sorprender. Para el presidente ruso, silenciarlo de una vez por todas tiene mucho sentido, aunque los asesores del Kremlin traten de negarlo. Después de todo, Navalny era un maestro de las redes sociales que a menudo había logrado vencer al Kremlin en su propio juego informativo, al exponer terribles abusos y fechorías del régimen de Moscú y transmitirlos a millones de personas a través de YouTube y otras plataformas, incluso cuando el gobierno hizo todo lo posible para silenciarlo. En diciembre de 2020, incluso consiguió una confesión de sus propios presuntos asesinos, que habían fracasado de manera vergonzosa en su intento de envenenarlo en un vuelo de Tomsk (Siberia) a Moscú en agosto de 2020.
Aún más peligrosa era la extraordinaria popularidad de Navalny, que desafiaba los límites. A diferencia de cualquier otra figura de la oposición rusa desde que Putin llegó al poder hace casi un cuarto de siglo, Navalny fue capaz de forjar una amalgama de seguidores que iba mucho más allá de las élites urbanas de Rusia.
Llegó a personas de todos los rincones de la nación, incluidos obreros e ingenieros informáticos, así como liberales y profesionales. Sus partidarios eran a menudo igual de fervientes dentro y fuera del país. Y era especialmente bueno movilizando a jóvenes rusos que, de otro modo, podrían haberse alejado por completo de la política.
Para la sociedad rusa, confundida, deprimida y asediada de manera constante por un régimen cada vez más represivo, Navalny era una figura unificadora. Aunque las autoridades rusas lo aislaron en niveles de confinamiento cada vez más restrictivos desde su detención a su regreso a Rusia en 2021, mantuvo esa posición hasta el momento de su muerte. El fallecimiento de Navalny marca un nuevo y oscuro paso en la despiadada búsqueda de poder por parte de Putin. Pero también plantea un duro desafío para la oposición rusa, que ahora debe averiguar cómo mantener la unidad que él creó y aprovechar el movimiento que dejó atrás.
Cien pueblos y ciudades
Navalny no era un profeta, pero en la última década él y una creciente legión de seguidores encontraron una forma poco común de superar los obstáculos políticos que la oposición liberal rusa había considerado insalvables durante mucho tiempo. Desde la década de 1990, los liberales rusos parecían haber sido maldecidos con la realidad de que solo en las ciudades más grandes de Rusia –lugares como Moscú y San Petersburgo– se escuchaban sus demandas de reformas democráticas. Solo en estos entornos urbanos había poblaciones de mentalidad liberal que se preocuparan por crear instituciones liberales y contrapesos democráticos. El resto del país no entendía lo que era la democracia.
Putin, como casi todos los líderes autocráticos de Moscú antes que él, desde los zares hasta Stalin, ha promovido durante mucho tiempo esta división. Según el Kremlin de Putin, la “Rusia real” –el país más allá de las grandes ciudades– no entendía las libertades occidentales. Para estos rusos de a pie, el liberalismo significaba anarquía y, por esta razón era demasiado pronto para darles derechos al estilo occidental. Los liberales estaban desconectados de su propio país. Una y otra vez, esta narrativa oficial –y los relativamente escasos seguidores de los reformistas liberales– se utilizó como prueba de que los rusos no estaban preparados para la democracia. Así comenzó la estrategia de Putin de “democracia gestionada”; solo un hombre fuerte en la cima que entendiera el país era capaz de hacer reformas.
Hasta cierto punto, la experiencia real de Rusia desde los últimos años del comunismo hasta la década de 2010 parecía respaldar la historia del Kremlin. Durante los años de la perestroika en la década de 1980, por ejemplo, el movimiento democrático se concentró en gran medida en las grandes ciudades. Y cuando la Unión Soviética finalmente se derrumbó, solo el partido democrático Yabloko consiguió construir una red más amplia en otras partes de Rusia. Pero incluso Yabloko fue incapaz de atraer a más del 20% de los votantes en su punto álgido en la década de 1990. Tras la llegada de Putin al poder, la actividad democrática regional disminuyó rápidamente, lo que pareció confirmar una vez más que los liberales rusos, aislados en sus grandes ciudades, estaban desconectados de las necesidades e intereses del resto del vasto país.
«El opositor fue capaz de forjar una amalgama de seguidores que iba mucho más allá de las élites urbanas de Rusia»
Navalny fue la primera figura de la oposición que consiguió romper esta narrativa. Combinando su habilidad en el uso de las redes sociales y la destreza de un abogado para sacar a la luz pruebas procesales precisas con dotes innatas como comunicador y un agudo sentido de las cuestiones que más preocupan al ciudadano común, Navalny fue capaz de atacar al régimen de Putin de maneras que habían eludido los liberales más convencionales. Consideremos la reacción al documental de Navalny publicado en YouTube en 2017, “Don’t Call Him Dimon” (No le llames Dimon), que exponía con meticuloso detalle la corrupción rampante del primer ministro ruso y estrecho colaborador de Putin, Dmitri Medvédev. La película viral ayudó a Navalny a organizar protestas en alrededor de 100 ciudades y pueblos de toda Rusia ese año, y en 2023 había sumado más de 45 millones de visitas en YouTube. Esta red nacional de seguidores de Navalny, de la que nunca habían dispuesto otras figuras de la oposición, le permitió destruir la presunción del Kremlin de que él no era más que otro liberal solitario en una torre de marfil en Moscú ideando reformas inverosímiles.
Jóvenes rusos
Pero el poder de Navalny fue mucho más allá de su mensaje nacional. En 2015, tras la anexión rusa de Crimea, había un consenso cada vez mayor de que la propaganda de Putin había tenido éxito en gran medida entre la juventud rusa, que era demasiado joven para recordar las fugaces y tumultuosas reformas democráticas de la década de 1990 y nunca había conocido realmente la democracia. A lo largo de años de adoctrinamiento y poder vertical, se asumió que el Kremlin de Putin había apartado por completo de la política a esta generación emergente. Dejad la política para nosotros, los profesionales, se decía, y os dejaremos disfrutar de los beneficios de los altos precios del petróleo, los lujos occidentales y un nivel de vida en alza.
La organización de Navalny, la FBK, o Fundación Anticorrupción, rompió ese mito. Multitudes de adolescentes se unieron a las protestas de Navalny y se convirtieron en una de las principales fuerzas del movimiento. En 2017, una foto de un policía ruso intentando bajar a dos chicos de una farola en la plaza Pushkin, en el centro de Moscú, se convirtió en un símbolo para los seguidores de Navalny en todo el país. Navalny no solo construyó una organización política de oposición nacional por primera vez en la historia postsoviética de Rusia, una organización que tenía una vasta presencia regional y atraía a múltiples estratos de la sociedad rusa. También cautivó a la juventud rusa de un modo que el Kremlin no pudo, lo que supuso una amenaza real para la supervivencia del régimen a largo plazo. Y todo esto lo consiguió frente a una represión cada vez más dura, tanto encubierta como abierta, por parte de las autoridades rusas.
Quizá el elemento más crucial de la presencia unificadora de Navalny fueron las redes sociales, que su organización aprovechó continuamente, incluso después de su detención en 2021. El equipo de Navalny demostró ser sorprendentemente hábil para superar continuamente los desafíos tecnológicos a la actividad política en la Rusia de Putin. La imparable presencia de Navalny en las redes sociales cobró especial importancia tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, cuando el Kremlin tomó medidas para silenciar o exiliar a todas las fuerzas de la oposición.
Las detenciones masivas llevadas a cabo por las autoridades rusas al comienzo de la guerra dejaron claro que cualquier actividad de oposición política en el país sería imposible. Sin embargo, al mismo tiempo, los periodistas rusos que se habían exiliado continuaron comprometidos con los rusos que estaban en el país, a pesar de la censura en internet. El éxito fue sorprendente: millones de rusos siguen confiando en los periodistas rusos en el exilio para obtener información precisa sobre acontecimientos cruciales en la guerra de Ucrania, o sobre revueltas internas como la rebelión de Yevgueni Prigozhin en 2023.
«Millones de personas en Rusia siguen confiando en los periodistas rusos en el exilio para obtener información precisa»
En el centro de este giro hacia el periodismo digital, sin embargo, estaba el enfoque que Navalny había perfeccionado durante la década anterior. Al comenzar la guerra, los activistas de la oposición en el exilio descubrieron y adoptaron muchas de las estrategias de la organización de Navalny. Pronto, todos los grupos de la oposición rusa se habían trasladado a YouTube y Telegram, al seguir así el uso exitoso que el equipo de Navalny había hecho de estas plataformas, incluso cuando el propio Navalny había estado exiliado en Alemania, tras su envenenamiento. Estas plataformas se convirtieron rápidamente en el verdadero hogar de la oposición rusa, al dar servicio a los rusos tanto en el país como en su ahora vasta diáspora con análisis, investigaciones y cobertura de noticias diarias que se habían vuelto completamente inaccesibles en los medios oficiales rusos.
Un movimiento desatado
Incluso después de su detención, el nombre de Navalny siguió ocupando un lugar central en la agenda de la oposición, no solo porque era la figura de la oposición más reconocible, sino también porque contaba con un apoyo unificado, tanto dentro como fuera del país. De hecho, muchos de sus partidarios se habían opuesto a su decisión de regresar a Rusia en 2021, al entender que, en esencia, volvía a la cárcel. Necesitaban un líder al que escuchar y lo querían fuera. Pero incluso desde la cárcel encontró la forma de comunicarse con ellos, lo que sin duda irritó aún más al Kremlin.
En cierto modo, la muerte de Navalny supone la culminación de años de esfuerzos del Estado ruso por eliminar todas las fuentes de oposición. Durante más de dos décadas, Putin ha hecho del asesinato político una parte esencial de las herramientas del Kremlin. Es un método que ha utilizado contra activistas como la periodista Anna Politkóvskaya y el delator Alexander Litvinenko. Lo ha utilizado contra sus oponentes políticos Boris Nemtsov, asesinado a tiros cerca del Kremlin en 2015, y Vladímir Kara-Murza, envenenado dos veces y ahora en prisión. Navalny, que había sobrevivido a anteriores intentos de asesinato, era un objetivo aún mayor.
Pero incluso ahora, es poco probable que las fuerzas que desató Navalny desaparezcan. Su muerte es un golpe terrible para los rusos anti-Putin. Será difícil encontrar un sucesor que pueda unificar a la oposición de la misma manera, aunque la tarea es apremiante, ya que será crucial para la oposición rusa tener voz e influencia en un futuro post-Putin. Pero Navalny ha dejado su organización y sus seguidores, y eso es lo que importa. Esa gente no se va a ir a ninguna parte, y puede que ahora sean más que nunca.
aranza
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