Del Dicho al Hecho
Así debería ser la Rusia posterior a Putin: Alexei Navalny
Alexei Navalny, The Washington Post
El líder de la oposición rusa, Alekséi Navalni, cumple una condena de nueve años en una colonia penal de máxima seguridad. Este ensayo fue transmitido a The Washington Post por su equipo legal.
¿Cómo sería un final atractivo y realista de la guerra criminal desatada por el presidente ruso, Vladimir Putin, contra Ucrania?
Si examinamos las principales cosas que dijeron los líderes occidentales sobre este tema, el resultado final sigue siendo: Rusia (Putin) no debe ganar esta guerra. Ucrania debe seguir siendo un Estado democrático independiente capaz de defenderse.
Esto es correcto, pero es una táctica. La estrategia debe ser garantizar que Rusia y su gobierno, de forma natural, sin coerción, no quieran iniciar guerras y no las encuentren atractivas. Esto, sin duda alguna, es posible. En este instante, el impulso por medidas agresivas proviene de una minoría en la sociedad rusa.
En mi opinión, el problema con las tácticas actuales de Occidente radica no solo en la vaguedad de su objetivo, sino en el hecho de que ignoran una pregunta clave: ¿Cómo se verá Rusia una vez que se hayan logrado los objetivos tácticos? Incluso si se alcanzara el éxito, ¿dónde está la garantía de que el mundo no termine frente a un régimen aún más agresivo, atormentado por el resentimiento y las ideas imperiales que poco tienen que ver con la realidad? ¿Con una economía castigada por las sanciones pero todavía enorme, en un Estado de movilización militar permanente? ¿Y con armas nucleares que garanticen la impunidad de todo tipo de provocaciones y aventurerismo internacional?
Es fácil predecir que incluso en el caso de una dolorosa derrota militar, Putin seguirá declarando que no perdió ante Ucrania sino ante “la OTAN y todo Occidente”, cuya agresión se desató para destruir a Rusia.
Y luego, recurriendo a su habitual repertorio posmoderno de símbolos nacionales —desde iconos y banderas rojas hasta Dostoyevski y el ballet— Putin prometerá crear una fuerza militar tan fuerte y unas armas con tal poder sin precedentes, que Occidente lamentará el día que decidió desafiarnos, y el honor de nuestros grandes antepasados será vengado.
Y luego veremos un nuevo ciclo de conflicto híbrido y provocaciones, que al final se intensificarán y se convertirán en nuevas guerras.
Para evitar esto, el tema de la Rusia posguerra debe convertirse en el tema central —y no solo un elemento sobre los demás— de quienes luchan por conseguir la paz. No se pueden lograr objetivos a largo plazo sin un plan que garantice que la fuente de los problemas deje de crearlos. Rusia debe dejar de ser un instigador de la agresión y la inestabilidad. Eso es posible, y es lo que debe considerarse como una victoria estratégica en esta guerra.
Hay varias cosas importantes que le están sucediendo a Rusia que deben comprenderse. Primero, tener celos de Ucrania y sus posibles éxitos es una característica innata del poder postsoviético en Rusia; fue también algo característico del primer presidente ruso, Boris Yeltsin. Pero desde el comienzo del mandato de Putin, y en especial después de la Revolución Naranja que comenzó en 2004, el odio hacia la preferencia europea de Ucrania, y el deseo de convertirlo en un Estado fallido, se han vuelto una obsesión perenne no solo para Putin sino para todos los políticos de su generación.
Controlar Ucrania es el artículo de fe más importante para todos los rusos con tendencias imperiales, desde funcionarios hasta ciudadanos comunes. En su opinión, la combinación de Rusia con una Ucrania subordinada equivale a “un renacimiento de la URSS y el imperio”. Desde esta visión, una Rusia sin Ucrania es solo un país sin posibilidades de dominar el mundo. Todo lo que obtenga Ucrania es algo que le han quitado a Rusia.
En segundo lugar, la concepción de la guerra no como una catástrofe sino como una maravillosa forma de resolver todos los problemas no es solo una filosofía del alto mando de Putin, sino una práctica confirmada por la vida y la evolución. Desde la Segunda Guerra Chechena, que convirtió al entonces poco conocido Putin en el político más popular del país, y luego la guerra en Georgia, la anexión de Crimea, la guerra en el Dombás y en Siria, la élite rusa en los últimos 23 años ha aprendido reglas que nunca han fallado: la guerra no es tan costosa, resuelve todos los problemas políticos internos, dispara la aprobación pública a las nubes, no perjudica particularmente la economía y —lo más importante— los ganadores no rinden cuentas. Tarde o temprano, alguno de los líderes occidentales en constante cambio vendrá a nosotros para negociar. No importa cuál sea su motivación —la voluntad de sus votantes o el deseo de recibir el Premio Nobel de la Paz—, lo que importa es que si muestras la persistencia y la determinación adecuada, Occidente vendrá a hacer las paces.
No olvidemos que hay muchas figuras en la política en Estados Unidos, el Reino Unido y otros países occidentales que han sido derrotados y han perdido terreno debido a su apoyo a una u otra guerra. En Rusia simplemente no existe tal fenómeno. Aquí, la guerra siempre gira en torno a las ganancias y el éxito.
En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la esperanza de que el remplazo de Putin con otro miembro de su élite cambie fundamentalmente esta visión sobre la guerra, y en especial la guerra por el “legado de la URSS”, es cuando menos ingenua. Las élites simplemente saben por experiencia que la guerra funciona, y funciona mejor que cualquier otra cosa.
Quizás el mejor ejemplo de esto sea Dmitri Medvédev, el expresidente en quien Occidente depositó demasiadas esperanzas. Hoy en día, este gracioso Medvédev, a quien alguna vez se le llevó a que hiciera un recorrido por la sede de Twitter, pronuncia declaraciones tan agresivas que parecen salidas de una caricatura de Putin.
En cuarto lugar, la buena noticia es que la sanguinaria obsesión con Ucrania no está tan propagada fuera de las élites del poder, a pesar de las mentiras que puedan decir los sociólogos progobierno.
La guerra incrementa el índice de aprobación de Putin ya que supermoviliza a la parte de la sociedad con mentalidad imperial. La agenda noticiosa está totalmente consumida por la guerra; los problemas internos pasan a un segundo plano: “¡Bravo! ¡Estamos de vuelta, somos geniales, están ajustando cuentas junto a nosotros!”. Sin embargo, los agresivos imperialistas no tienen un dominio absoluto. No constituyen una sólida mayoría de votantes, e incluso ellos siguen requiriendo de un suministro constante de propaganda para sostener sus creencias.
De lo contrario, Putin no habría tenido que definir la guerra como una “operación especial” ni enviado a la cárcel a quienes emplean la palabra “guerra”. (No hace mucho, un miembro de un consejo de distrito de Moscú fue condenado a siete años de prisión por esto). No habría tenido miedo de enviar reclutas a la guerra y no se habría visto obligado a buscar soldados en las prisiones de máxima seguridad, como está haciendo en la actualidad. (Varias personas fueron “reclutadas al frente de guerra” directamente de la colonia penal en la que me encuentro).
Sí, la propaganda y el lavado de cerebro logran un efecto. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que la mayoría de los residentes de las principales ciudades como Moscú y San Petersburgo, así como votantes jóvenes, critican la guerra y la histeria imperialista. El horror del sufrimiento de ucranianas y ucranianos, y la brutal matanza de inocentes, resuenan en el alma de estos votantes.
Por lo tanto, podemos afirmar lo siguiente: la guerra con Ucrania fue iniciada y librada, por supuesto, por Putin, en un esfuerzo por resolver sus problemas políticos internos. Sin embargo, el verdadero partido de la guerra es toda la élite y el propio sistema de poder, el cual es un autoritarismo ruso de tipo imperial que se autoreproduce de forma incesante. La agresión externa de cualquier forma, desde la retórica diplomática hasta la guerra abierta, es su modo de operación predilecto, y Ucrania es su objetivo preferido. Este autoritarismo imperial autogenerado es la verdadera maldición de Rusia y la causa de todos sus problemas. No logramos deshacernos de él, a pesar de las oportunidades que de forma regular nos ha brindado la historia.
Rusia tuvo la oportunidad más reciente de este tipo después del fin de la URSS, pero tanto el pueblo democrático dentro del país como los líderes occidentales en ese momento cometieron el monstruoso error de aceptar el modelo —propuesto por el equipo de Boris Yeltsin— de una república presidencial con enormes poderes para el líder. En aquel momento, darle mucho poder a un buen tipo parecía una medida lógica.
Pero pronto sucedió lo inevitable: el buen tipo se volvió malo. Para empezar, él mismo comenzó una guerra (la guerra de Chechenia), y luego, sin elecciones normales ni procedimientos justos, le entregó el poder a los cínicos y corruptos imperialistas soviéticos liderados por Putin. Estos han causado varias guerras e innumerables provocaciones internacionales, y hoy atormentan a una nación vecina, en la que cometen crímenes espantosos que ni muchas generaciones de ucranianos ni nuestros propios hijos nos perdonarán.
En los 31 años que han pasado desde el colapso de la URSS, hemos sido testigos de un patrón claro: los países que eligieron el modelo de república parlamentaria (los países bálticos) están prosperando y se han unido con éxito a Europa. Los que eligieron el modelo presidencial-parlamentario (Ucrania, Moldavia, Georgia) se han enfrentado a una inestabilidad persistente y han progresado poco. Los que optaron por un fuerte poder presidencial (Rusia, Bielorrusia y las repúblicas de Asia Central) han sucumbido al autoritarismo rígido, y la mayoría han quedado enzarzados de forma permanente en conflictos militares con sus vecinos, mientras sueñan despiertos con sus propios pequeños imperios.
En resumen, una victoria estratégica significa devolver a Rusia a esta coyuntura histórica clave y dejar que el pueblo ruso tome la decisión correcta.
El futuro modelo de Rusia no es un “poder fuerte” y una “mano firme”, sino la armonía, el acuerdo y la consideración de los intereses de toda la sociedad. Rusia necesita una república parlamentaria. Esa es la única manera de detener el ciclo interminable del autoritarismo imperial.
Se podría argumentar que una república parlamentaria no es una panacea. Después de todo, ¿quién va a impedir que Putin o su sucesor ganen elecciones y obtengan el control total del Parlamento?
Por supuesto, incluso una república parlamentaria no ofrece una garantía al 100%. Bien podríamos estar presenciando la transición al autoritarismo de la India parlamentaria. Tras la usurpación del poder, la Turquía parlamentaria se ha estado transformando en una nación presidencial. Paradójicamente, el núcleo del club de fans europeo de Putin se encuentra en la Hungría parlamentaria.
Además, la propia noción de “república parlamentaria” es demasiado amplia.
Sin embargo, creo que esta cura nos ofrece algunas ventajas cruciales: una reducción radical del poder en manos de una sola persona, la formación de un gobierno por mayoría parlamentaria, un sistema judicial independiente, un aumento significativo de los poderes de las autoridades locales. Este tipo de instituciones nunca han existido en Rusia y las necesitamos desesperadamente.
Y en cuanto al posible control total del Parlamento por parte de la coalición de Putin, la respuesta es simple: una vez que se le permita votar a la oposición real, eso será imposible. ¿Qué quizás obtengan una gran facción? Sí. ¿Una coalición mayoritaria? Tal vez. ¿Control total? Definitivamente no. Hoy por hoy, demasiadas personas en Rusia están interesadas en tener una vida normal, no en el espectro de las ganancias territoriales. Y cada año hay más personas así. Simplemente no tienen a nadie por quién votar en la actualidad.
Ciertamente, cambiar el régimen de Putin en el país y elegir el camino del desarrollo no son asuntos de Occidente, sino un trabajo para la ciudadanía de Rusia. Sin embargo, Occidente, que ha impuesto sanciones tanto a Rusia como Estado como a algunas de sus élites, debería dejar lo más clara posible su visión estratégica de Rusia como una democracia parlamentaria. De ninguna manera debemos repetir el error de la cínica estrategia de Occidente en la década de 1990, cuando a la élite postsoviética prácticamente se le dijo: “Hagan lo que quieran allí; solo tengan cuidado con sus armas nucleares y suminístrenos petróleo y gas”. De hecho, incluso hoy escuchamos voces cínicas que dicen cosas similares: “Que simplemente retiren las tropas y hagan lo que quieran a partir de ahí. La guerra terminó, la misión de Occidente se ha cumplido”. Esa misión ya se “cumplió” con la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, y el resultado es una guerra total en Europa en 2022.
Esta es una estrategia simple, honesta y justa: el pueblo ruso es, por supuesto, libre de elegir su propia vía al desarrollo. Pero los países occidentales son libres de elegir el formato de sus relaciones con Rusia, de levantar o no las sanciones, y definir el criterio para tales decisiones. El pueblo ruso y la élite rusa no necesitan ser obligados. Lo que necesitan es una señal clara y una explicación de por qué ese camino es mejor. De forma crucial, la democracia parlamentaria es también una opción racional y atractiva para muchas de las facciones políticas que rodean a Putin. Les ofrece la oportunidad de mantener la influencia y la lucha por el poder mientras se les garantiza que no serán destruidos por un grupo más agresivo.
La guerra es una corriente incesante de decisiones cruciales y urgentes influenciadas por factores en constante cambio. Por lo tanto, si bien felicito a los líderes europeos por su continuo éxito en su apoyo a Ucrania, los insto a no perder de vista las causas fundamentales de la guerra. Lo que amenaza la paz y la estabilidad en Europa es el agresivo autoritarismo imperial, infligido sin cesar por Rusia sobre sí misma. La Rusia después de la guerra, al igual que la Rusia post-Putin, estará condenada a volverse beligerante y putinista nuevamente. Esto será inevitable mientras se mantenga la forma actual de desarrollo del país. Solo una república parlamentaria puede evitar esto. Es el primer paso para transformar a Rusia en un buen vecino que ayude a resolver problemas en lugar de crearlos.
Jamileth