Muy Oportuno

¿Quien no es rico hoy en día? 

2024-07-24

La sociedad del bienestar es todo lo contrario al Reino de Dios, ya que nos hace creemos...

Por | Néstor Mora Núñez

¿Quién nuestra sociedad postmoderna no es rico? Los que no somos ricos financieros, lo somos de soberbia o de autosuficiencia. Tener el dinero justo para sobrevivir en el día a día no implica que no nos creamos merecedores de todo tipo de derechos y merecimientos. Hay quien se siente tan rico de sí mismo, que no acepta que puede equivocarse y tener culpa de ello.

La sociedad del bienestar es todo lo contrario al Reino de Dios, ya que nos hace creemos autosuficientes y capaces de sobrellevar todo lo que nos acontezca. Clemente de Alejandría nos habla del joven rico y crean que es fácil vernos reflejados en él:

Este joven aunque cree que nada le falta a su virtud, sabe que todavía le falta la vida. Por eso viene pedírselo a aquel que puede concedérselo. Está seguro de estar en regla con la Ley; sin embargo implora al Hijo de Dios. De una fe pasa a otra fe. Las amarras de la Ley no lo defendían bien de los vaivenes; inquieto, deja este amarre peligroso y viene para echar el ancla al puerto del Salvador. Jesús no le reprocha por haber faltado a algún artículo de la Ley, sino que le mira con cariño (Mc 10,21), emocionado por esta aplicación de buen alumno. No obstante lo declara todavía imperfecto: es buen obrero de la Ley, pero perezoso para la vida eterna.

Esta palabra "si quieres" muestra admirablemente la libertad del joven; sólo depende de él escoger, es dueño de su decisión. Pero es Dios quien da, porque es el Señor. Da a todos los que la desean y emplean todo su ardor y ruegan, con el fin de que la salvación sea su propia elección. Enemigo de la violencia, Dios no fuerza a nadie, sino que ofrece la gracia a los que la buscan, se la ofrece a los que lo piden, abre a los que llaman (Mt 7,7). (Clemente de Alejandría, Homilía "¿Puede salvarse el rico?", 8-9)

¿Tenemos miedo a perder algo al decir SÍ a Cristo? ¿Desconfiamos en que el Señor irá guiando nuestros pasos? ¿Esperamos el aplauso y lo vítores de la sociedad o la mano del Señor? ¿Dónde está la humildad que nos permite sentir la necesidad de perdón y ayuda de Dios?

Alejarse de Cristo, como el joven rico, conlleva la incapacidad de pedir perdón al Señor por nuestra incapacidad y esperar que El nos ayude a levantarnos, con su gracia. Sólo quien solicita el perdón es perdonado y ayudado por Dios. Quien se da la vuelta ante el ofrecimiento de Cristo, sintiendo que ha cumplido todo lo ordenado, no puede recoger el don que Dios tiene guardado para él.

Decía el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que nuestro siglo está marcado por la crisis del perdón: "Me parece, en efecto, que el núcleo de la crisis espiritual  de nuestro tiempo tiene sus  raíces en el eclipse de la gracia  del  perdón. En efecto, el hombre no puede soportar la pura y simple moral, no puede vivir de ella; se convierte para él en una «ley» que provoca el deseo de contradecirla y genera el pecado. Por eso donde el perdón, el verdadero perdón lleno de eficacia, no es reconocido y no se cree en él, hay que tratar la moral de tal modo que las condiciones de pecar no puedan nunca verificarse propiamente para el individuo.  A  grandes  rasgos  puede  decirse  que  la  actual  discusión  moral  tiende  a librar a los hombres de la culpa".

Una sociedad que desecha la culpa, no puede acceder a la cura de las heridas de la riqueza, la soberbia o la autosuficiencia. Una sociedad que se cree todopoderosa, se tiene a sí misma como becerro de oro a quien adorar. Estamos tan admirados por lo portentosa que es la sociedad que somos incapaces de darnos cuenta de la forma en que esclaviza y maltrata.

Hay tres palabras casi imposibles de pronunciar y la última es la que más bien nos hace: perdón. Perdón a quienes hacemos daño. Perdón a nosotros mismos, por nuestra pereza y desidia. Perdón a Dios por todo aquello en lop que erramos y en lo que evidenciamos que necesitamos de Su Gracia.

Si nuestra sociedad postmoderna, atomizada, autosuficiente y llena de envidias, no descubre el don del perdón, viviremos aplastados por los pesados fardos en los que llevamos nuestros errores.

Después nos sorprendemos cuando vemos todo el dolor que producimos y toda la insatisfacción que nos embutimos en el alma.


 



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