Muy Oportuno

Pereza humana, acedia 

2024-07-26

Pero hay que distinguir, entre las varias clases de perezas. Como antes decíamos, las hay...

Por | Juan del Carmelo

Pocos son los que se confiesan de un pecado de pereza concreta o de ser perezosos en general. Y es que nadie que es perezoso, se considera que lo es Y si nos ponemos la mano en el corazón podemos asegurarnos a nosotros mismos que jamás hemos sido perezosos. Por lo que vistas las cosas así me parece que nadie podemos tirar la primera piedra, porque todos más o menos adolecemos de pereza. El problema que tenemos, para detectar en nosotros mismos este pecado, es que sus límites son muy imprecisos. Matar, robar o insultar, son pecados con límites muy claros que enseguida los vemos, pero cometer un pecado de pereza, se nos escapa y nosotros además, para que se nos escape aceptamos de inmediato las injustificables justificaciones, que el demonio siempre está dispuesto a poner a nuestra disposición en nuestras mentes.

El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1.866, nos dice que: "Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza". Estos pecados capitales, no son siempre necesariamente mortales, aunque como siempre ocurre, se empieza por un pecado venial y a fuerza de no tener cuidado, se termina convirtiéndolo este en mortal.

La pereza como todos los pecados capitales, es muy sutil y siempre se disfraza de un necesario descanso, decía San Agustín. La pereza y la cobardía, son dos de los mayores enemigos del desarrollo de nuestra vida espiritual, ellas dos según Thomás Merton, se las ingenian y busca argumentos justificativos  para anteponer nuestra comodidad al amor de Dios.

Somos cuerpo material y alma espiritual, por ello a nadie le puede extrañar que exista una pereza corporal y una pereza espiritual. La pereza puede ser el fruto de un alma o un cuerpo muy trabajado, pues en ambos casos el descanso es siempre necesario, se puede estar físicamente cansado y también espiritualmente, porque  en la vida espiritual, también puede haber cansancio. No es posible mantener indefinidamente un do de pecho, dicen los tenores y hace falta respirar. En la Biblia, hay una recomendación muy apropósito de lo que tratamos cuando se dice: "…, no pongas bozal al buey que trilla". (Dt 25,4). El descanso es bueno, saludable y recomendado por el Señor: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco". (Mc 6,30-34).

Pero hay que distinguir, entre las varias clases de perezas. Como antes decíamos, las hay espirituales y materiales, pero ambas están relacionadas. La psicosomática estudia las relaciones, sobre todo en relación a las enfermedades, entre el cuerpo y el alma y ella nos demuestra que existe una mutua influencia de la una sobre el otro y viceversa. Es indudable que si una persona está afectada por una dolencia corporal, su diligencia tanto para ejecutar sus obligaciones materiales como para realizar sus obligaciones espirituales, estará siempre afectada. Con un fuerte dolor de muelas o una gripe con fiebre, nadie tiene humor ni para trabajar materialmente ni para rezar un rosario. He aquí pues un ejemplo de la influencia de estado corporal en el del alma. Pero al contrario, también ocurre, como por ejemplo en el caso, de un dolor psíquico  por la muerte de un ser querido, en esta situación, nadie está en condiciones de ocuparse de sus trabajos materiales.

Sabemos que la pereza esta catalogada como pecado capital, pero también sabemos que no toda pereza es pecado e inclusive en la que lo sea, puede ser que solamente sea pecado venial y no alcance el grado de mortal. Porque hemos de distinguir entre la necesaria ejecución de los trabajos u obligaciones espirituales, a las que estamos ineludiblemente obligados y aquellos otros que no forman parte de nuestras obligaciones, sean materiales o espirituales. No es lo mismo, no ir a la única misa, que se puede oír un domingo, por tener pereza de levantarse de la cama, que también por pereza, no ir a la Iglesia a rezar el rosario y rezarlo en casa. No es lo mismo, quedarse en la cama por pereza, un día laborable y exponerse a perder el trabajo, que por pereza darles un plantón a los amigos y no acompañarles en una excursión a la que uno se había antes comprometido.

Para Fulton Sheen: "La pereza es la enfermedad de la voluntad, causa de la negligencia en nuestros deberes…. La pereza no ama nada, no odia nada, no espera nada, no teme nada, y se mantiene viva porque no ve ninguna razón para morir". La pereza solo teme, porque una persona ama tanto su propio bienestar, esa este material o espiritual, que teme molestarse en trabajar material o espiritualmente.

Una variante de la pereza espiritual es el pecado de acedia o acidia. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 2.097 nos dice que: "Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia olvida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o una negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas".

El pecado de acedia era ya para los monjes del desierto, un viejo conocido, era y es, esa especie de amargura o de acidez que el monje experimenta y que debe normalmente ablandar la dureza de su corazón, si la acepta con humildad. El abad Dom André Louf, ha descrito admirablemente lo que él llama "ascesis de debilidad", en la que el esfuerzo del hombre alcanza su punto muerto. "Se trata de un agotamiento moral de la constatación amarga de que el esfuerzo de ascesis llevado a cabo rebasa realmente nuestras fuerzas y que la respuesta esperada de parte de Dios no se presenta automáticamente, según la medida de los esfuerzos desplegados para provocarla". Añade el abad, que este punto cero del agotamiento moral, los Padres antiguos lo designaron con el nombre de "acedia" que es un lugar temible de tentación.     También en el parágrafo 2.733 del Catecismo, se nos dice: "Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41)…"

Cierra el Catecismo, sus breves comentarios sobre la acedia, diciéndonos en el parágrafo 2.755: "Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento".



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