Mensajería
La pluma es más poderosa que la espada
Por | Luis Olivera
Hoy en día se publican gran cantidad de datos, con los que se pretende retratar la realidad que nos rodea. Pero, a veces, esos números esconden trampas.
Hoy en día se publican gran cantidad de datos, con los que se pretende retratar la realidad que nos rodea. Pero, a veces, esos números esconden trampas. Un ejemplo. Si preguntamos ¿cuántos pobres hay en Estados Unidos?, la respuesta dependerá de dónde se ponga el límite de ingresos. Teniendo en cuenta la elevación del nivel de vida, la Oficina USA del Censo proyecta subir ese listón desde los 16,600 dólares actuales a 19,500 anuales, para una familia de cuatro miembros. Entonces, de la noche a la mañana habría doce millones de pobres más en Estados Unidos.
Pero habría que decir que si se quiere medir el bienestar, el "metro" adecuado debería ser el consumo y no la renta, que no es lo mismo, sobre todo entre los pobres. La tasa de pobreza nos dice cuántos americanos tienen ingresos bajos, pero no qué es lo que pueden comprar. Al respecto, Michael Cox, economista de la Reserva Federal, escribe que "en 1997, las familias con renta baja ingresaban por término medio 7.086 dólares antes de impuestos. Su consumo ÂÂlo que los pobres gastaron, no lo que ganaron ascendía a 14.670 dólares".
La pregunta es inmediata: ¿Cómo es posible que las familias pobres gasten más y más del doble de lo que ganan? Richard Alm, en ‘The Wall Street Journal?, explica que muchas familias "perciben ingresos complementarios a través de la asistencia social, vales canjeables por alimentos, subsidios de paro, atención médica gratuita, subvenciones directas y otras ayudas, que las estadísticas no contabilizan". Además, las estadísticas de pobreza tampoco tienen en cuenta el patrimonio de las unidades familiares, "que puede ser más importante que los ingresos corrientes". De la misma manera Cox agrega que los trabajadores en paro temporal "no perciben salario, pero en muchos casos disponen de ahorros".
De hecho, aunque muchos pensionistas tienen ingresos bajos, cuentan con ahorros y, además, sus casas, coches y muebles ya están pagados. En 1993, 302,000 familias con rentas inferiores a 20,000 dólares anuales vivían en casas de valor superior a los 300,000 dólares.
Otra clase de números inciertos son los de las víctimas de las catástrofes. The Economist" se refería hace poco a que "los lectores prudentes, incluidos los nuestros, no deben olvidar que hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas", como decía el sociólogo Ben Wattemberg. "Y entre las más grandes se encuentran las relativas a catástrofes, naturales o causadas por el hombre", añadía el semanario económico. El recordatorio se debía a que los lectores británicos acababan de pasar por un espantoso accidente de tren, en el que Âademás-se habían cebado los periódicos. Durante los dos días siguientes, el total de víctimas subió casi minuto a minuto hasta "al menos cien muertos, y podrían ser muchos más, incluso no menos de 170", según un diario popular.
"The Times" calculó que los muertos eran 70 y cien los desaparecidos. No es extraño que para el sensacionalista "The Sun" se tratara de "la peor catástrofe en tiempo de paz". El propio "The Economist" dijo que habían perecido "al menos 70 personas". ¿Cuál fue la realidad del suceso? Una semana después del accidente, el balance de víctimas quedó en 35, cosa que pocos diarios publicaron en letras tan grandes como las que habían usado unos días antes.
El semanario del grupo Pearson daba otro ejemplo: los cálculos del Gobierno americano sobre las víctimas de la guerra de Kosovo, unos meses antes. Al acabar la guerra, aunque en "The Economist" eran algo escépticos, "nos habíamos tragado si bien con un poco comprometedor ‘quizás el número de 100,000 kosovares muertos a manos de los servios. Hoy, pocas autoridades ponen el total por encima de 10,000". Era la autocrítica del semanario, animando al público a tener espíritu crítico. Es verdad que, en medio del humo de la guerra o de una catástrofe, es imposible saber con certeza el número de muertos y de heridos; pero los lectores suelen querer una estimación, a la que tienen derecho.
Por eso la palabra "quizás" no es siempre tan poco comprometedora. Sin embargo, los medios rara vez rebajan sus estimaciones a medida que pasa el tiempo y se puede ir conociendo mejor la magnitud del suceso. No es sólo culpa de los periodistas ni de los editores; también la gente que ayuda quiere promocionar sus organizaciones; y los funcionarios gubernamentales o internacionales buscan conseguir simpatías. En el año 2012, el total oficial de víctimas del terremoto de Turquía era un aparentemente preciso número de 17.997; sólo un día después había bajado al no menos preciso de 12.514.
Todo esto sugiere algunas reglas para periodistas, como "desconfiar de los datos procedentes de fuentes interesadas, dejar claro que el número que se acepta es sólo una estimación y, si luego resulta ser erróneo, reconocerlo". Bill Kovach, ex editor del "The New York Times", escribió que "si no hay una fuente de información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo. Y los cínicos no construyen sociedades libres y abierta". Pero también el público, los lectores tienen un papel que jugar: "Deben guardarse de exactitudes espurias, inflaciones manifiestas y la persistente tendencia de los periodistas a exagerar", reconoce The Economist. Cualquiera que sea el poder que tiene la prensa en general, cuando se trata de "matar" gente, la pluma es ciertamente más poderosa que la espada.
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