Cabalístico
El pudor perdido
Por | Rebeca Reynaud
Si desnudarse fuera lo normal, la vergüenza sería antinatural, pero la vergüenza es un instinto de preservación de la intimidad, no un prejuicio adquirido.
La sociedad entera antes tenía la percepción de que existía un límite. Ahora la moda impone la falta de pudor. La novedad de nuestro actual contexto cultural es que nadie se avergüenza de llevar parte del cuerpo descubierto. La trasgresión ya no se considera la ruptura de un orden profundo, indispensable a nivel personal y social para conservar la propia fisonomía humana y evitar precipitarse en la animalidad. Al contrario, ahora se le ve como signo de intrepidez y rebeldía. Por otra parte, quien vive el pudor es objeto de crítica e ironías.
Las consecuencias
El ser humano puede quedar desprotegido, a base de desproteger el pudor, en tres campos: el lenguaje, el vestido y la casa. A través de la palabra podemos dar a conocer nuestra intimidad al mejor amigo; a través del vestido cubrimos nuestra intimidad corporal de los ojos extraños. Cuando invitamos a una persona a nuestra casa, la invitamos de algún modo a nuestra intimidad.
Sólo esta capacidad de custodiarse hace posible el don de sí mismo. La pérdida del pudor lleva a ver a la persona como objeto.
Se ha hecho normal exhibir en la televisión vicisitudes personales, tragedias familiares o particularidades íntimas. No hay perversión, retorcimiento o vicio que no sea expuesto al público.
La desnudez no es natural; en realidad, sólo los animales prescinden de vestidura, mientras que posiblemente no exista pueblo conocido, incluso en climas tropicales, que deje de cubrirse de algún modo. El cuerpo del varón y de la mujer es un misterio que pide ser custodiado y respetado. No hay mayor denigración de la mujer que reducirla a cuerpo.
El «impudor» se exhibe en la televisión, también en la morbosa presentación de escenas de violencia y sexo. Es el gran escaparate de la corporeidad desnudada y envilecida. Lo más terrible no es el intento que se ha llevado a cabo con varios programas, sino la reacción del público que se ha acostumbrado a ello. La imagen humana ha perdido toda referencia a su modelo; es decir, ya no parece imagen de Dios.
Esta imagen divina es la que, en definitiva, el pudor tiene como fin custodiar. Lejos de ser el último tabú de una mentalidad superada, el pudor es el signo indeleble de la altura, la amplitud y la profundidad que todo ser humano lleva consigo.
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