Enfoque

Crisis alimentaria

2007-12-13

Claro que esto de la comida barata es relativo ya que sólo puede encajar en los...

Enrique del Val Blanco, El Universal

El mundo está cambiando a tal velocidad que muchas veces no nos damos cuenta de lo que está sucediendo día con día. Esto viene a cuento por un análisis publicado en el último número de la revista The Economist sobre la situación que prevalece en la alimentación a nivel mundial y en el que plantea que los tiempos de la comida barata están a punto de desaparecer. Claro que esto de la comida barata es relativo ya que sólo puede encajar en los países desarrollados y, específicamente, en aquellas familias que cuentan con los recursos suficientes para estar bien alimentados, mientras que para millones de seres, incluyendo a casi la mitad de los mexicanos, esto de "comida barata" es un eufemismo propio de la flema inglesa.

La revista lleva una cuenta precisa sobre el precio de los alimentos desde 1850; y nos encontramos que para 2007 los precios de los alimentos en general han aumentado en 75%, en comparación con el no tan lejano 2005, en términos reales, situación nunca vista desde que se lleva el registro. Las causas fundamentales para este pavoroso incremento se encuentran en dos factores: el crecimiento espectacular de las economías de la República Popular China y de la India, junto con la fiebre del etanol que se esparce por todo el mundo.

Algunos datos son impresionantes, como que en 1985 los chinos consumían 20 kilos de carne al año y para el presente año se estima que están consumiendo 50 kilos. Pero si consideramos que para producir un kilo de carne se requieren en promedio ocho kilos de cereales, y multiplicamos esta cifra por las centenas de millones de habitantes que tienen China e India, veremos de qué tamaño es la necesidad de granos y cereales.

Por otro lado, los subsidios que sobre todo los estadounidenses otorgan actualmente a la producción de etanol, y el que ahora se destine la tercera parte de su producción de maíz al mismo propósito, dan cuenta de la crisis que se avecina. Para llenar con etanol un tanque de cualquier camioneta que se vende hoy en el mercado se requiere de la misma cantidad de maíz que consume una persona en un año.

Esta situación afecta a todos los países en mayor o menor medida, pero para aquellos que son importadores netos de granos y cereales, como Japón, Arabia Saudita y nuestro país, es desastrosa porque irremediablemente habrá que destinar mayores cantidades de dinero para alimentar a la población.

Incluso se verá afectado el programa mundial de alimentos de Naciones Unidas que otorga ayuda de emergencia a países que por una u otra razón los necesitan. Dicha ayuda se ha reducido a tal grado que nos encontramos en el nivel de reservas que tenía hace 45 años, sin tomar en consideración el crecimiento de la población en este mismo lapso.

Claro que, como cualquier efecto económico, el impacto es diferente según sean los niveles de vida. Así, estos aumentos provocarán una reducción en el consumo de muchas familias, pero sobre todo de las familias pobres urbanas. Éstas que de por sí están afectadas por el magro ingreso que perciben, al tener a la alimentación como el destino fundamental de sus recursos, tendrán que reducir irremediablemente su consumo, con las consecuencias previsibles que ello tiene sobre sus condiciones de salud.

Habíamos vivido con unos precios bajos de los granos y cereales debido, entre otras causas, a los subsidios indiscriminados que los países desarrollados dan a sus agricultores. Sin duda y dadas las condiciones del mercado, sería razonable y necesario la reducción de dichos subsidios, porque es imposible su eliminación, sobre todo por razones políticas.

La disyuntiva en que se encuentran muchos países es a quién ayudar. Dejar los precios libres y apoyar con recursos a los agricultores para que, en esta situación favorable, puedan incrementar su producción y por tanto sus ingresos o con subsidios a los consumidores pobres para la compra de alimentos. Lo ideal sería apoyar a ambos pero casi ningún país puede hacerlo, especialmente los países pobres que, aunque estemos considerados como miembros de la OCDE, seguimos siendo pobres en este u otros campos.

Supuestamente esos altos precios de los alimentos harán que la brecha en la distribución del ingreso entre las áreas rurales y las urbanas se reduzca, debido a los mayores ingresos que obtendrán los campesinos, pero irán en detrimento directo de los más pobres de las áreas urbanas en el mundo subdesarrollado, que se calcula son mil millones de seres humanos en todo el mundo, según la revista.

También ahora se están dando cuenta de que las bondades de utilizar el etanol como combustible no son tan buenas como la propaganda nos había hecho creer. Al contrario de lo que se ha machacado, según se informa, el uso del etanol no reduce las emisiones de dióxido de carbono, lo cual agrega otro ingrediente negativo para el futuro del mundo.

En resumen, tenemos que por lo pronto, y por varios años, los granos, los cereales y los productos cárnicos irán aumentando en su precio y los gobiernos tendrán que dedicar mayores recursos año tras año para paliar este efecto, tomando en cuenta también el crecimiento de la población.

Ante este panorama, hasta ahora no se ve claro cuál es y será la política de este gobierno frente a lo que se le avecina. Por ejemplo, en el precio de la tortilla, uno de los que tendrán que revisarse a principios de 2008, después del impresionante y gravoso incremento que tuvo a principios de este año, ¿se logrará mantenerlo entre los ocho y 12 pesos por kilo, que es como se vende hoy en nuestro país o se irá más arriba, con la justificada protesta de los consumidores pobres? ¿A quién se va a subsidiar, a los campesinos o a los consumidores? Estas decisiones son fundamentales, no sólo para el entorno económico, sino para mantener la frágil paz social de la que gozamos hasta ahora.

Esperemos que las autoridades se apliquen a analizar y sobre todo a decidir lo que sea mejor para los millones de pobres con lo que está sucediendo hoy en el mundo con los alimentos, y que cuando menos lean el análisis que hace la revista inglesa, para que se ubiquen en la realidad.

Analista político y economista



EEM

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