La muerte del alma con el pecado
Si un hombre se clava un cuchillo en el corazón, muere físicamente. Si un hombre comete un pecado mortal, muere espiritualmente. La descripción de un pecado mortal es así de simple y así de real.
Si un hombre se clava un cuchillo en el corazón, muere físicamente. Si un hombre comete un pecado mortal, muere espiritualmente. La descripción de un pecado mortal es así de simple y así de real.
A este mundo moralmente enfermo Jesús le abre una ventana de emergencia, la riqueza de su Reino. La riqueza que no pasará, los tesoros que no pueden ser robados por los ladrones, ni siquiera por los de guante blanco, ni roídos por la polilla.
Jesús vino a salvar a todos. Nadie quedaba excluido de su redención. Mucho menos, la mujer, en quien Jesús puso tanta confianza, como guardiana de los valores humanos y religiosos del hogar. Indaguemos en los Santos Evangelios para ver cómo fue el trato que Jesús dispensó a las mujeres.
El hombre descubre en su interior la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo: es la ley moral. Esta ley proviene de Dios. Todo hombre nace con ella en el corazón. Podrá seguirla fielmente o no, pero la tiene dentro de sí mismo.
La persona veraz pone las exigencias de los valores por encima de cualquier deseo subjetivo de su egoísmo o su comodidad. La veracidad es otro de los presupuestos básicos de la vida moral.
Vivimos en un mundo marcado por la cultura de muerte. Las constantes manifestaciones de rupturas con uno mismo como soledad, tristeza, sin sentido, búsquedas desenfrenadas de falsas seguridades; las rupturas con los demás traducidas en violencia, delincuencia, terrorismo, guerras, entre otras.
Su Corazón es un corazón traspasado a causa de nuestros pecados y por nuestra salvación. Un corazón que nos ama personalmente a cada uno. Toda la humanidad está incluida en ese corazón infinitamente dilatado. Nadie puede sentirse solo o desamparado, pues al ser amado por Cristo es amado por Dios.
¡Desgraciados de nosotros, si Jesucristo no hubiera sido crucificado y muerto para salvarnos! Todos hubiéramos tenido que parar en el infierno. Pero para ser salvados o rescatados de esta situación, en la que nos encontrábamos toda la humanidad, por razón del pecado de nuestros primeros padres.
Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.
El Espíritu Santo, que Dios había prometido a los profetas para cambiar el corazón de los hombres, ha llegado. Ahora conocemos a fondo a Jesús y nuestra conducta cambia. Ahora no sólo hablamos de Jesús sino que obramos como Jesús. Hemos sido transfiormados, conocemos la voluntad de Dios.
El entendimiento o intelecto humano razona en las formas y orígenes de la vida, creyéndose un acto mero fortuito sin tener en cuenta los Planes de Dios y considera que él mismo se formó a partir de partículas del océano de la vida, y dan al traste la Voluntad de Dios de crear seres racionales.
En nuestros encuentros con la Eucaristía, que es por excelencia un misterio de fe, nos debe tonificar esa indispensable virtud teologal que es la fe: "creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento".
La muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Para los que mueren en Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor ... mucho mejor que aquí. No hay que pensar en la muerte con temor. La muerte no es tropezarnos con un paredón donde se acabó todo.
Unas reflexiones que debería impactar a cualquiera son éstas que provienen de San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, que en uno de sus libros "Preparación para la muerte" proporciona meditaciones sobre las verdades eternas para aquellas almas que quieren perfeccionar su vida espiritual
En un cuento hasídico recogido por Martin Buber y que tiene como título «El juego del escondite», el nieto de Rabí Baruch, un anciano rabino, jugaba un día al escondite con otro niño
¡Aleluya! ¡El Señor resucitó! Hoy es Domingo de Resurrección. Los creyentes del mundo celebran la fiesta más importante de la Iglesia, donde se recuerda la victoria de Jesucristo sobre la muerte, al resucitar de entre los muertos. El triunfo sobre la muerte, la apertura de las puertas del cielo.
Tanto la experiencia histórica como la reflexión filosófica nos muestran que no es posible pensar la democracia en un sistema político en el que Dios ha sido suprimido.
Desde que tengo uso de razón he escuchado decir “Necesito ver a Dios para creer:, “esto es muy complicado, como puedo creer en lo que no veo”, ¿porqué no se manifiesta, si es tan real porqué no me habla?, y reflexionaba en torno al porqué desde pequeñita yo veía a Dios en muchas cosas.
La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente.
Jesús nos ha pedido que carguemos nuestra cruz y le sigamos para alcanzar la vida eterna. Todos tenemos una cruz que cargar en la vida. A veces la cruz que nos toca cargar en terriblemente pesada, otras, es ligera, con toda una gama intermedia.
Nuestra alma pues dispone para su actuación de una posibilidad consciente y de otra inconsciente. El inconsciente, nuestro inconsciente espiritual, está siempre presente, aunque subyacente en la motivaciones del pensamiento, de la imaginación de la fantasía, del sentimiento y de la acción.
Todos tenemos o hemos tenido aquí abajo , una madre material desde siempre, desde el día en que fuimos concebidos, hemos tenido y tenemos además de una madre material, una maravillosa madre espiritual, que siempre nos ha cuidado.
Por su simbolismo y por la gracia que produce, el Bautismo, como lo indica San Pablo, imprime en toda nuestra existencia un doble carácter de «muerte para el pecado» y de «vida para Dios»: Es el cristianismo, propiamente hablando, una vida, no cabe duda: «Vine para que tengan vida», nos dice Jesús.
"Existe en cada uno de nosotros, fenómenos de la vida mental casi siempre completamente ignorados. Constituyen en su conjunto lo que Freud denominó inconsciente y de ellos forma parte la espiritualidad inconsciente que es por tanto más profunda que la espiritualidad consciente"
"La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza" (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, nº 69). "El cuerpo es bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día".
Le fueron, entonces, presentados algunos niños para que pusiese las manos sobre ellos y orase por ellos. Los discípulos, sin embargo, los alejaban. Les dijo Jesús: Dejad que vengan a mí estos niños y no lo impidáis, porque el Reino de los cielos es para aquellos que se les asemejan.
Aquella sucesión de reuniones que acabaron en tan desastrosa decisión se ha considerado una interesante muestra de cómo un equipo de personas inteligentes y capaces, sin especiales problemas de relación entre ellos, puede cometer colectivamente errores garrafales.
"Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". El abandono en la Providencia. Jesús nos habla de una actitud de superar todas las preocupaciones y los desvelos buscando a Dios en todo. Las palabras de Jesús alcanzan niveles de gran expresividad
Normalmente cuando uno piensa o habla de filosofía lo primero que se nos viene a la mente son teorías o ideas abstractas, complicadas de entender, que difícilmente sabemos cómo aplicar a la vida cotidiana. Sin embargo, eso es totalmente lejano a la realidad.
En estos días ha salido a subasta una carta autógrafa de Einstein, en la que parece que el célebre científico consideraba que la idea de Dios nace de la debilidad de la mente humana. No se exactamente la fecha de esa carta, ni la argumentación que ofrece el autor defendiendo esa afirmación.
Los apóstoles, habiéndole servido durante su vida en la tierra, quedaron totalmente desprendidos de todo anhelo de este mundo, y comprendieron que nada podía valer más que llevar a Dios a todos los rincones de la tierra predicando las Verdades inmutables y desterrando al demonio.
Inducir una plática acerca de Dios es exponerse a ser tachado de santurrón, y que a nadie le importe secundarla. Además, pensamos, ¿para qué hablar de Dios? Los que ya creemos, pues ya está; si alguno de los demás no cree en el, no lo vamos a convencer. Así pues, apartemos el tema.
¿No te gustaría que alguien te mostrase -de una manera simple- la evidencia de la existencia de Dios? Sin forzar nada ni frases como "solo tienes que creer". Bien, aquí presentaremos honestamente algunas de las razones que sostienen que Dios existe.
El Reino de Dios que Jesús instaura con su vida y con su muerte redentora, es la Buena Nueva. Pero esa Buena Nueva tiene también otro significado para los hombres de la época de Jesús y de todas las épocas: la salvación es universal. Todos los hombres pueden pertenecer al Reino de Dios.
Cómo reaccionaríamos si Dios nos dijera con la claridad que le dijo a Salomón: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Por eso, causa fascinación la oración de Salomón, pues muchas veces nuestras oraciones son tibias y no reflejan las cualidades de un verdadero hombre de oración.