Huesped

Tribuna

2006-08-30

No le llamen, si no quieren, golpe de Estado los puristas del lenguaje y los fanáticos de la...

El golpe de Estado

Por Esteban Zamora
Notimex.

Un pintoresco personaje de la era porfirista ha sido recordado con frecuencia en los últimos días: don Nicolás Zúñiga y Miranda, aquel extravagante señor que había dado en presentarse a sí mismo como el verdadero presidente de la República, con lo que provocaba el estallido de la burla o bien la solidaridad de una sonrisa compasiva.

Se ha pretendido descubrir un paralelismo entre las fantasías de don Nicolás y los desvaríos de Andrés Manuel López Obrador al haber anunciado que se hará proclamar presidente de México por una asamblea de partidarios suyos que habrá de reunirse próximamente en el Zócalo de la Ciudad de México.

A quienes han conceptualizado los desvaríos de López Obrador como una intentona de golpe de Estado y se inquietan por la falta de medidas urgentes para frenarla, se les ha respondido que el golpe de Estado sólo se da cuando hay elementos de las fuerzas armadas y al menos una parte de los miembros de la administración pública comprometidos en esa maniobra y que en caso que nos ocupa los elementos militares han sido totalmente ajenos al intento de toma del poder que están cocinando López Obrador y los suyos.

No le llamen, si no quieren, golpe de Estado los puristas del lenguaje y los fanáticos de la precisión técnica a lo que está tramando López Obrador, déjenlo en colapso del gobierno o atentado contra las instituciones que para el caso es suficiente como para hacer un llamado a preservar el orden y a defender el entramado institucional que tanto nos ha costado construir.

López Obrador no es un Zúñiga y Miranda ni Vicente Fox un don Porfirio. Veamos:

Don Nicolás no contaba con ningún recurso para subvertir el orden, era a lo sumo un viejo soñador, medio chiflado, incapaz de causarle daño a nadie y menos al dictador duro, mañoso, que tenía en sus manos todos los hilos del control de la vida pública.

Vicente Fox, por su parte, es un gobernante democrático al que se le ha hecho objeto de todas descalificaciones habidas y por haber pero que indudablemente ha inaugurado en México una nueva forma de hacer política en la que sus detractores disfrutan de libertades que ni siquiera se hubieran soñado en el antiguo régimen.

De sus vituperadores puede decirse lo mismo que se dijo de los acerbos críticos del presidente Madero: "muerden la mano que les quitó el bozal".

López Obrador, a diferencia del iluso de don Nicolás, sí cuenta con todo un arsenal apropiado para la destrucción. Tiene ilegítimamente bajo su mando al gobierno del Distrito Federal que ha puesto al servicio de la subversión todos sus recursos materiales y administrativos, inclusive la fuerza de la gendarmería capitalina que se ha mantenido descaradamente en apoyo de los alzados.

Su partido, el PRD, y los que forman parte de su coalición disponen de cuantiosos recursos, acrecidos por los últimos resultados electorales, que la ley destina a las formaciones políticas registradas.

Cuenta con personal de tiempo completo, calificado en el arte de la subversión, en las personas de sus diputados y senadores que, no obstante que han protestado cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen se han convertido en agentes de la revuelta, tanto en el interior de las Cámaras como en la calle y se prestan a avalar las decisiones de una turbamulta que pretenderá usurpar las funciones del Parlamento.

Cuenta, además, con la pasividad de la población que ha sido víctima de sus desmanes y que en su protesta no ha ido mucho más allá de enviarle a los amotinados sonoros recordatorios familiares con las bocinas de sus automóviles.

Y con el agarrotamiento del gobierno federal que, en nombre de una santa prudencia y de la opción por un diálogo inexistente se ha abstenido de poner en práctica, salvo en el caso de la remoción del taponamiento a la entrada de la Cámara de Diputados, todas las medidas que la ley le autoriza para el resguardo del orden.

León Trotsky, el artífice de la revolución soviética, decía: "no es necesario que tengamos la mayoría, no es la mayoría la que tendrá que tomar el poder" y afirmaba que la insurrección es "un puñetazo a un paralítico".

En el ensayo general del golpe de Estado escenificado en Oaxaca vemos a una sociedad y a un gobierno paralizados ante los desmanes de las turbas que han llegado a extremos increíbles en la comisión de delitos y daños a la economía, al sistema educativo, al orden y a la paz social.

No disponemos del espacio necesario para detallar las acciones necesarias para frenar el golpe. Remitimos al lector a la obra El antigolpe, manual para la respuesta no violenta a un golpe de Estado, del profesor español don Gonzalo Arias, quien al inicio de su trabajo resume el plan de la obra en el enunciado de las siguientes premisas:

- "Gobierno y pueblo son solidarios, al menos ocasionalmente, frente a los golpistas. - "El orden amenazado por el golpe, sin ser una democracia perfecta, tiene virtudes suficientes para que merezca ser defendido. - "La resistencia está justificada legalmente. - "La resistencia está justificada democráticamente. - "Los golpistas tienen o pueden tener la fuerza armada en parte importante, lo que hace aconsejable presentar la batalla con medios no violentos, principal o exclusivamente."

Esperamos que el gobierno haga lo que tiene que hacer. De todas maneras, los ciudadanos no debemos quedarnos cruzados de brazos.

Los que hemos participado en la lucha no violenta para limitar los excesos del antiguo régimen autoritario estamos obligados a desempolvar nuestro viejo manual de Gene Sharp y adaptarlo para la lucha en defensa de nuestra democracia naciente.

Puedo asegurar a mis lectores que ya está en marcha la organización del Poder Ciudadano y que muy pronto tendrán noticias al respecto.

Notimex

El autor es periodista

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