Enfoque

Cambio esperanzador

2013-11-10

Irán, con una economía que se contrajo un 6% el año pasado, una...

EL PAÍS

Dos meses han bastado para destrabar un contencioso que envenena desde hace 10 años la diplomacia internacional: el programa nuclear iraní. Son los dos meses que han transcurrido desde la llegada a la presidencia de Irán del pragmático Hasan Rohaní. Su objetivo de acabar con las sanciones que asfixian la economía de su país —sin duda uno de las razones de su triunfo electoral— ha posibilitado en este tiempo acercamientos impensables con su atrabiliario antecesor, Mahmud Ahmadineyad.

La reunión, ayer en Ginebra, del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, con su homólogo iraní, Mohamed Javad Zarif, cuyos países rompieron relaciones hace 30 años, es la mejor muestra de este deshielo. El encuentro que Irán y el llamado G5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) sostienen desde el jueves ha resultado tan prometedor que hasta la ciudad suiza viajaron ayer, además de Kerry, los ministros de Exteriores de Francia, Alemania y Reino Unido, a los que se unirá hoy el ruso, Serguéi Lavrov. Esta interrupción intempestiva de las agendas diplomáticas es un buen augurio de que estamos ante algo serio.

Las bases están claras: las potencias mundiales exigen garantías de que Irán no utilizará su programa nuclear para fabricar bombas atómicas, algo que, según los indicios recabados por el Organismo Internacional de la Energía Atómica, podría conseguir en menos de un año. E Irán, con una economía que se contrajo un 6% el año pasado, una inflación del 40% y un desempleo cercano al 30%, necesita urgentemente reactivar las exportaciones de crudo y acceder a los fondos congelados en bancos internacionales.

Encajar estos propósitos en medidas concretas es una tarea compleja, pero no imposible si hay voluntad política. Fue el propio ministro de Exteriores iraní, el carismático Javad, quien propuso el pasado mes, también en Ginebra, un plan de trabajo que arranca con un acercamiento paulatino para restaurar un mínimo de confianza, y que concluiría, en un plazo máximo de un año, en un acuerdo en toda regla. El camino pasa necesariamente por que Teherán abandone las actividades que exceden el uso civil de la energía nuclear (como la fabricación de uranio altamente enriquecido) y se abra sin restricciones a los inspectores de la ONU.

En este nuevo y prometedor escenario no faltan las voces discordantes. Israel, directamente amenazado por la eventual capacidad atómica de Irán, ha arremetido contra cualquier acuerdo con una vehemencia que puede servir para neutralizar a los sectores ultraconservadores de Irán.

El nuevo clima abierto con Irán —que si avanza de forma correcta repercutirá sin duda positivamente en varios conflictos de la región— muestra por último que las sanciones son una herramienta útil en la diplomacia, siempre y cuando la comunidad internacional actúe con unidad y firmeza. Una lección que seguramente habría que empezar a aplicar en Siria.



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