Muy Oportuno

Cuando un pueblo queda desamparado

2016-11-24

La democracia funciona correctamente cuando hay políticos honestos que buscan el bien de...

Por: P. Fernando Pascual

Solo una sana pasión colectiva podría unir a las mentes y los corazones de la gente común para actuar. No con violencia, pero sí con medidas concretas

La democracia funciona correctamente cuando hay políticos honestos que buscan el bien de todos, sin exclusiones arbitrarias, sin favoritismos a grupos de poder, sin miedo a ir contra ideologías que promueven injusticias como el aborto de los hijos o pensiones insuficientes para los ancianos.

Basta, sin embargo, con un poco de observación para ver cómo algunos países que se consideran democráticos no viven según esos ideales. En esos países los partidos buscan mantenerse en el poder, aprueban leyes injustas, no apoyan a las familias, no ofrecen medidas concretas para el empleo, permiten e incluso financian el aborto.

En este tipo de situaciones un pueblo queda desamparado. Quienes deberían trabajar por la justicia no lo hacen. Quienes tendrían que tutelar la convivencia y la igualdad prefieren observar las encuestas y conquistar unos asientos más en el parlamento, a costa del daño que hacen al bien común y a las personas más vulnerables.

En este tipo de situaciones, solo una sana pasión colectiva podría unir a las mentes y los corazones de la gente común para actuar. No con violencia, pero sí con medidas concretas y firmes para defender los derechos de todos, para promover la unidad por encima de separatismos egoístas, para defender a los trabajadores y los pensionistas, para apoyar a las madres en dificultad.

No es un sueño imaginar que un día se desate esa bondad interior que muchos llevan dentro pero que han silenciado para evitarse problemas, encadenados por el miedo a las represalias de los poderosos. Las “revoluciones buenas” inician cuando un grupo de valientes reconocen los derechos fundamentales de los más indefensos y se deciden a tutelarlos a pesar de las mentiras y las maniobras de las élites corrompidas.

Entonces un pueblo desamparado escuchará la voz y las propuestas de hombres y mujeres decididos a defender los principios fundamentales para una sana convivencia. Y muchos comenzarán a sacudir su modorra y sus miedos para iniciar un cambio que deje de lado a políticos corruptos y demagógicos, y promueva la llegada al poder de quienes buscan la verdadera justicia para todos.

Muchas veces vemos un problema. Sentimos necesidad de ofrecer soluciones o de avisar ante un peligro. Intuimos cómo van a reaccionar algunos. A veces, tenemos miedo de hablar.

Porque la vida real nos muestra cómo la tan aireada libertad de expresión en muchos casos es simplemente una fórmula vacía. Se dice que todos pueden hablar. Luego, de modo directo o con maniobras entre bambalinas, llegan golpes inesperados.

Por eso en muchos ambientes resulta difícil tener el valor necesario, unido a la prudencia y al respeto, para denunciar peligros, para avisar de desviaciones doctrinales, para señalar decisiones erróneas que van a provocar graves daños.

En situaciones de ese tipo, hace falta aprender a confiar en Dios y buscar caminos para dar la señal de alarma. No podemos renunciar a la verdad que ayuda, pues no vale la pena vivir como “perros mudos” ante situaciones peligrosas. El Evangelio invita a la confianza, y el Espíritu permite hablar con valentía.

El mundo necesita hombres y mujeres que sepan comunicar humilde y convencidamente lo que consideran la verdad. Ante tantos silencios que dan fuelle a graves injusticias o a la difusión de falsedades que perjudican a los más débiles, hacen falta voces valientes que señalen los errores y que denuncien acciones que dañan a indefensos.

Si luego llegan represalias, si de modo sutil pierde su trabajo un padre de familia honesto que avisó a sus jefes de algunas injusticias cometidas contra compañeros, habrá que respirar hondo, pedir ayuda a los amigos verdaderos, y esperar el triunfo de la justicia.

No siempre veremos ese triunfo en este planeta lleno de zancadillas y golpes bajos. Pero tenemos la certeza de que una persona valiente y defensora de la verdad y la justicia recibirá un día su recompensa, aunque tenga que esperar al momento de ser acogido en el mundo que inicia tras la muerte...



JMRS
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