Cuentos
Diminuto
SERCAMBEL
Escurría una gota invisible de tan transparente; la hoja, que le permitía deslizarse como los minutos pasan en el mundo material, sentía pena o tristeza profunda, sabedora del destino frágil y la despedida eterna. Un pequeño ser se entretenía dentro de esa gota, veía su aura protectora escurrir hacia un vacío predecible que terminaría en el suelo terroso de un mundo tan ajeno como cercano. La luz multicolor que la esfera líquida proyectaba en el micro cosmos de ese mínimo ser dibujaba una promesa trascendente, plena de elevación y espiritualidad.
A lo lejos unos niños jugaban con varas que eran espadas y gorras viejas que eran cascos, el sol taciturno vespertino les iluminaba las miradas desde su poniente ventana y alargaba minuto a minuto sus sombras, haciéndolos lucir tan grandes como los personajes de sus juegos de ensueño.
La gota finalmente cayó, y en su trayecto al suelo Diminuto se despojó de su aura y una vez en tierra se enderezó y sintió cómo unas alas ligeras y transparentes crecían en su espalda… permitiéndole volar, flotar sobre la yerba y mirar desde arriba los tréboles verdes y las margaritas blancas. Los colores del pequeño arcoíris que vislumbró en su refugio acuático se habían desdoblado sobre el campo y el pueblo que por algunos momentos sería su espacio vital y donde tendría su misión…
-Es una luciérnaga, dijo una niña pequeña de piel bronceada por la herencia.
-Es un hada, replicó otra pequeña quitándose su gorra para ver mejor con unos ojos tan oscuros como la noche incipiente.
Diminuto las miraba desde su dimensión microcósmica en la que una serie de recuerdos parecían formarse para entrar en su memoria y darle una instrucción milenaria y necesaria. Miró los ojos oscuros y las pieles de bronce de los pequeños guerreros y percibió en sus miradas miles de preguntas sin miles de respuestas.
Un grito semi-lejano demandó a los niños que volvieran a casa, pero antes, el más pequeño atrapó súbitamente a Diminuto usando su gorra sudorosa como red y trampa.
Su captor dormía ajeno al insomnio de Diminuto, quien con sus ojos de luz miraba la habitación llena de habitáculos, colores infantiles y sueños mágicos.
Voló hasta la frente fresca del niño durmiente y le puso por nombre Sueños, presintiendo tras el pequeño rostro dormido un mundo sutil de aventuras oníricas sucediéndose rápidas y fugaces tras los párpados palpitantes infantiles.
Diminuto recordó entonces una instrucción y a través de un mínimo túnel enroscado en la frente de Sueños se internó en su frágil mente. Descubrió un mundo inmaterial, de sonidos y claves, de colores caprichosos y murmullos. Encontró a Sueños retozando en una nube verdosa, rodeado de pensamientos que revoloteaban alrededor de su cabeza, buscando la entrada o salida del túnel enroscado. Ningún pensamiento pareció darse cuenta que Diminuto los miraba y los descifraba.
La mañana siguiente Sueños miraba el pizarrón verde de su salón de clases, la profesora había anotado unas oraciones tendientes a mostrar a sus alumnos la importancia del acento ortográfico al momento de escribir y hablar… pero Sueños no miraba eso, veía cómo en la verdosa superficie se escribía su sueño reciente, sus pensares oníricos empezaban a explicarse ante sus ojos; dudoso, anotó todo sobre su cuaderno, arrancó la hoja y la metió al bolsillo de su camisa. Cuando miró nuevamente al pizarrón las oraciones con palabras sin acentuar aparecieron ante su vista repentinamente…
Sueños había escuchado algunas voces mientras trataba de concentrarse en la música que la sinfónica magistralmente ejecutaba dirigida por un turbulento director de cabellos pegados con gel a un cráneo con algunas deformidades tan evidentes como su emoción.
Esas voces evocadas por las notas musicales que resonaban en la madera del auditorio parecían provenir de los druidas que celebraron cien y más aquelarres entre los árboles de los bosques septentrionales; donde aquéllos, hoy tiras de madera, vieron siendo árboles aún y con sus raíces aferrándose a la tierra, adorar al sol, la luna y las estrellas.
Diminuto miraba desde el pabellón auricular de su pequeño captor los movimientos vertiginosos de quienes piensan materia, ingieren materia y exhalan materia. Su misión tan simple como compleja era paradoja y prueba, transición o permanencia.
- ¿De dónde viene la música papá? Preguntó Sueños al momento de salir del auditorio.
- De los instrumentos de los músicos, y de la sensibilidad y creatividad de los compositores. Le respondió su padre.
- No, no viene de ellos. Dijo Sueños mientras miraba algún punto del cielo nocturno. -Viene de mis oídos y de unos magos que viven en unos bosques que he visto en mis sueños. Replicó.
Su padre se quedó mirando a su hijo extraviado en el cielo estrellado, le acarició la cabeza y de reojo miró a su esposa, quien también miraba al cielo tratando de encontrar ahí los pensamientos de Sueños.
Diminuto no miraba al cielo, escuchaba los pensamientos del pequeño, se dejaba envolver por ellos y experimentaba la conexión con el niño, había en aquellos algo de recuerdos, de sabiduría y elevación; que sin la astuta acción de Diminuto se empolvarían y quedarían lejos del alcance de la mente nueva de Sueños, serían olvidados y enterrados como un tesoro esmeraldino bajo los lodos del tiempo, la ambición y las ilusiones mundanas.
Ya en casa, Sueños se dirigió a la cocina, tomó un pan de dulce que devoró de la manera usual. Con inusitada prisa se lavó los dientes, les dio las buenas noches a sus padres y se fue a dormir. Veía su cama como un vehículo interestelar o interdimensional que lo llamaba en silencio.
Apenas Sueños cerró los ojos; Diminuto, que se había mantenido silencioso dentro del oído derecho del niño, se enderezó y conjuró la música sinfónica que habían escuchado apenas una hora antes. Las notas musicales, el genio casi mesiánico de Beethoven, los encantos de Euterpe y el ethos órfico se plasmaron en la pineal de Sueños, lo condujeron a mágicos espacios en los que las notas musicales magistralmente ejecutadas por los músicos, ajustaban la vibración del prisma diamantino que vibraba intensamente en el centro del pequeño cráneo de Sueños.
Transcurrieron varios días en los que Diminuto permaneció cerca del niño, monitoreando sus pensamientos y sus acciones. Una mañana de sábado, Sueños se levantó temprano a adelantar su tarea de aritmética y geometría, su profesora había sido muy enfática en la importancia de aquel deber y Sueños siempre tomaba con seriedad sus indicaciones. Abrió el cuaderno y el libro.
Empezó a trabajar en su tarea, Diminuto parecía acechar más que vigilar al pequeño. Pasaron unos minutos y entonces el elemental evocó en la mente de su captor la música sinfónica, con las notas armonizándose en pentagramas imaginarios flotando en un cosmos misterioso y lleno de encantos, las figuras geométricas y las ecuaciones comenzaron a acoplarse a las estrellas, los planetas y satélites, moviéndose al ritmo cambiante de los sonidos, era una danza armónica entre prismas, astros, sonidos angelicales y números ordenados con precisión celestial… siempre alejándose del centro del universo pero con plena consciencia de su necesidad de volver…
Las tres dimensiones de la habitación de Sueños, se habían transformado en mucho más que altura, ancho y profundidad, tal parecía que el espacio y el tiempo se desdoblaban en forma caprichosa pero ordenada alrededor del niño. Los sonidos, los números y los cuerpos se acomodaron de tal modo en el centro de la cabeza de Sueños, que aquel prisma diamantino parecía por momentos transformarse en una esfera de luz. El macrocosmos, siguiendo las leyes milenarias atribuidas a Hermes, se había incorporado al microcosmos del pequeño. Diminuto usó el canal en el entrecejo de Sueños para mirar cómo su pineal vibraba plena de luz dorada, el conocimiento había vuelto ahí y su cerebro equilibrado trabajaba armónico.
El niño siempre se mantuvo inmerso en su tarea y la magia que verdaderamente aconteció a su alrededor no quedó necesariamente plasmada en su memoria material pero sí en su conocimiento trascendente, en sus akáshicos.
Sueños, cerró su libro y su cuaderno, miró su habitación. Vio sobre la cómoda la gorra con la que había atrapado a la luciérnaga, se había olvidado por completo de ella, pensó que tal vez habría muerto asfixiada, o quizás habría escapado por algún doblez. Levantó la gorra y no vio nada, miró entonces alrededor suyo buscando al pequeño insecto. Diminuto presenció interesado las acciones del niño, decidió darle unos minutos más.
-¡Hey! Murmuró Diminuto a espaldas del niño.
Sueños escuchó y volteó. Miró a la pequeña luciérnaga posada sobre la cabecera de su cama… pero no era una luciérnaga, era una especie de hada o ángel...
Diminuto entonces brincó hasta la mesa escritorio de Sueños posándose sobre la hoja de papel en la que apresurado Sueños había anotado lo que miró en el pizarrón unos días antes. La había olvidado. Al ver que el niño se acercaba a tomar la hoja doblada, Diminuto brincó a un lado permitiendo al pequeño tomarla. Sueños la levantó y antes de desdoblarla miró de reojo a Diminuto quien con sus pequeños ojos lo animó a que leyera su contenido.
Sueños vio que la hoja era un examen calificado, una prueba que no recordaba haber hecho pero en la cual había respondido con excelente precisión preguntas sobre los usos del lenguaje oral y escrito. Miró de nuevo a Diminuto, quien sostuvo la mirada del pequeño mientras volaba para detenerse frente a los ojos de Sueños y permanecer ahí flotando. El niño se hizo un poco hacía atrás pero topó con la silla y cayó sentado sobre ella. Diminuto se posó entonces nuevamente sobre el escritorio y empezó a hablar.
Sueños sintió un tremendo escalofrío y miró cómo su habitación comenzaba a girar a gran velocidad, cerró los ojos y decidió dejarse llevar por la sensación que sorpresivamente se convertía en algo placentero. Las palabras de Diminuto no eran ya un lenguaje verbal sino numérico, geométrico y musical…
Sueños continuó en ese plácido estado varios minutos y repentinamente se vio cayendo en espiral dentro de un cilindro de espejo. Se concentró en los reflejos que a pesar de la curvatura aparecían planos. Miró rostros diversos, animales enormes, otros más pequeños y hasta insectos diminutos, en la parte más baja se encontró frente a una célula verdosa, de algún modo se reconoció en ella.
Diminuto dejó de “hablar”. Sueños miraba el cilindro plasmado de aquellas desconcertantes imágenes que parecían haberse congelado, entonces sólo se escuchó el silencio.
La mañana siguiente Sueños despertó muy temprano, el sol apenas se asomaba detrás de la montaña donde su familia tenía una propiedad de varias hectáreas, que habían heredado de algún ancestro siniestro que aprovechó la corrupción gubernamental para apropiarse de tierras ejidales. Sueños miraba a través de la ventana la silueta montañosa y el aura solar detrás.
Diminuto lo espiaba desde el escritorio, esperando, tratando de intuir qué habría dejado la reciente experiencia a su pequeño captor. Sin embargo, éste parecía tranquilo, como si su sueño hubiese sido tan plácido como siempre.
-¿Qué haces levantado tan temprano hijo? Preguntó su madre al niño.
-Miro salir el sol mamá. Hoy luce más brillante.
Su madre no escuchó la respuesta, sus preguntas, día tras día más mecánicas, se habían constituido en una manera de actuar con acierto maternal aunque lejano.
Una vez que el sol salió totalmente y su brillo impedía la vista directa, Sueños se dirigió al baño, Diminuto voló tras él y apenas logró entrar antes de que la puerta terminara de cerrarse. El niño abrió las llaves de la tina, contra su usual costumbre no se bañaría en regadera, sintió necesidad de sumergirse unos minutos en agua tibia.
Diminuto se concentró en el agua y la cargó de una luz especial propia de los elementales, revoloteó unos segundos sobre la cabeza del niño y silencioso se posó sobre las suaves y coloridas toallas de algodón colocadas cuidadosamente, por la madre de Sueños, en una repisa.
El pequeño se metió al agua, se recargó en un extremo usando una toalla a manera de almohada. Cerró los ojos.
Casi instantáneamente volvió al cilindro de espejo, ya no podía ver más los animales e insectos pero seguía cayendo. Diminuto aleteó sobre el agua salpicando ligeramente el rostro del niño, quien, al sentir las pequeñas gotas sobre la piel de sus mejillas y párpados, dejó de caer, una fuerza invisible lo depositó suavemente sobre un pastizal esmeraldino, suave, húmedo y terso. El niño se irguió y recorrió con la mirada los alrededores, descubrió campo, un río que cruzaba un bosque y desembocaba en un lago, al fondo, una cordillera nevada llenaba el horizonte.
Caminó sobre el pasto de nube con el corazón latiendo en sus oídos y agitando su pecho. Sintió necesidad de sentarse unos momentos al tiempo que la amplia sombra de un árbol aparecía ante sus pasos. Volteó para mirar, un ancho tronco lo invitó a recargarse en él, así lo hizo.
El pecho del pequeño dejó de vibrar, y sus oídos ahora dejaban entrar el sonido del agua al correr, mezclada con el viento fresco y ligero, y los cantos de algunas aves invisibles.
El río corría a un par de metros de Sueños, en su superficie revoloteaban unas hadas pequeñas, traslúcidas, con rostros indescifrables, que emitían un sonido líquido, una especie de goteo cristalino, tan audible como visible.
El niño estaba encantado con la danza de esas pequeñas elementales cuando un sonido de yerbas moviéndose lo distrajo, descubrió a un costado del árbol a un par de gnomos color tierra que lo miraban risueños. Son duendes, pensó. Los pequeños seres rieron al tiempo que corrían a la orilla del río para espantar a las hadas, que juguetonas salpicaban los cuerpos de los gnomos agitando rápidamente sus alas y chapoteando sobre la superficie.
El viento empezó a soplar con más fuerza, algunas hojas se elevaron y Sueños las siguió con la mirada, un par de ellas lucían peculiares, eran dos pequeños seres alados tomados de la mano, en su vuelo parecían silbar. Pasaron volando sobre la cabeza de Sueños y fueron a posarse a orillas del río. Una vez ahí emitieron un sonido dulce que llamó la atención de las hadas del agua y los gnomos. Los seis pequeños elementales voltearon a ver simultáneamente a Sueños, éste reaccionó enderezándose. En una fracción de segundo el niño se vio rodeado por los seis elementales, quienes mirándolo fijamente lo invitaron a seguirlos. El niño se puso de pie y curioso caminó tras ellos.
Un sendero angosto los condujo a un amplio claro, que a los ojos de Sueños parecía perfectamente circular. Justo en el centro, una construcción de forma cónica y color blanco parecía flotar sobre la yerba verde. Los elementales se alinearon e indicaron al niño que se acercara al enorme cono. Una escalera de madera roja se desdobló del suelo a la base del cono. El pequeño volteó para mirar a sus seis guías, no los encontró a ellos pero sí a Diminuto quien le indicó que subiera por la escalera y entrará al cono a través de una oquedad que se abrió al momento en que Sueños decidió mentalmente que entraría.
El interior era cálido, agradable, impregnado por un olor que a Sueños le recordó las tiendas de velas aromáticas a las que su madre entraba siempre que tenía oportunidad. El niño se quedó parado justo en la entrada y desde ahí contempló una visión que le pareció imposible, el interior del cono era amplio, mucho más de lo que su exterior expresaba. En el centro había una mesa de un material parecido a la madera pero brillante como metal, estaba colocada sobre tres tapetes circulares, de diferentes tamaños y colores, colocados concéntricamente. En una parte del muro se apreciaban signos diversos. Diminuto, que había entrado detrás del pequeño, le dijo que esos eran los signos de los tiempos, y que él los había escrito ahí. Eran sus mensajes para sí mismo.
-Yo no escribí nada. Respingó Sueños. -Nunca había estado aquí.
-Claro que has estado amiguito, no lo recuerdas ahora pero lo harás muy pronto.
Repentinamente el piso comenzó a moverse hacia abajo, Sueños se sintió en un elevador en el que lo único que se movía era el piso, cuyo diámetro se iba adaptando a las dimensiones del cono. Diminuto revoloteó alrededor de la cabeza del niño durante los segundos que el piso tardó en detenerse.
-Camina hasta la chimenea que ves al fondo. Indicó Diminuto.
El pequeño ya había visto el fuego y dando pasos lentos caminó hacia él. Cuando se encontraba a tres metros de distancia aproximadamente, dos largas salamandras se levantaron sobre el fuego y con su danza hipnótica cautivaron el niño haciéndolo caer de espaldas sobre una mullida alfombra dorada que apareció para suavizar la caída.
El pequeño cayó en un profundo sueño en el que dialogaba con una persona cuya silueta oval era lo único visible, ni su rostro ni su cabello ni sus ropas podían verse; sin embargo, se trataba ciertamente de una persona, un ser con vibración similar a la de los hombres pero más sutil… con una voz pausada, cálida y casi melodiosa.
- Estás en un momento de tu vida en el que debes tomar decisiones difíciles. Estás entre tus apegos y la liberación de este sistema de cosas. Si decides desapegarte, muy pronto saldrás de aquí; de lo contrario, el mundo te seducirá y atrapará nuevamente, retrasando tu partida algunos siglos más.
- Soy apenas un niño, ¿cómo es que debo irme?, ¿y mis papás, mis juguetes, mi escuela y mis amigos?
- Tus padres son tu entrada al mundo, tú los elegiste con plena consciencia. Te alcanzarán en algún momento pero quizás no los recordarás. Los amigos tienen su propio camino. Los juguetes y lo demás son meras ilusiones…
Sueños no pudo escuchar más, las sentencias del ser oval lo habían desconcertado a tal grado que perdió la conexión.
Después de unos instantes abrió los ojos, se encontraba acostado sobre la yerba, fuera del cono, sentía una corriente cálida recorriendo su cuerpo; sobre él, a escasos metros, flotaba una nube de forma circular que parecía girar sobre su eje emitiendo aros de luz casi imperceptibles. El pequeño se incorporó, miró una escalera en espiral que parecía subir hasta la nube. El niño se aproximó a ella, apoyó su mano en el barandal y una gran fuerza lo jaló hacia el interior de la nube, donde unos seres iridiscentes miraron su corazón, la pequeña esfera negra que la oscuridad sembró en los lejanos tiempos de la gran caída seguía ahí…
Diminuto había permanecido silencioso durante tres días en los que esperó que su captor olvidara su presencia, tres días bastaron para que el mundo sedujera nuevamente a Sueños, tres días, algún olvido, un gen quizás, de esos que no vienen de las estrellas.
Diminuto palideció de tristeza, aquella gota cristalina de promesas había sido vehículo a una aventura fugaz, intrascendente. En algún rincón de los registros akáshicos de Sueños se habían perdido los recuerdos, y ahora, el pequeño tendría que recobrarlos durante un par de siglos más…
Los domingos por la mañana la madre de Sueños se quedaba hasta tarde en cama y su padre salía con sus amigos a jugar futbol. Así que el pequeño disfrutaba preparándose el desayuno a base de cereal con plátano y un vaso de leche con chocolate. Hipnotizado por el televisor consumía su desayuno, perdiéndose en las quimeras plasmadas en la pantalla, las hojuelas y su bebida. Miraba los dibujos animados e ingería las fórmulas manipuladas que lo fijaban al mundo. Entre programas televisivos, golosinas, juegos de video, y más; la fuerza invisible, que amarra a los seres del planeta azul a la mecanicidad desquiciante decretada por los señores oscuros desde su cárcel en el centro del planeta, se apoderaba de la mente y cuerpo del pequeño…
Los elementales, el cilindro de espejo, los mensajes oníricos, el cono y la nave de nube volvieron al mundo antimateria; dejando atrás al pequeño, que en su confusión infantil atrapó a un diminuto mensajero celeste que llegó a recoger su espíritu extraviado en un mundo de ilusiones, engaños y esclavizado a la materia.
Flotando dentro de su pequeña gota Diminuto espera, con el semblante quebrado y la mirada triste…
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