¡Basta ya!
El futuro de Nicaragua
Edmundo Jarquin, El País
Cuando en 2016 publicamos un libro colectivo —El régimen de Ortega, ¿una nueva dictadura familiar en el continente?— teníamos certeza de que la crisis de Nicaragua era inevitable, pero desde luego el momento nos ha sorprendido a todos. Incluso a Ortega. Cuando se han cumplido tres meses del estallido de la crisis, que ha dejado más de 300 muertos, corresponde una reflexión sobre sus causas, naturaleza y eventual desenlace. Lo hacemos en torno a pocas tesis.
Nicaragua lucía, en una región convulsa, como un paraíso de estabilidad, seguridad y crecimiento económico. Tenía los índices de seguridad ciudadana más altos de Centroamérica y una tasa de crecimiento superior de la zona (con excepción de Panamá). Mientras algunas de las principales revistas internacionales de turismo promocionaban su destino, los organismos financieros internacionales calificaban con complacencia su desarrollo. La opinión internacional no sabía, pues Ortega había logrado pasar “agachado” frente a los reflectores de la atención internacional, que era un caso de estabilidad, seguridad y crecimiento económico autoritario. Primera tesis.
El régimen de Ortega acumulaba agravios de diferentes sectores sociales. Los estudiantes sentían el control mafioso de la orteguista Unión Nacional de Estudiantes. Los pobladores urbanos y campesinos, para acceder a programas sociales, debían inscribirse en el partido de Gobierno. Los empleados públicos debían gritar consignas y aparecer serviles. Los empresarios rumiaban en silencio que debían pasar por las argollas del poder orteguista, para acceder a decisiones, trámites, licencias y favores. Y los sectores políticos democráticos, sometidos a represión selectiva, éramos excluidos en la reversión y perversión del proceso democrático.
Esos agravios sectoriales, si se quiere de naturaleza micropolítica, terminaron encadenándose en un estallido social pluriclasista y articulándose con la macrodemanda democrática del fin del régimen, que con masiva represión sangrienta reveló su carácter dictatorial. Segunda tesis.
Ortega es más vulnerable frente a presiones externas y la comunidad internacional, en especial América Latina, ha reaccionado más rápidamente que en las vacilaciones sobre Venezuela
La tercera tesis es que no se trata de un conflicto armado. Las únicas armas son las de Ortega, que ha reprimido a través de la policía y unas fuerzas paramilitares que constituyen un verdadero ejército irregular. Más del 90% de las víctimas, como ha señalado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), provienen de la insurrección cívica. La diferencia de otros ejemplos de rebeldía cívica, y se pone el ejemplo de Sudáfrica, Ucrania y Chile, es que no hubo fuerzas paramilitares a cargo de la represión.
En la protesta contra Ortega ha quedado bastante dibujada la distinción entre orteguismo y sandinismo. Son numerosos los casos de gente, desgarrada por sus parientes asesinados, presos y desaparecidos, que dicen: “Soy sandinista, pero no danielista”. La privatización personalista y dinástica del FSLN generó un proceso de exclusión de muchos militantes sandinistas, a los que se han agregado rupturas internas recientes por la represión frente a gente desarmada. Cuarta tesis.
Aunque Ortega haya recuperado control territorial a base de un saldo trágico por el terror, ha profundizado su divorcio de la población nicaragüense que continúa protestando y ha provocado un creciente rechazo de la comunidad internacional, como quedó patente en el Consejo Permanente de la OEA. Más represión, más rechazo dentro y afuera. Quinta tesis.
La pregunta que muchos se hacen es si Ortega repetirá el caso de Maduro en Venezuela, cuya caída se veía inminente. Difícil.
Ortega es más vulnerable frente a presiones externas, y la comunidad internacional, en especial América Latina, ha reaccionado más rápidamente que en las vacilaciones sobre Venezuela; la interdependencia económica y humana en la subregión centroamericana es más fuerte, y el apoyo de los países vecinos a la resolución en la OEA, con la única abstención de El Salvador, anticipa su reacción; gran parte de sectores sociales incluidos como actores en la revolución sandinista repudian a Ortega; la persecución a la Iglesia católica galvaniza resistencias dentro y fuera de Nicaragua; no existe la presencia cubana en el ejército y los aparatos de inteligencia y la población está unida en torno a la demanda de justicia y democratización.
Ortega no tiene capacidad de volver a su modelo de estabilidad autoritaria; tampoco puede encabezar la transición democrática. Está, estratégicamente, derrotado.
Edmundo Jarquín fue embajador de Nicaragua en España durante el gobierno sandinista de los años 80.
regina