Atrocidades

Guerra, genocidio: A propósito del dolor de los desconocidos

2018-09-01

Lejos, muy lejos, ha tenido lugar la persecución de la minoría de los rohingyas por...

José Andrés Rojo, El País

De tanto en tanto llegan imágenes y noticias de algunos terribles acontecimientos que suceden muy lejos de aquí. Hay guerras y un montón de gente tiene que abandonar sus casas, y huir. Existen lugares donde llegan los enemigos y se llevan a jóvenes y adultos como prisioneros, quién sabe qué suerte correrán. Lejos, muy lejos, ha tenido lugar la persecución de la minoría de los rohingyas por el régimen de Myanmar, la antigua Birmania. Una persecución que quiere decir matanzas y violaciones y humillaciones sin fin. En otro punto remoto, de pronto se precipitan desde el cielo toneladas de explosivos y mueren un montón de niños. Fueron los aviones de Arabia Saudí en su ofensiva contra los Huthi, en Yemen. Mientras tanto, la guerra de Siria agoniza y para muchos de los que tuvieron que salir corriendo ha llegado la hora del regreso.

Ahí están las fotografías que recogen algunas de estas tragedias. Se publican una y otra vez hasta el punto de que casi pierden significado. Están las largas caravanas de los refugiados que vuelven a casa, las colas de los perseguidos, la fila de unos niños que fueron apresados por unos y que se los devuelven a los otros. Hace falta fijarse con mucha atención para reconocer, en cada uno de esos rostros —extraños, desconocidos, remotos— las huellas del dolor. Algunas veces, incluso, en medio de aquellos infiernos hay niños que sonríen.

No es fácil expresar el dolor, verbalizarlo, darle forma. Hay solo unos pocos que consiguen hacerlo. Es el caso de Marguerite Duras. Ya casi al final de la II Guerra Mundial, durante los últimos días de la ocupación alemana de Francia y los primeros días de la liberación, fue escribiendo un diario. No se publicó hasta 1985 y en España la traducción se hizo en 1999. Lo que hay en esas páginas, que se titularon El dolor, es su experiencia, y es única. Como son únicas las experiencias de cada una de esas personas que día tras día llenan las páginas de los periódicos para ilustrar de manera abstracta el dolor de la guerra y las persecuciones.

Alemania está a punto de ser derrotada y Marguerite Duras teme que a su marido, Robert L., le peguen un tiro. Los nazis se lo llevaron a un campo de concentración y, en los estertores del final, Duras empieza a obsesionarse con que se lo han quitado de en medio. Sueña que lo asesinan y que lo dejan tirado en cualquier parte. “Yo lucho contra las imágenes de la cuneta oscura”, dice.

Lo busca incansablemente, acude donde llegan los prisioneros recién rescatados, pregunta una y otra vez. Su dolor nos resulta familiar porque familiar es el escenario donde lo vive, París, y familares los verdugos y las víctimas. Son casi todas mujeres a las que les toca ese tormento tan desgarrador de la espera. “Somos la vanguardia de un combate sin nombre, sin armas, sin sangre vertida, sin gloria, la vanguardia de la espera”, apunta en las páginas de su diario.

“Ahora, entre el amor que tengo por él y el odio que les profeso, ya no sé distinguir. Es una sola imagen con dos caras. en una de ellas está él, con el pecho frente al alemán, con la esperanza de doce meses que se ahoga en sus ojos, y en la otra cara están los ojos del alemán que apuntan”, escribe. Es una imagen que atrapa los delirios del dolor. La literatura de Duras los expresa. En las imágenes que recogen los periódicos de los dramas del otro lado del mundo, ese dolor queda mudo.



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