Pan y Circo
Siervos de la reelección
Tonatiúh Medina | Revista Siempre
Pocas cosas nos pueden sorprender ya, el jefe del Ejecutivo ha sido más que claro, no hay confianza en las instituciones del Estado y por alguna extraña razón él siempre tiene otros números.
Este ha sido el ejercicio de gobierno probablemente más opaco al que nos hayamos enfrentado y, aunque se afirme lo contrario, el famoso proyecto “siervos de la nación” trabaja desde antes de la elección y empezó a cobrar mayor notoriedad cuando se nos informó que se tenía proyectado armar un complejo rompecabezas o padrón de beneficiarios de los programas sociales que ofrece la presente administración.
Todos y cada uno de los programas sociales parten de un muy perverso pero efectivo punto de partida, son universales, o sea, se reparten sin ningún tipo de restricción, salvo que el empadronado exista y respire, carecen de reglas de operación, no se conoce la lista de beneficiarios, tampoco cuánto se le paga a cada “siervo de la nación” y, lo mejor de todo, dadas las restricciones presupuestales a Coneval e INEGI, con mucha seguridad no vamos a saber su impacto, ni cuantitativo ni cualitativo, es —por decir lo menos— “una repartidera de dinero” cortesía de los contribuyentes mexicanos.
Dichos programas sin duda servirán de algo, en especial a los más desprotegidos, sin embargo, a pesar de la necesidad en la que estos grupos se encuentran, los contribuyentes tenemos el derecho de saber cómo, cuándo y dónde se gastan nuestros impuestos. La transparencia había sido un avance sustantivo en la construcción de la democracia mexicana, pero ahora parece que también será desmontada.
Analistas y voces afines, que protegen los intereses del jefe del Ejecutivo, han salido a defender este proyecto desde la justicia, la necesidad y la universalidad que guarda la entrega de estos apoyos, también han prometido y empeñado su palabra, asegurando que en algún momento conoceremos las tripas de dicha política pública.
Pero —siempre hay un pero— los “siervos de la nación” son todo menos servidores públicos, por tanto, no hay escrutinio, regulación o transparencia en su actuar; desconocemos quiénes son, cuántos son o cuánto cobran; también ignoramos los materiales y la batería de preguntas del famoso padrón, no sabemos si trabajan bajo supervisión de la ya extinta Sedesol o si son un brazo operativo del partido Morena.
Sin duda es un proyecto fascinante, más que una solución a problemas públicos, la nueva política social es un conjunto de transferencias de dinero a la población que se considera más vulnerable: mujeres, ancianos y jóvenes desempleados; quienes son empadronados por algo que parece un ejercito de promoción electoral. Dichas acciones se abstraen de la fiscalización del Estado mexicano y de la sociedad, se coordinan desde la presidencia con los 32 superdelegados y estos se sientan a pactar con los gobernadores en cada una de las entidades federativas.
La transparencia había sido un avance sustantivo en la construcción de la democracia mexicana, pero ahora parece que también será desmontada.
Toda política social tiene un fin y un efecto electoral, este es el primer intento de compra directa del voto o de amortiguar una probable y grave desilusión ante la imposibilidad de resultados prontos y efectivos —Regidor y Casar dixit— digamos que es un “seguro contra la realidad”.
¿Podrán comprar el voto ciudadano impunemente? ¿Por qué estos programas y los grupos como los “siervos”, que son financiados con dinero público, no están bajo el escrutinio del INAI, Coneval o INEGI? ¿En qué momento conoceremos los padrones de beneficiarios? ¿Por qué tanta secrecía?
Si al presidente todo le sale a pedir de boca, igual que en Venezuela, estaremos subsidiando directamente, sin condiciones ni filtros a los más necesitados quienes, en un gesto de lealtad, probablemente sean el anclaje de una muy democrática dictadura.
O quizás le suceda lo mismo que al PAN y al PRI, a pesar de los programas sociales, la derrota ya los esperaba.
regina