Espectáculos

Rosalía, audacia y sobrexposición

2019-12-11

Rosalía ejercía de cantaora dónde y cuándo podía: el circuito...

Por DIEGO A. MANRIQUE | El País

Madrid 11 DIC 2019 - 09:18 CST
Ha sido todo tan vertiginoso y tan bestial que conviene recapitularlo para entender sus dimensiones ahora que acaba su gira mundial con un concierto en Madrid. Hasta mediados de 2018, Rosalía Vila Tobella (Sant Esteve Sesrovires, Barcelona, 26 años) era más o menos conocida como intérprete de flamenco, con un álbum audaz, Los Ángeles, confeccionado a medias con el guitarrista Raül Refree para la compañía Universal. Sin embargo, las leves heterodoxias en arreglos o producción nada sugerían de lo que vendría después.

Rosalía ejercía de cantaora dónde y cuándo podía: el circuito del flamenco no se abre a una paya catalana así como así. Mientras, iba preparando sigilosamente el gran reciclaje. Atención: lo que hizo no es habitual ni siquiera en artistas que vienen de familias millonarias. Trabajó en complicidad con un músico cosmopolita, Pablo Díaz-Reixa, más conocido como El Guincho. Una producción de lujo, bases digitales arropadas por coros y orquesta sinfónica, con arreglos de profesionales como Jesús Bola y Joan Albert Amargós. Más el punto andaluz garantizado por Las Negris, Los Mellis, Nani y Lin Cortés.

Pop electrónico con denominación de origen para el relato, quizás un tanto forzado, del viacrucis de “una relación tóxica”. Nada que ver con la afinidad que mantuvo con el trapero Antón Álvarez, alias C. Tangana, que firma discretamente como coautor de casi todos los temas de lo que se bautizaría como El mal querer. Un disco que Rosalía financió y que luego licenciaría a la multinacional Sony Music, marcando distancias con la anterior compañía y evitando encasillamientos. ¿Hemos dicho que la chica es más inteligente de lo que se estila en su oficio? Cuidadosamente empaquetado y traducido en videos llamativos, El mal querer gozó de una repercusión inmediata en todo el planeta. Atención a la siguiente jugada: en vez de limosnear por el rebosante mundillo latino, Rosalía pactó con oficinas y medios que trabajan el mainstream internacional, donde rápidamente detectaron que allí había algo diferente y seductor.

De ahí la escasa pertinencia de las acusaciones de “apropiación cultural”, primero provenientes de las capillas gitanistas del flamenco y luego de los círculos caribeños del reguetón, pasmados por el impacto de “la blanquita”. En la práctica, lo de Rosalía se vende como sonido urban, que es en sí mismo un eufemismo de mercadotecnia para referirse a la subcultura afroestadounidense. El sonido mundial, aquí sazonado con pimentón y azafrán.

Rosalía encaja de forma natural en el modelo de artista del siglo XXI: curiosa, preparada, valiente, sexi. Alguien que lucha por su autonomía (creativa, económica, amorosa) a la vez que aprovecha las posibilidades para colaborar. No se pone fronteras: los duetos y temas sueltos que ha sacado tras El mal querer se alejan conscientemente del flamenco. Nativa digital, maneja las redes con soltura y parece ir más veloz que su discográfica oficial. Pero también se deja llevar: recuerden su cameo, perfectamente gratuito, en Dolor y gloria.

La vedete
Sabemos que puede cantar con finura pero sus directos obedecen a la lógica del show moderno. Rodeada por automatizadas bailarinas, con la música mayormente enlatada, sigue el prototipo de vedete liberada que estableció Madonna a principios de los ochenta. Tiene Rosalía una belleza atípica que miman las luces. Y se permite caprichos como incluir éxitos gitanos de Las Grecas o Parrita, guiños que seguramente pasen desapercibidos para los públicos guiris.

Esa es otra. De momento, Rosalía no ha roto, comercialmente hablando, fuera de los países hispanoparlantes. Puede actuar en cualquier lugar del mundo, gracias al brío de sus espectáculos y el magnetismo de su leyenda (la flamenca-que-quebranta-esquemas). Para superar el destino de quedarse en exotismo de temporada, necesita seguramente facturar música más global.

Por eso, por lo delicado de su situación, ayuda poco el desmesurado tratamiento mediático que recibe en España. Esta es una tierra muy cateta en lo musical, que parece solo tener hueco para celebrar a una única figura nacional en un determinado momento; tal vez se hayan dado cuenta de que, sin proponérselo, Rosalía ha eclipsado a las demás vocalistas femeninas que llegaron en los años anteriores.

La búsqueda de titulares prescinde de cualquier sensatez: se pueden leer cálculos de “la fortuna de Rosalía” que sencillamente no toman en cuenta los mínimos porcentajes —de Spotify o YouTube— ni la obligación de pagar los sueldos, los gastos de su extenso equipo. Malo cuando la ignorancia se combina con la envidia. Así que haríamos bien en declarar una moratoria. Desde ya: hablar de Rosalía solo cuando tenga verdaderas novedades; es demasiado joven para opositar a juguete roto.



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