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Jair Bolsonaro, el empresario en jefe de Brasil

2020-01-06

A pesar de su retórica agresiva, Bolsonaro ha aprendido la fórmula para mantener...

 

Carla Jiménez, El País

A lo largo de 2019, el nombre del presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, ha resonado por todo el mundo: por negar los incendios en la Amazonia, por callarse ante los abusos contra los derechos humanos en su país o por sus provocaciones a quienes le critican por sus posiciones contra el medio ambiente, la prensa o las minorías. Con Leonardo DiCaprio, Emmanuel Macron y Greta Thunberg como blancos de sus invectivas, Bolsonaro ha puesto energía en promocionar insultos, en una narrativa que lo pone en evidencia. Sin embargo, cuando sus interlocutores son empresarios, el mandatario brasileño muestra su cara más amable. “Ustedes son verdaderos héroes”, decía en uno de sus últimos discursos al ecosistema corporativo nacional, al cual ha prometido facilitar la vida para que pueda invertir y prosperar. “Si encuentran algún decreto que les ponga dificultades, vengan a nosotros para que lo cambiemos si es necesario”.

En la batalla entre el desarrollo económico de Brasil y la preocupación global por la preservación de la naturaleza, el mandatario brasileño ha escogido claramente el primer bando: Bolsonaro, de hecho, prácticamente ha gobernado para el sector privado en su primer año, aplicando reformas para facilitar la vida al mundo de los negocios. No está solo: en el Parlamento brasileño, que se estrenó junto con él en enero del año pasado, hay hoy una mayoría de políticos con la vista puesta sobre la economía, tratando de reducir constantemente el papel del Estado e incentivando la acción de las empresas. Ese entendimiento entre Ejecutivo y Legislativo garantizó la aprobación de la tan reclamada reforma de las pensiones, una batalla que parecía perdida hace décadas.

La economía brasileña sale poco a poco de una larga fase de letargo. Se mueve a cuentagotas, sí, pero lo suficiente como para ensayar una recuperación y marcar distancias con la recesión sufrida en 2015 y 2016. En 2019 el crecimiento del país sudamericano rondará el 1%, y este año ya se da por sentado que la expansión superará el 2%: un potente balón de oxígeno para Brasil tras casi un lustro de recesión y crisis política. “Nuestro plan era crecer un 1% este año. Ahora queremos un 2% en 2020, un 3% en 2021 y un 4% en 2022”, aseguraba recientemente el ministro de Economía, Paulo Guedes.

La mano derecha de Bolsonaro para todo lo relacionado con las finanzas tiene una agenda de reformas en mente para el próximo año, entre ellas una tributaria y otra administrativa, dentro de un plan para reducir el laberinto burocrático que sitúa a Brasil en una mala posición en el índice de facilidad para hacer negocios del Banco Mundial. Guedes se prepara, además, para privatizar centenares de empresas estatales, que van desde compañías de tecnología del Gobierno a la compañía de generación de energía (Eletrobras) —esta última, aún pendiente de aprobación del Congreso—. También apura un nuevo marco legal para ampliar las inversiones privadas en saneamiento básico, que promete una entrada de fondos de 155,000 millones de euros hasta 2033, y más fuerza para el sector de infraestructuras, paralizado desde 2014, cuando la operación contra la corrupción Lava Jato alcanzó a las constructoras.

Las empresas se fían de la capacidad del Gobierno Bolsonaro de cumplir sus promesas, después de haber desatado algunos nudos que parecían eternos, como el acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur, cerrado a finales de junio. El anuncio de que ambos bloques finalmente habían alcanzado un consenso dejó claro que la apertura de Brasil ya no es una realidad tan distante. “Eso nos obliga a pensar en grande”, dice José Augusto Castro, presidente de la Asociación de las Empresas de Comercio Exterior (AEB). Sus proyecciones favorables van más allá del año recién estrenado, cuando se espera la ratificación de los pactos específicos entre los dos bloques. El presidente de Citrus, Ibiapaba Neto, que representa a los productores de zumo de naranja —Brasil es, de largo, primer productor mundial—, también se anima. “Cerramos un acuerdo con problemas e imperfecciones, pero de una amplitud gigante que nos trae un futuro prometedor”, apunta. “Desde el punto de vista comercial, este es el Gobierno más pragmático que hemos tenido”.

Castro, de la AEB, confía en otras promesas hechas por el equipo de Guedes, como la reforma tributaria y administrativa. “Todas esas políticas van a reducir los costes para las empresas y las harán más competitivas”, celebra el representante empresarial, que llegó a temer que la retórica agresiva de Bolsonaro contra China en el pasado pudiera afectar los negocios con el gigante asiático. En campaña, el ultraderechista cargó repetidamente contra el país. “China”, decía por aquel entonces, “no quiere solo comprar en Brasil: quiere comprar a Brasil”. Los mensajes asustaron al principal socio comercial del país sudamericano en un momento en que la guerra comercial con EE UU empezaba a arreciar y Bolsonaro se mostraba cada vez más próximo a Donald Trump. Una vez en la presidencia, sin embargo, moduló su discurso. “China es, cada vez más, parte del futuro de nuestro país”, decía, ya en noviembre pasado, en un encuentro con el presidente Xi Jinping.

A pesar de su retórica agresiva, Bolsonaro ha aprendido la fórmula para mantener siempre encantados a los empresarios. Las últimas encuestas arrojan un 60% de aprobación entre los directivos de empresas, para quienes la reforma de las pensiones, concluida en octubre, ha sido música para sus oídos al abrir un horizonte de largo plazo con los gastos públicos más controlados. “Eso ha traído calma a las compañías, que se animan a invertir un poco más”, aventura Marcelo Lico, socio de la Crowe Auditoría. Lico tuvo que posponer las vacaciones de diciembre para atender al aumento de la demanda derivada de nuevos proyectos de sus clientes con la vista puesta en la próxima década, unas proyecciones que le han llevado a ampliar en un 40% su equipo. “Seguramente será un año tremendo”, confía el empresario. Como él, la mayoría entiende que Brasil está en el camino correcto.

Algunos hechos y números empiezan a respaldar un optimismo incipiente. Sectores que estaban parados, como la construcción civil empiezan —lentamente, eso sí— a generar puestos de trabajo. Las ventas de la pasada Navidad fueron las mejores de los últimos siete años, con un incremento de alrededor de un 5% respecto a 2018, según los datos de la Confederación Nacional del Comercio. El Gobierno dio fuerza a la mejora del consumo privado con la liberación de los recursos del Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio (una indemnización a la que el trabajador solo tenía acceso en caso de despido o para la compra de una vivienda). Este movimiento inyectó unos 7,000 millones de euros en el segundo semestre de 2019. Se sumó también la acción del banco central, con los tipos de interés más bajos de la historia —que pasaron del 6,5% al 4,5% en el transcurso del año—. La mediana siempre había superado la barrera del 10% hasta 2017 —y el 30% en la década de los noventa—, con algunas excepciones en los años de Dilma Rousseff 

Gran precariedad

También el empleo se recuperó en el tramo final del año, tras la caída registrada en el primer semestre. Noviembre cerró con 33,4 millones de trabajadores en plantilla, con un incremento de casi 400,000 formalizados entre septiembre y noviembre. Sin embargo, sigue habiendo casi 25 millones de personas empleadas por cuenta propia, muchas veces en condiciones precarias, y otros 11,8 millones trabajan sin contrato en el sector privado. En total, son 38,8 millones de informales, según las cifras del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). E incluso tras la mejora de finales de 2019, el desempleo sigue golpeando a 11,9 millones de brasileños y la informalidad sigue afectando a más de cuatro de cada diez trabajadores (utilizando la definición de ocupados, que incluye a los que están empleados, como mínimo, un día al mes). “Es una buena noticia que lleguemos a final de año con nuevos empleos formales, pero la informalidad demuestra que no es seguro que este sea un punto de inflexión para la economía”, dice Adriana Beringuy, del IBGE.

Otra realidad contrasta con la euforia del Gobierno y los empresarios: la de los brasileños de menor poder adquisitivo, los más perjudicados por la recesión y los que menos esperanzas tienen de un futuro mejor. “La gente anda cada vez con menos dinero y pide rebajas todo el tiempo”, lamenta Maria Elenice Alves, de 62 años, vendedora informal de ropa en las calles de São Paulo, informa Heloísa Mendonça. Alves calcula que su renta se ha reducido a la mitad en el último lustro y pese a haber escuchado durante todo 2019 que la economía está en la senda de la recuperación, ha tenido que lidiar con el desempleo de su marido, que siempre trabajó en el sector de la construcción. “Estamos apretados: no logro juntar dinero para la jubilación”, dice.

Los sectores menos favorecidos son, también, los más pesimistas con la evolución general de la economía. Según una encuesta de Datafolha, mientras el 57% de los más ricos está seguro de que la economía va a mejorar este año, solo el 39% de los que ganan el equivalente de dos sueldos mínimos tiene fe en el futuro económico del país. El Gobierno de Bolsonaro profundizó en el severo ajuste fiscal iniciado por el Gobierno de Michel Temer (2016-2018) y el equipo económico, con Guedes a la cabeza, ha optado por recortar los programas sociales para los que menos tienen. Y en su eterna persecución a la izquierda, también ha reducido inversiones en educación o cultura, siempre con un discurso agresivo.

Corrupción

En los últimos meses también ha visto crecer las denuncias de corrupción contra su hijo —y senador— Flavio Bolsonaro por sospechas de lavado de dinero cuando era diputado estatal. Y los señalamientos pueden alcanzar al propio presidente, al verse involucradas personas cercanas a ambos. Ese es uno de los principales motivos por los que su popularidad permanece en niveles bajos entre el común de los brasileños: el 38% desaprueba su acción de gobierno y solo el 29% la califica como buena.

El Ejecutivo considera que los 12 primeros meses en el poder eran los únicos en los que se podría aplicar el remedio amargo del ajuste fiscal. Pero, dentro de su filosofía liberal, espera que los empresarios correspondan a su política pronegocios con nuevos proyectos que generen empleos y asienten la mejoría económica que ya se empieza a percibir en las constantes macroeconómicas. Las inversiones públicas han sido reducidas al mínimo para forzar que las empresas y bancos se atrevan más a ir al mercado. La inversión privada está hoy en el entorno del 16% del PIB, aún por debajo de lo necesario para que Brasil supere un crecimiento que en el país sudamericano asemejan al vuelo de una gallina: la expansión media anual en las dos últimas décadas superó por muy poco el 2%. Un periodo en el que, sin embargo, la población también aumentó (conteniendo el avance de la renta por habitante) y el crecimiento del PIB vivió fuertes oscilaciones entre extremos: del alza del 7,5% en 2010, cuando Brasil se convirtió en uno de los objetivos prioritarios de muchos inversores internacionales, se pasó a la fuerte recesión de 2015 y 2016, cuando el PIB se contrajo un 3,5% interanual.

El crecimiento económico actual se apoya, sobre todo, en el consumo de las familias, que representa las dos terceras partes del PIB. Y uno de los grandes desafíos que tiene ante sí el Gobierno es cambiar este eje, que esconde la trampa del endeudamiento: los brasileños destinan más del 40% de su renta al pago de deudas. De ahí que el reto del gigante sudamericano sea hacer descansar una fracción mayor del crecimiento en la inversión privada, y que esta genere más empleo y renta, incentivando así un ciclo virtuoso. Armando Castellar, economista de la Fundación Getulio Vargas, está seguro de que 2020 va a traer más inversión empresarial. Por varios motivos: “Las bajas tasas de interés y la inflación, en el 3,9%, facilitan el crédito. Será un año mucho mejor”. Su previsión de crecimiento del PIB para este año —3%— es superior, incluso, a la del propio Gobierno.

Ronaldo Evelande, dueño de la empresa de alimentos Maricota, que emplea a 500 personas, es uno de los que está en sintonía con la política bolsonarista. “Los tipos de interés menores nos permitieron vender más este año: logramos crecer un 19%, el mejor resultado de la década y un señal que el consumo sigue aumentando”, comenta este productor de panes de queso. Él ha encontrado en el crédito barato un impulso para soñar a lo grande: su marca llega hoy a 17 países y planea estar en 50 en 2025. Para alcanzar su meta abrirá una nueva fábrica en Río de Janeiro este año, con un centenar de puestos de trabajo. Evelande votó a Bolsonaro en la segunda vuelta sin mucha convicción: simplemente, porque no quería que ganara la otra opción, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT). Pero ahora está contento con su política económica. Reconoce, en todo caso, que el presidente habla demasiado. “Cuando [un gobernante] habla bien allá afuera, nos ayuda. Y cuando no, puede perjudicar”.

Es casi un consenso entre empresarios que el presidente provoca ruidos innecesarios con su retórica. Pero Evelande tiene confianza en Guedes, el valedor de Bolsonaro cuando el mandatario aún era un proyecto de candidato a presidente a quien nadie tomaba en serio. Hoy, el presidente brasileño reconoce el poder de Guedes en su gestión. “Soy yo el que tengo que estar en línea con él, no él conmigo. Él es mi jefe en ese asunto, yo no soy su patrón”, dijo el mes pasado. Si los planes de Guedes salen bien, Bolsonaro ya puede soñar incluso con una reelección en 2022. Si no, su liberalismo radical será una mera página más en la historia de Brasil que el país tratará de olvidar en busca de tiempos mejores.

Pocas alegrías en educación

Simei Ribeiro de Souza dio un paso importante en su vida en 2019: cumplió 36 años y, tras compartir piso con amigos desde los 17, decidió comprarse uno. Su idea era alquilar él solo, pero los tipos de interés bajos le llevaron a ir un paso más allá, incluso si eso supone estar endeudado durante más de una década. “Hago esta compra en un momento muy favorable económicamente para el país”, celebra Souza, que da clases de Ciencias en una escuela privada de São Paulo. A la oferta de crédito más barato, se suman las rebajas en el precio de las viviendas, que arrastran una crisis de cinco años.

El profesor asume una deuda de más de 100,000 euros, confiando, claro, en que su empleo está asegurado en la escuela en la que lleva ya nueve años empleado. Tiene planes de ahorro para poder rebajar su deuda a la mitad en 2025 y, sobre todo, siente que la relativa estabilidad económica le permite acometer la compra. “[La economía] es la única cosa segura de este Gobierno. Es difícil pensar en un impacto positivo en otros temas, como la educación, la ciencia o el medio ambiente”, opina. Souza ha visto cómo muchos de sus colegas perdían las becas del Gobierno como consecuencia de la severa política de ajuste fiscal de Bolsonaro. Como maestro voluntario en escuelas públicas, también ha sido testigo de la ausencia de una mínima estructura por la falta de inversión. Y los recortes de gastos se redoblarán en 2020. “Incluso el agua en la escuela pública. ¿Cómo se puede vivir así?”, se pregunta. “Un país que no invierte en educación está destinado al fracaso”.


 



regina
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