Salud
Ciudad de México batalla por el cubrebocas
David Marcial Pérez | El País
México.- Mientras Juan López carga la bombona de gas en su bici, la señora del puesto de al lado le recuerda, con cariño, que no vivimos tiempos normales: “Cuídate, que te van a comer los gusanos. ¡Que no somos de hule!”. López no lleva puesto el cubrebocas y no es por desdén, cansancio o despiste, como otros de sus compañeros del mercado: ¿Para qué? Si te toca te toca. Además, es todo un plan de los Gobiernos. Cada 100 años sacan una enfermedad así para reducir la población”, dice antes de marcharse pedaleando a recargar el gas para su puesto de tacos.
El mercado Porvenir se despertó el fin de semana con la noticia de que está en una de las colonias con más concentración de casos de la covid-19 en Ciudad de México. La colonia Aldana, en la delegación de Azcapozalco, registró la semana pasada 14 infectados. Al tratarse de un barrio pequeño, apenas una veintena de calles, la incidencia del virus se traduce en un tasa de 388,6 por cada 100,000 habitantes, según los datos de la Secretaría de Salud de la capital. La mayoría de las colonias registradas en la lista oficial pertenecen a la periferia de la megalópolis mexicana, zonas eminentemente rurales donde la mayoría de la población trabaja, muchas veces de modo informal, en el centro y que por necesidad no han podido dejar de salir de sus casas y desplazarse cada día hasta dos horas en autobús y metro, el caldo de cultivo de la transmisión del virus.
En Aldana, un barrio también popular pero situado en la zona centro-norte de la ciudad, lo que hay es una mezcla de argumentos consipiranoides, como el de Juan López, y de falacias del optimista, como en el caso de Alberto Abad, el dueño del puesto de gorditas. “Si uno piensa mucho en la enfermedad, al final le va a dar a uno. Es una cosa que se arregla también mentalmente”, cuenta con el cubrebocas holgado y colocado por debajo de la nariz. “Me asfixio si lo llevo siempre apretado”. Este tipo de actitudes y razonamientos, reflejo en última instancia de la desafección y falta de confianza ciudadana en las instituciones, están en la diana del subsecretario de Salud López-Gatell durante sus últimas conferencias de prensa diarias. “El riesgo -dijo este domingo- no es para mí, ni para el presidente, ni para el Gobierno; el riesgo de que repunte la epidemia es para todos ustedes y la solución depende de la contribución corresponsable”.
La recomendación de usar o no el cubrebocas ha sido uno de los laberintos por los que se ha enredado el Gobierno mexicano. A comienzos de la epidemia, solo se aconsejaba para el enfermo. El 27 de abril “era de poca o nula” eficacia; el 29 de abril servía para disminuir la transmisión, sobre todo para quien tiene el virus, haciendo de “barrera”. El 25 de mayo, la mascarilla ya era “una medida auxiliar para reducir la propagación”. Este fin de semana, Lopez-Gatell atendió su conferencia por primera vez con el cubrebocas puesto y aconsejó definitivamente su uso, “particularmente en espacios cerrados”.
Más tajante ha sido la jefa del gobierno capitalino. Claudia Sheinbaum ha enfatizado la necesidad de usar el cubrebocas, ante las dudas sobre su eficiencia que plantea López-Gatell. Sheinbaum anunció la semana pasada que entre los barrios que menos usan la mascarilla están tres de las zonas más acomodadas de la capital: Condesa, Roma y Narvarte. Este lunes, el paisaje en el parque México, en el corazón de Condesa, parecía el de un lunes cualquiera antes de que hubiese estallado la pandemia. Decenas de jóvenes sin camiseta haciendo ejercicio en las máquinas al aire libre, perros y sus dueños paseando y niños y sus madres jugando en los columpios. Prácticamente nadie lleva puesto el cubrebocas. Una de las madres que observa a su hijo desde un banco del parque lo explica así: “Nosotros solo vemos a gente de nuestro círculo de confianza y cuando volvemos a casa nos lavamos bien las manos. Con eso, yo creo que es suficiente”.
La pandemia apenas afloja en México, con la capital como uno de sus puntos rojos, pese a empezar a marcar una tendencia descendente en la curva de contagio. El país ocupa el cuarto puesto mundial -por detrás de Estados Unidos, Brasil y Reino Unido- por número acumulado de muertes, con más de 35,000. Tras más de cuatro meses, las cifras y las previsiones del subsecretario López-Gatell han ido sufriendo severos volantazos para adecuarse a la realidad. López-Gatell empezó hablando de que la curva epidémica haría una meseta, después una cordillera, y ahora es una “loma larga”. El país ha vivido durante las últimas fechas el pico de mayor contagio. Aún así, hace apenas dos semanas López-Gatell se atrevía a declarar el fin del brote en la Ciudad de México, cuando pocos días antes las cifras no paraban de crecer en el país. El vocero del Gobierno tuvo que reconocer a principios de este mes que el número de muertes en la capital entre marzo y mayo fue tres veces mayor que el registrado en las ruedas de prensa diarias.
El 31 de mayo, el Gobierno federal decidía comenzar la desescalada con la entrada en funcionamiento de un nuevo sistema de control y advertencia: los semáforos. Aquel día, López-Gatell enseñó el mapa de la república con el color del semáforo correspondiente. 31 de los 32 estados estaban en rojo: “riesgo máximo”. Ciudad de México decidió pasar a semáforo naranja -”riesgo alto”- el 29 de junio, basándose en que la ocupación hospitalaria en la capital se mantenía en 59% y con tendencia a la baja. Sin embargo, dos semanas después, han echado marcha atrás parcialmente, volviendo a colocar en alerta máxima 34 colonias, que concentran a su vez el 20% de los casos en la ciudad. El Gobierno capitalino ha anunciado que a mediados de esta semana redoblará las acciones de prevención -más pruebas, control casa por casa, cierre de negocios callejeros- en estos puntos rojos.
“Aquí cuando empezó la alerta la gente sí se quedó en casa, pero cuando cambió al semáforo la gente empezó a salir demasiado”. Francisco Bocardo, 27 años, habla de otra de las colonias más afectadas: Olivar del Conde, en el centro-oeste de la ciudad. Francisco trabajaba en una tienda de zapatos del barrio durante los primeros meses de la pandemia. “Tuve que seguir yendo porque nos decían que si no íbamos no cobrábamos”. A mediados de mayo se empezó a sentir mal. También su esposa y su madre, que tenía una tiendita de tortas y antojitos. Los tres tuvieron que ser internados. Su madre, 55 años, murió a mediados de junio y Francisco, al salir de hospital, decidió heredar el puesto que ella regentaba. “La semana pasada me hicieron la última prueba para asegurar que ya no tengo el virus”, cuenta mientras va empanando filetes de ternera. No lleva puesto el cubrebocas. “Me lo acabo de quitar -dice- por el calor”.
Jamileth