Calamidades

El 2020 del presidente Donald Trump

2020-11-03

La reunión al aire libre fue una imagen idéntica del potencial evento de contagio...

Por Annie Karni | he New York Times

Este no fue el 2020 que el presidente Trump se había imaginado.

El año comenzó con Trump envuelto en un juicio político que duró meses y en el que se examinó una campaña de presión sobre el presidente de Ucrania para que investigara a sus rivales políticos estadounidenses. En retrospectiva, esa fue la parte fácil del año.

Desde el inicio de las elecciones primaras del Partido Demócrata —en las que se elegiría al candidato demócrata a la presidencia—, emergió el que quizás era su oponente más complicado, Joseph R. Biden Jr., un político de centro con atractivo para los moderados. Una pandemia mató a más de 230,000 personas en Estados Unidos y devastó las ganancias económicas que iban a servir como su principal argumento para la reelección.

Pero, en enero, Trump ya estaba celebrando eventos de campaña llenos de ira. Advertía que los esfuerzos de los demócratas para destituirlo de su cargo estaban diseñados para “anular las papeletas de decenas de millones de estadounidenses patriotas”.

El Senado, dividido casi totalmente en líneas partidistas, absolvió a Trump de los cargos de abuso de poder y obstrucción del Congreso para ayudar a su reelección. El presidente lo promocionó como una victoria y calificó de “corrupto” al proceso de destitución.

Volvió a la campaña electoral, y a menudo visitaba los estados donde los demócratas estaban celebrando sus elecciones primarias.

Después de que George Floyd, un hombre negro que no iba armado, fue asesinado en la custodia de la policía de Mineápolis, surgieron protestas contra la injusticia racial que se extendieron por todo el país. Para dispersar a manifestantes pacíficos que estaban en la plaza Lafayette, frente a la Casa Blanca, se usó un aerosol químico y balas de goma para que Trump pudiera realizar una sesión de fotos en una iglesia cercana que había sido vandalizada días antes.

La campaña de Trump promocionó un mitin —que se llevaría a cabo en junio en Tulsa, Oklahoma— como el regreso triunfal del presidente a la contienda. Aunque la campaña sostuvo que casi un millón de personas se habían registrado para obtener boletos, Trump se presentó frente ante un escenario casi vacío. Era una señal de que incluso sus seguidores estaban asustados por el coronavirus, a pesar de sus repetidos intentos para desestimarlo.

Justo antes del 4 de julio, de pie, frente al Monte Rushmore, Trump usó un discurso presidencial oficial para librar una guerra cultural contra una izquierda a la que describió con características monstruosas y señaló como una incitadora del caos que llevaba al país hacia el totalitarismo.

Trató de posicionarse como el candidato de la ley y el orden, y alegó que “turbas enojadas” querían derribar las estatuas de los fundadores de la nación y “desatar una ola de crímenes violentos en nuestras ciudades”.

El primer brote de coronavirus en la primavera afectó con fuerza a las ciudades y zonas del noreste de la Costa Oeste estadounidense, pero una segunda oleada en el verano se extendió por una franja más amplia del país. Los hospitales lucharon por contener el aumento de casos.

Su campaña sostuvo que celebrar el principal evento político de la contienda presidencial en propiedad del gobierno no era una violación de la Ley Hatch. Pero el evento simbolizó el derrumbe final de los límites entre gobernar y hacer campaña que Trump había estado erosionando durante años.

En septiembre, el día después de la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg, Trump y el senador Mitch McConnell, el líder de la mayoría del Senado, ya estaban en contacto con la jueza Amy Coney Barrett para llenar la vacante en la Corte Suprema. Dos días después, la nominaron.

El siguiente fin de semana, Trump recibió a la jueza Barrett, su familia y legisladores republicanos en la Casa Blanca para la ceremonia en la que anunció formalmente su nominación. No hubo distanciamiento social y pocos llevaban cubrebocas.

Ocho días antes de la elección, el presidente Trump consiguió la confirmación de su tercer juez nominado a la Suprema Corte. De inmediato organizó una ceremonia nocturna en el jardín de la Casa Blanca para juramentar a la magistrada Barrett. La reunión al aire libre fue una imagen idéntica del potencial evento de contagio masivo que organizó un mes antes cuando anunció su nominación.

En los últimos días de la campaña, Trump recorrió el país como si el virus que definió gran parte del año no existiera. Su posición rezagada en las encuestas impulsó una agotadora agenda de viajes, con hasta cinco escalas por día, para intentar apuntalar los votos en los estados que ganó en 2016.

En lugar de centrar su argumento final en la economía, acusó a los médicos de fabricar casos de coronavirus para ganar dinero, se quejó del intenso frío en estados como Michigan e insinuó que quería despedir a Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas del país. Antes del día de las elecciones, su última parada fue en Michigan, una repetición de los viajes que realizó hace cuatro años.



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