Como Anillo al Dedo
Todo el poder del papa Francisco
Daniel Verdú, El País
La tarde del 18 de abril de 2005, 115 cardenales entraron en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Juan Pablo II. El polaco había nombrado a 113 de aquellos purpurados durante sus 26 años de pontificado y para todos ellos era la primera vez que elegirían a un pontífice. Todo parecía más que atado para que una de sus criaturas tomase el relevo. Pero los cónclaves no son una ciencia exacta. El Espíritu Santo se inclinó al día siguiente por la opción más contracultural con aquel margen numérico y eligió a Joseph Ratzinger, uno de los únicos dos que no había nombrado Wojtyla. El otro, el estadounidense William Baum, iba en silla de ruedas.
Las mayorías no garantizan el mando en el cielo, y mucho menos en monarquías absolutas como el Vaticano. Pero el poder en la Iglesia se sostiene en un frágil equilibrio para el que no conviene desdeñar apoyos. El papa Francisco, a punto de cumplir 84 años y en pleno proceso de reformas, atravesó este sábado un importante umbral en autoridad, impronta personal e identidad del Colegio Cardenalicio que elegirá al próximo pontífice. El séptimo consistorio que convoca, uno cada año desde que fue nombrado en 2013 (nadie siguió ese ritmo desde Juan XXIII), suma 13 purpurados al corazón de la Iglesia y deja el número total en 229 (el sábado asistieron a la ceremonia solo 11 por la pandemia y todos con mascarilla, el resto lo hizo por videoconferencia). Hoy solo 128 tienen menos de 80 años y, por tanto, según la ley aprobada por Pablo VI hace medio siglo, tendrán permiso para elegir al siguiente papa. De ese selecto grupo, 73 son ya criaturas de Francisco; 39, de Benedicto XVI, y 16, de Juan Pablo II. Si la Capilla Sixtina fuera un hemiciclo, Jorge Mario Bergoglio tendría ya una amplia mayoría absoluta. Pero las cosas no funcionan así —o solo así— en el Vaticano.
El Colegio Cardenalicio cuenta con un total de 229 cardenales creados por el Papa actual y los dos papas anteriores: Juan Pablo II y Benedicto XVI.
De esos 229 cardenales, 128, los menores de 80 años, son electores, los que pueden elegir al próximo Papa.
De los 128 electores, 73 fueron creados por Francisco, 39 por Benedicto XVI y 16 por Juan Pablo II.
De los 229 cardenales del Colegio Cardenalicio, 106 son europeos y de ellos, 47, italianos.
16 son españoles: ocho electores y ocho no electores. Diez de ellos han sido nombrados por Francisco.
América Latina es, tras Europa, el continente con mayor presencia en el Colegio Cardenalicio, con 40 cardenales.
El mapa que configuran las birretas rojas de la Iglesia traza hoy el perímetro de una organización donde Italia ha perdido notablemente su influencia (ha pasado de 28 a 22 electores) desde que se reunió por última vez en un cónclave. Los números desaniman a quienes reclaman un nuevo papa transalpino 42 años después de la extraña muerte de Juan Pablo I y de su fugaz pontificado. El nuevo consistorio, que Francisco ha querido celebrar pese a la pandemia, subraya esa idea de periferia que entusiasma al Papa, con un crecimiento de los purpurados que llegan de África, Latinoamérica y Asia. Y traza un perfil de cardenales ajenos al linaje de los grandes núcleos de poder y alejados del epicentro romano. “Francisco está sembrando una especie de caos cultural, lingüístico y social que alejará la decisión para nombrar al próximo pontífice de cualquier lógica de poder tradicional”, apunta un obispo y alto cargo de la curia romana. De hecho, algunos purpurados, como el japonés Thomas Aquinas Manyo, ni siquiera comparten una lengua común para relacionarse en un futuro cónclave.
El español se impone
Hoy, un nuevo idioma avanza y esboza una potencia alternativa. España es el único país que ha tenido siempre un nuevo cardenal en cada consistorio de Francisco (esta vez ha nombrado al navarro Celestino Aós, arzobispo de Santiago de Chile). Una constante que la ha convertido, con 16 purpurados, en la segunda nacionalidad en número total (solo por detrás de Italia) y en la tercera en la cifra de electores (por detrás de EE UU, que tiene solo uno más). “Es evidente que el Papa tiene mucho interés por las cuestiones que llegan desde España”, señalan fuentes vaticanas. Y en ese nuevo papel, el cardenal y arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, es una figura muy bien vista en Roma.
El aumento de la presencia española, sumado a los nuevos latinoamericanos, está imponiendo la base de un gran grupo de unos 40 cardenales con capacidad de voto y el español como lengua materna. Además, muchos de estos prelados de Estados Unidos y todos los nuevos obispos que se nombran en ese país deben dominar el idioma para trabajar con sus comunidades hispanas (el presidente de la Conferencia Episcopal, José H. Gómez, es mexicano). Un nuevo núcleo comunicativo y de poder que debe tenerse en cuenta a la hora de pensar en el futuro. Sobre todo cuando se observa cómo en el propio Vaticano cada vez ocupan más puestos de responsabilidad, como la cartera de Economía o la Congregación para la Doctrina de la Fe. “El Papa se siente cómodo hablando su lengua. Es natural que sea así”, señalan en su entorno, un espacio de confianza muy reducido.
Los 73 cardenales que ha nombrado el Papa tienen perfiles muy diversos, siempre mucho más cercanos a la idea de la pobreza del pastor —como el polaco Konrad Krajewski, que ostenta el puesto de limosnero, encargado de caridad en el Vaticano— que al oropel del príncipe. El Papa se lo recordó el sábado y señaló a los que “usan al Señor para promoverse a sí mismos”. “Pensamos en tantos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. El color rojo del hábito cardenalicio, el de la sangre, puede ser el de una eminente distinción. Y ya no serás el pastor en el pueblo, sentirás solo ser la eminencia. Cuando sientas eso, estarás fuera del camino”, proclamó. En este consistorio se ha creado (ese es el término eclesiástico) a tres franciscanos, también al primer afroamericano (Wilton Gregory), que se ha batido por los derechos LGTBI; a un hombre llegado de Brunéi (Cornelius Sim) y a otro de Ruanda (Antoine Kambanda).
Entrar en la Capilla Sixtina cuando la sede está vacante y ver ensartado su voto en la cuerda que los une es la máxima aspiración de la mayoría de sacerdotes con ambición de poder. Pero los perfiles ideológicos son distintos, y ni siquiera en un nombramiento de este calibre rige por completo la lógica de la fidelidad. Algunos se han permitido criticar a Francisco cuando habían sido apenas anunciados, como el ruandés, que le afeó sus palabras sobre las uniones civiles de homosexuales hace pocas semanas. Otros, como el cardenal Gerhard Müller, están abiertamente en guerra teológica contra Francisco, que le vistió de rojo en 2014.
El retrato de los hombres de confianza de Francisco es particularmente borroso. Especialmente si hay que añadirles la birreta roja. “Es algo desconfiado. Nunca ha tenido un equipo estrecho, tampoco en Buenos Aires”, señala un laico que le conoce bien. Lo mismo sucede con quienes consulta las decisiones, opina su biógrafo Austen Ivereigh, autor del referencial El gran reformador (Ediciones B, 2015). “Consulta con muchos. Pero es imposible identificar un entorno particular. Escucha a mucha gente y luego toma la decisión en soledad. Es muy diferente a Juan Pablo II, que tenía un círculo muy claro. Eran los guardianes del acceso al Papa. Bergoglio no tiene nada de eso, no hay intermediarios”. Por eso, cree Ivereigh, el Papa también busca convertir el Colegio Cardenalicio en un consejo activo. “Los consistorios son una oportunidad para que se reúnan y se conozcan. Algo muy importante para la dinámica del cónclave”.
El círculo más próximo de cardenales, con quienes mantiene un contacto constante, podría trazarse uniendo la línea de puntos que separa a los siete purpurados que conforman el Consejo que le asesora en las reformas, el llamado C7: Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa (Honduras); Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano; Seán Patrick O’Malley, arzobispo de Boston (EE UU) y punta de lanza de la lucha contra los abusos; Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India); Reinhard Marx, arzobispo de Múnich (Alemania); Giuseppe Bertello, presidente del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, y Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinshasa. El Papa los eligió barajando el componente personal (como Maradiaga), pero también una procedencia geográfica que ampliase la representación de todos los continentes. El peso que tienen en el Colegio Cardenalicio cada uno de ellos, sin embargo, es desigual.
Los ‘king makers’
Los king makers o “grandes electores” son aquellos purpurados que tradicionalmente han creado corrientes de opinión decisivas en los cónclaves, como pudieron serlo en el de 2013 el propio Maradiaga o el estadounidense Donald Wuerl, que anunció entonces “una sorpresa” (la elección de Bergoglio, que apenas estaba en las quinielas). Algunos en el C7 lo son por el poder en sus iglesias, su talla intelectual o el dinero de sus organizaciones (como el progresista Marx). Pero fuera de ese órgano también hay nombres que representan algunas de las corrientes imperantes: el guineano Robert Sarah, para los conservadores (el preferido de Vox y de la ultraderecha), o el filipino Luis Antonio Tagle, para los más progresistas. Este último, actual arzobispo de Manila, fue nombrado por el Papa hace justo un año como prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Un cargo de enorme relevancia que otorga el sobrenombre de papa rojo a quien lo ostenta por su capacidad para realizar nombramientos. Todos son objeto de quinielas internas en un pontificado que, camino de cumplir el octavo año, parece haber abierto la veda para las conjeturas. También editoriales.
Reinhard Marx (Alemania, 67 años)
Arzobispo de Múnich, miembro del Consejo de Cardenales que asesora al Papa (C7) y punta de lanza de la corriente progresista que recorre la poderosa y rica Iglesia alemana. Tiene gran influencia y ha pilotado las reformas económicas. Fue creado en 2010 por Benedicto XVI.
Timothy Dolan (EE UU, 70 años)
Arzobispo de Nueva York y presidente de la Conferencia Episcopal de EU de 2010 a 2013. Carismático, influyente y abiertamente conservador. No se encuentra en la órbita de hombres cercanos al Papa. El pasado julio mandó a todos los cardenales un libro titulado The Next Pope, sobre la sucesión de Francisco. Fue creado en febrero de 2012 por Benedicto XVI.
Pietro Parolin (Italia, 65 años)
Es el secretario de Estado del Vaticano, el órgano más poderoso hasta hace poco en la Santa Sede. Diplomático de carrera, ha viajado por todo el mundo y conoce todos los rincones de la Iglesia y de sus líderes en el mundo. Es uno de los nombres más potentes que tiene ahora mismo Italia. Fue creado por Francisco en 2014.
George Pell (Australia, 79 años)
Fue el ministro de Finanzas de Francisco y miembro del C7 hasta que fue acusado por un caso de abusos a menores en Australia y se tuvo que marchar. El Papa siempre confió en él, pese a que se enfrentó de forma muy dura con el Papa en el Sínodo de 2014, y terminó siendo absuelto después de pasar 13 meses en prisión. Fuerte personalidad (apodado el Ranger), entrará en el próximo cónclave con el aura de mártir. Fue creado en 2003 por Juan Pablo II.
Óscar Rodríguez Maradiaga (Honduras, 77 años)
Arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del Consejo que Asesora al Papa en sus reformas (C7). Tiene una buena relación con Francisco y un peso importante en el colegio cardenalicio, pese a haberse visto salpicado por varios escándalos. En el último cónclave fue importante para la elección de Francisco. Fue creado cardenal por Juan Pablo II en 2001.
Seán Patrick O'Malley (EE UU, 76 años)
Arzobispo de Boston y autoridad moral en la lucha contra los abusos a menores en la Iglesia. Franciscano, reservado y muy preparado. Miembro del C7 y figura fundamental del colegio cardenalicio. Habla perfectamente español y conoce muy bien Latinoamérica. Es un excelente puente entre distintos grupos de cardenales. Fue creado por Benedicto XVI en 2006.
Luis Antonio Tagle (Filipinas, 63 años)
Arzobispo emérito de Manila y recientemente nombrado prefecto de la importante Congregación para la Evangelización de los pueblos (quien ostenta este cargo recibe el sobrenombre de Papa rojo). En la órbita del catolicismo progresista, mediático y con buenos contactos en China (su madre es de esa nacionalidad), muchos ven en él al Francisco de Asia. Creado en 2012 por Benedicto XVI.
Robert Sarah (Guinea, 75 años)
Arzobispo emérito de Conakry y prefecto de la Congregación para Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Punta de lanza de la corriente conservadora. Es el purpurado preferido de partidos como la Liga o Vox (Santiago Abascal se reunió con él cuando visitó Roma). Es un firme opositor a muchas de las políticas de Francisco. Fue creado en 2010 por Benedicto XVI.
Angelo Scola (Italia, 79 años)
Arzobispo emérito de Milán. Era el mejor situado en el cónclave de 2013. De hecho, la propia conferencia episcopal italiana anunció su papado por error la noche de la elección. Se opuso a la apertura de Francisco a permitir la comunión a las personas divorciadas. Conserva su influencia entre un aparte de los divididos purpurados italianos. Fue creado en 2003 por Juan Pablo II.
Odilo Scherer (Brasil, 71 años)
Arzobispo de Sao Paolo de origen alemán. Hombre moderado y candidato de la curia en el cónclave de 2013. Creado en 2007 por Benedicto XVI.
Juan José Omella (España, 75 años)
Arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal española. Prototipo del prelado con el que se identifica Francisco. Habla perfectamente francés y conoce bien África. Figura clave para los puentes del Vaticano con España. Creado por Francisco en 2017.
Oswald Gracias (India, 75 años)
Arzobispo de Bombay. Tiene mucha autoridad, hombre equilibrado. Es el representante de India, donde algunos de la Iglesia ahí han sido salpicados por escándalos. Se ha mantenido firme y ha conservado el respeto. Creado en 2007 por Benedicto XVI.
Angelo Becciu (suspendido) (Italia, 72 años)
Ha sido durante ocho años sustituto de la Secretaría de Estado, un puesto clave en la fontanería del Vaticano y de la Iglesia. Curtido como diplomático en lugares como Cuba o Angola, fue nombrado por Francisco Prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos. Se trata de uno de los cardenales más influyentes y preparados de la curia, pero el Papa le desposeyó de sus derechos como purpurado el pasado septiembre por un supuesto caso de corrupción. Todavía no ha tenido un juicio ni acusaciones formales. Fue creado por Francisco en 2018
El siguiente Papa
El influyente cardenal estadounidense Timothy M. Dolan envió el pasado julio un ejemplar de un libro con una pequeña tarjeta a cada uno de los purpurados del Colegio Cardenalicio del Vaticano. Se trataba de The Next Pope, de George Weigel, un ensayo sobre la sucesión de Francisco. Muchos quedaron estupefactos. Algunos recordaron que la ley prohíbe hacer ningún tipo de plan, especulación o prometer votos mientras el Santo Padre sigue con vida. El libro, a diferencia de otro aparecido en las mismas fechas casi con el mismo título —The Next Pope. The Leading Cardinal Candidates (El siguiente Papa. Los cardenales que lideran la sucesión), del periodista Edward Pentin—, no señalaba candidatos. Pero mandar a cada cardenal la obra, cuando en la Santa Sede conviven hoy dos papas, era abrir de forma abrupta el melón del siguiente cónclave. “Es una señal muy clara. Me da la sensación de que quiso mandar un mensaje: si en el pasado cónclave apoyaron la propuesta de nombrar a Francisco, esta vez quieren ellos dictar la línea. Y Dolan quiere ahora un papel de king maker”, apunta Fabio Marchese Ragona, autor de Los hombres de Francisco (San Pablo, 2018), un libro sobre los nuevos purpurados.
Francisco ha convivido con un papa emérito y la idea promovida por él mismo a su llegada de que seguiría el camino abierto por Joseph Ratzinger de dar un paso al lado. Pero cada vez hay menos gente convencida de que será así, especialmente mientras su predecesor siga vivo. Algunos creen que el próximo pontífice todavía no es cardenal. Un alto cargo de la curia ahonda en esa idea: “Hay muchos obispos pujantes. Hay que fijarse en nombres como el nuevo arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, o el recién nombrado cardenal Mario Grech”. Una teoría para la que habría que remontarse a Achille Ratti (Pío XI). Un papa importantísimo en un momento de dificultad en el que lidió con el ascenso del mundo soviético, Hitler o la Guerra Civil española. A Ratti lo hicieron volver de Varsovia, donde era nuncio. En 1921, Benedicto XV lo convirtió en arzobispo de Milán y lo hizo cardenal. Meses después lo eligieron papa tras 14 reñidas votaciones. El desacuerdo, señala la historia, no es nuevo.
Lucha de poder
Francisco soporta una de las luchas internas más violentas de las últimas décadas en la Iglesia. El sector más conservador ha cuestionado abiertamente sus reformas, la profundidad de su pensamiento teológico o la apertura a otras confesiones. Cuatro cardenales le plantearon unos dubia (una exigencia de aclaración doctrinal ante una exhortación apostólica que abría la puerta de la comunión a hombres y mujeres divorciados). Y un arzobispo y exnuncio en Washington pidió su renuncia hace dos años acusándole de haber encubierto abusos en el caso del cardenal McCarrick. La oposición más fuerte llega de EE UU, donde los obispos siguen inclinados hacia el sector ultraconservador y que hoy, casualidad o no, ha perdido dos cardenales electores frente a 2013. Pero Francisco, dentro y fuera de los muros leoninos, ha ido esperando a que se consumieran por sí solas esas oposiciones.
Uno de los libros de cabecera del Papa es Estrategia a la aproximación indirecta, del teórico militar Basil Henry Liddell Hart. Una doctrina que, sustancialmente, aconseja debilitar la resistencia ajena. “Es así, nunca se enfrenta frontalmente. Es muy hábil. La mayoría de veces espera que sus rivales se cuezan en su salsa”, apunta un miembro de la curia que despacha regularmente con él. Pero el caso de Angelo Becciu, un poderoso cardenal que hasta hace poco fue uno de sus consejeros, no fue exactamente así. El 24 de septiembre, lo citó en su despacho. Le acusó de haber favorecido a familiares con contratos de la Iglesia y, en una decisión insólita, lo despojó de todos sus derechos como cardenal recordando al mundo que el pontífice crea, pero también puede destruir. Becciu, uno de los más influyentes y carismáticos purpurados de la curia, gran esperanza de una parte del sector italiano, ya no podrá elegir ni ser elegido.
La mayoría de Francisco seguirá creciendo, también de forma pasiva (cuatro electores cumplirán 80 años en 2021 y perderán el voto). Nadie puede saber si Bergoglio llegará a la abrumadora cifra de Juan Pablo II, tampoco si identifica ya a alguien capaz de mantener y continuar sus reformas. Excepto contadas ocasiones —como el paso de Pío XI a Pío XII, que fue elegido en un cónclave relámpago en 1939—, es raro que un papa ponga cara a un sucesor. Sería mejor recordar la decisión del Espíritu Santo la tarde del 19 de abril de 2005.
JMRS
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