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La globalización y el fin de la utopía

2020-12-25

Mucho más allá de la burda guerra comercial iniciada por Donald Trump, la pugna pasa...

Por JOSEP PIQUÉ | Política Exterior

La globalización 'universal' ya no tiene recorrido. Vamos hacia un mundo de nuevo compartimentado y bipolar, cada uno con sus instituciones y normas, y con afán de preservar y combatir por áreas de influencia. La Trampa de Tucídides acecha.

Con la caída del muro de Berlín hace tres décadas, terminaba la guerra fría y el mundo bipolar. Un mundo compartimentado entre dos bloques con sistemas políticos, económicos y sociales enfrentados, entre los que, en el mejor de los casos, solo cabía la “coexistencia pacífica”, una vez descartado el enfrentamiento militar por el “equilibrio del terror” y el miedo a la destrucción mutua asegurada.

Es cierto que muchos países no se alineaban explícitamente en ningún bloque, o que en cada uno hubo fisuras y cambios de bando. Pero lo relevante es que eran dos mundos sin apenas ósmosis, con relaciones económicas y comerciales muy limitadas y controladas, y muy atentos a preservar sus áreas de influencia.

Ese mundo desaparece hace 30 años. La victoria de Occidente es total y absoluta y el adversario se rinde incondicionalmente. Para algunos, es “el fin de la historia” y el inicio de una nueva era en la que, con la generalización de los valores occidentales, el libre comercio de bienes, servicios y flujos financieros, la consolidación de las instituciones multilaterales para la gobernanza global creadas por Occidente –y lideradas por Estados Unidos–, y ahora prestas a la integración de todos, nos iba a conducir a una globalización inclusiva y cooperativa, a la puesta en marcha de grandes proyectos de integración en los que el modelo de la construcción europea podía ser la guía a seguir. Las fronteras irían diluyéndose, superando viejos nacionalismos y atávicos debates ideológicos. La utopía de la globalización como un juego de suma positiva.

Para ello, era fundamental incorporar a esa prometedora Arcadia las nuevas realidades políticas y económicas que surgen del fin de la guerra fría. Así se hizo, por ejemplo, con los países del Centro y el Este de Europa. O en América Latina, después de su democratización y sus reformas liberales, en los años noventa. Incluso se intentó con Rusia, pero por muchas razones (entre ellas, la miopía de Occidente), el resultado fue un fracaso tanto en términos económicos como políticos.

Sin ninguna duda, esa fue la gran apuesta con China. Se partía de la convicción de que, apoyando su crecimiento económico y propiciando su integración en el orden liberal internacional (la entrada en la Organización Mundial del Comercio como claro ejemplo), China iba a ser un factor de estabilidad y de consolidación de una globalización que, además, iba a provocar no solo su incorporación a las grandes cadenas de valor globales, sino también a la gobernanza multilateral a través de las instituciones existentes. Y, de paso, su “occidentalización” en términos políticos.

China alimentó durante un tiempo tal aproximación. La teoría del “ascenso pacífico”, la poca proactividad de su política exterior, su conversión en la “fábrica del mundo”, su aparente aceptación de las reglas comunes, tenían como objetivo, en frase de Deng Xiaoping, acumular fuerzas y que no se notara.

Eso ha cambiado drásticamente en la última década, desde el segundo mandato de Hu Jintao y, sobre todo, ahora con Xi Jinping. China ha utilizado las instituciones multilaterales para contribuir a su espectacular ascenso, muchas veces con prácticas irregulares. Y, de forma crecientemente explícita, no oculta su ambición de convertirse en aquello que siempre fue: una gran superpotencia global que, incluso, pretende sustituir en la hegemonía al propio EU a mediados del presente siglo.

Para ello, la consecución de la superioridad tecnológica en la revolución digital (particularmente en la inteligencia artificial, IA) es clave, como también lo es la transformación de su modelo de crecimiento cada vez más orientado a la demanda interna y a una estrategia “circular” que la haga menos dependiente del exterior en producciones esenciales. Y con una política exterior (y militar) cada vez más asertiva, proactiva y, también, más agresiva.

Se han encendido las alarmas. Mucho más allá de la burda guerra comercial iniciada por Donald Trump, la pugna pasa por conseguir la superioridad tecnológica y por impedir que las cadenas de valor supongan dependencias excesivas. Ello, cada vez más, incluye también a Europa y a Occidente en general. Y pasa por reforzar alianzas existentes, construir otras y prestar atención a África y América Latina.

China ha dejado de ser un socio estratégico y se ha convertido en un competidor sistémico. Pero también ha ido dejando claro que, una cosa es aprovecharse de la integración y la globalización occidentales y otra muy distinta es querer ser occidentales. Tiene sus valores, sus propias reglas y no va a renunciar a una cultura y una civilización milenarias para adoptar otras que le son ajenas. Hay que interpretar a China a la luz de su Historia.

El resultado es que la globalización “universal” ya no tiene recorrido. Vamos hacia un claro decoupling de la misma, con un mundo de nuevo compartimentado y bipolar, cada uno con sus instituciones y normas, y con afán de preservar y combatir por áreas de influencia. La Trampa de Tucídides acecha.

Un mundo de suma cero. La venganza de la historia y el fin de la utopía.



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