Entre la Espada y la Pared

El Presidente sí estuvo en peligro

2021-02-05

La vaguedad en los reportes sobre su salud, señalados en este espacio como acciones...

Por Raymundo Riva Palacio | El Financiero

La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, inició la mañanera del martes 26 de enero con un largo agradecimiento a toda la gente, a los dignatarios del mundo, los expresidentes mexicanos, a políticos y empresarios que habían expresado sus deseos por la pronta recuperación del presidente Andrés Manuel López Obrador. Al día siguiente, a una pregunta directa casi al final de la mañanera, respondió que el Presidente se encontraba “estable” y “bien” de Covid. Sánchez Cordero había sido muy cuidadosa, desviando la posibilidad de que le inquirieran sobre la salud de López Obrador, o respondiendo de forma escueta. No era para menos. La noche del lunes para amanecer el martes, López Obrador había tenido una crisis por el coronavirus.

Lo que sucedió en las 48 horas previas de que se le diagnosticara positivo de Covid-19 y del martes al viernes 29 de enero, se ha mantenido como secreto de Estado dentro del gabinete de seguridad, quizás por las implicaciones legales en que pudiera haber incurrido con algunas de sus acciones, así como por la fragilidad en la que se encontró el Estado mexicano, al sufrir el Presidente un momento de alto riesgo donde el equipo de médicos –dos de ellos del sector privado–, encabezados por el secretario de Salud, Jorge Alcocer, por años doctor de todas las confianzas de López Obrador, trabajó muy bien para estabilizarlo y evitar que aquello se convirtiera en tragedia.

Esa primera parte de la enfermedad del Presidente comenzó la tarde del viernes 22, cuando López Obrador le confió a su coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, que se sentía bastante cansado, y que le había costado trabajo mantener la secuencia en las reuniones que había tenido. Ninguno de los dos sospechaba que tenía Covid, porque no presentaba ningún síntoma. Cárdenas le recomendó descansar y reducir la agenda del fin de semana, por lo que sólo mantuvo entrevistas con los gobernadores de San Luis Potosí y Nuevo León, así como un par de reuniones con empresarios, a petición de Alfonso Romo, el exjefe de la Oficina Presidencial.

El Presidente viajó a esos estados, pero tanto Romo como la candidata de Morena a la gubernatura de Nuevo León, Clara Luz Flores, comentaron al equipo de López Obrador que no lo habían visto con ánimo y que, cosa rara en él, repetía cosas que ya había conversado momentos antes. Desde el mismo viernes, antes de iniciar su gira de trabajo, López Obrador se había vacunado contra el Covid, como un trámite fuera de las pruebas semanales que le hace la unidad médica en Palacio Nacional los martes. Incluso, Cárdenas bromeó con él de la posibilidad de que podía contagiarse del virus antes de que se vacunara, lo que provocaría diversas teorías conspiracionistas, como sucedió, primero con la especulación de que era un tema electoral, y después los rumores de que su enfermedad era realmente una embolia.

López Obrador había expresado a sus colaboradores su preocupación porque la cifra de muertes iba a llegar en breve a las 150 mil, por lo que vendría una nueva andanada de críticas contra él –cada vez es más susceptible a ellas– y contra el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, arquitecto de la fallida estrategia del combate al coronavirus. Luego viajó a Monterrey y después a San Luis Potosí, mientras le llegaba el resultado de la prueba. El resultado le fue entregado la madrugada del domingo en su hotel en la capital potosina: positivo.

Pese a ello, no interrumpió su gira por San Luis Potosí, donde inauguró un cuartel de la Guardia Nacional. Pero los observadores notaron que algo sucedía con el Presidente. Raymundo Rocha, de El Sol de San Luis, escribió: “Se acabaron los saludos, las sonrisas, los chistes. Hoy (domingo 24 de enero), el presidente Andrés Manuel López Obrador fue otro muy diferente al de giras anteriores. No sonrió, tenía la mirada sin brillo, no cantó el Himno Nacional y no habló convencido de lo que decía, y por si fuera poco, sigue recorriendo un país de casi 150 mil muertos sin cubrebocas”.

El Presidente ya se sabía enfermo y no canceló ningún acto ni tampoco tuvo cuidado en sus interacciones. En San Luis Potosí, la prensa registró que, sobre el templete colocado para la ceremonia de la Guardia Nacional, con la mano que llevó a su cara y nariz, saludó al gobernador Juan Manuel Carreras, quien se tuvo que hacer la prueba de Covid. Tampoco cambió su modo de transporte a la Ciudad de México, y tomó un avión comercial. Aun pese a que utilizó el cubrebocas, fue una irresponsabilidad, con dolo podría añadirse, el haber viajado en avión sabiendo que era portador del coronavirus.

Por la tarde, a través de su cuenta de Twitter, el Presidente reveló que estaba enfermo de Covid-19, casi 12 horas después de haber recibido la prueba positiva, y comenzó su confinamiento en Palacio Nacional. Informó que presentaba síntomas leves y que ya estaba bajo tratamiento leve. Omitió que se sentía bastante mal, sin fuerza y con temperatura alta. Se decidió dentro del gabinete de seguridad que su estado de salud se mantendría con secrecía y se prohibió a todo el staff del Presidente hablar sobre el tema con nadie, incluidos sus familiares y amigos. El hermetismo se mantuvo.

La vaguedad en los reportes sobre su salud, señalados en este espacio como acciones ocasionadas por incompetencia profesional, no tuvo ese factor como el origen. La forma como estuvieron informando en Palacio Nacional, Sánchez Cordero y López-Gatell, como ahora lo muestran los detalles que circularon dentro del gabinete de seguridad, fue para ocultar el estado de salud de López Obrador, su irresponsabilidad de interactuar con el conocimiento pleno de que tenía Covid, y el momento de mayor crisis durante todo el periodo de tratamiento y el sexenio mismo, que fue aquella madrugada del 26 de enero, que le provocó un notable deterioro físico el martes y el miércoles.

Nos mintieron y ocultaron verdades

El presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo dos de las conversaciones más importantes que un líder puede tener, enfermo de Covid-19. La primera fue con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la segunda con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. En la primera aún no sabía que tenía coronavirus, pero se sentía mal y le había confiado a Lázaro Cárdenas, su coordinador de asesores, que no podía concentrarse y que había tenido dificultades para mantener las conversaciones que había tenido durante ese día. El Presidente llevaba varios días con el virus en su cuerpo, pero no había presentado ningún síntoma. Tampoco había hablado con los especialistas sobre cómo se sentía.

Con esa salud deteriorada habló con Biden la tarde del viernes 22 de enero, y poco después dijo en su cuenta de Twitter que habían tratado asuntos relacionados con la migración y la cooperación para el desarrollo y el bienestar. La Casa Blanca difundió una declaración con generalidades sobre la conversación. La plática, dijeron funcionarios mexicanos, fue superficial y sólo versó sobre la migración centroamericana, donde López Obrador le dijo que su plan para la región había sido adoptado por todos los países, lo cual es falso.

López Obrador dio positivo a Covid-19 el domingo en la madrugada, y para la tarde de ese día, el 24, tenía fiebre y se sentía muy mal. Los doctores le recomendaron reposo absoluto, pero el Presidente no quiso cancelar la llamada con Putin al día siguiente, por la urgencia para garantizar vacunas para los próximos meses, tras los tropiezos que tenía con Pfizer, a quien no le pudieron reclamar el recorte de suministros porque habían sido dosis que le regaló el gobierno de Donald Trump, y con AstraZeneca.

La plática de López Obrador con Putin fue prácticamente inexistente. El Presidente se sentía tan mal que apenas si pronunció unas cuantas palabras, incluidas las del saludo, dejando todo el peso de la conversación al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien en efecto habló con Putin sobre el suministro de vacunas Sputnik-V a México durante los próximos meses. López Obrador describió la plática en su cuenta de Twitter como cordial y de intercambios sustantivos, donde habían acordado el envío de 24 millones de dosis de la vacuna. El Kremlin no reveló la casi total invisibilidad de López Obrador en la llamada con Putin.

Como se apuntó ayer en este espacio, esa noche del lunes, madrugada del martes, López Obrador tuvo una crisis que fue rápidamente atendida por el equipo médico que lo cuida 24 horas, que lo estabilizó. De acuerdo con fuentes del gabinete de seguridad, el miércoles 27 el Presidente amaneció muy decaído en el ánimo, aunque tomó varias decisiones. La más importante fue que su oficina quedara a cargo del consejero jurídico de la Presidencia, Julio Scherer, y para apoyarlo en los diversos temas que surgieran, Cárdenas y su vocero, Jesús Ramírez Cuevas. La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que por diseño institucional tendría que haber sido quien asumiera esa función, fue relegada.

Sánchez Cordero, sin embargo, fue una de las contadas colaboradoras del Presidente a quien se le permitió acceso a López Obrador la semana pasada. Además de ella, quienes pudieron acceder a él, más allá de su familia y del secretario de Salud, Jorge Alcocer, quien encabeza el equipo médico que lo atiende, fueron únicamente el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell.

Ante la instrucción que el estado de salud del Presidente se mantuviera en secreto, dentro de Palacio Nacional se vivía una incertidumbre que se transformaba en tensión. La gran mayoría del personal dentro de la sede del gobierno carecía de información, pero veía quiénes iban a la zona residencial donde se encuentra confinado López Obrador. La especulación dentro de Palacio Nacional superaba por mucho a la que había fuera, por la información opaca y mentirosa que se proporcionaba. Por ejemplo, en la mañanera del jueves 28, Sánchez Cordero dijo que el Presidente “se encuentra muy bien”, lo que no era cierto, pero ocupaba el espacio de opinión pública que blindaba el verdadero estado de salud de López Obrador.

Ese mismo día se presentó en Palacio Nacional el padre Alejandro Solalinde, quien tenía toda la intención de ver al Presidente. El secretario Alcocer le impidió verlo, por lo que Solalinde se tuvo que conformar con platicar con la esposa de López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller, y con sus hijos José Ramón, Andrés y Gonzalo. Solalinde estuvo tres horas con la familia, pero a la salida, bajo el exhorto expreso de no revelar absolutamente nada sobre el estado de salud o las condiciones del entorno presidencial, el locuaz padre sólo confió a la prensa que no podría hablar ni decir nada.

Pese a los días malos que tuvo el Presidente en la primera semana de confinamiento, no hubo ningún momento en el cual estuviera inconsciente o sin la capacidad para ejercer sus funciones. Pero tampoco, sin embargo, en condiciones para repetir los mensajes videograbados como el que difundió el viernes 29 por la tarde, donde se le vio cansado, débil y no en las mejores condiciones de salud. Sin embargo, para ese día, el Presidente ya había pasado el momento más crítico de su enfermedad y estaba en una lenta y difícil recuperación.

A través de los contactos que mantuvo con un puñado de colaboradores, López Obrador pudo seguir dando instrucciones precisas sobre sus prioridades, como hizo con la iniciativa de la reforma eléctrica, operada por Scherer. No obstante, la enfermedad del Presidente mostró una enorme fragilidad y vulnerabilidad en el gobierno, atado pavlovianamente a su ejercicio centralizado de poder.

El gobierno se paralizó

La enfermedad del presidente Andrés Manuel López Obrador paralizó al gobierno. La imagen de que las cosas marchan con su liderazgo a distancia es mentira. El trabajo y las reuniones en Palacio Nacional se han reducido al máximo; las decisiones, prácticamente se pararon. El Presidente ha mantenido contacto con un reducido grupo de colaboradores, con quienes aborda temas en general y establece algunas directrices, y por recomendaciones médicas, ni está esforzándose mucho ni tampoco lo han presionado sus colaboradores para que atienda asuntos que no consideran de alta prioridad. Todos los días recibe oxígeno varias veces.

Lo que se percibe como una crisis en el gobierno por el diseño centralizado de López Obrador, es una realidad. Las cosas no avanzan si no las atiende. Y en su equipo están tan condicionados al sistema impuesto, que señalan impulsivamente que hasta que regrese se discutirán y resolverán algunos de los pendientes que surgieron en estos días. La primera semana de confinamiento fue un problema para los más cercanos colaboradores del Presidente, quienes no pudieron resolver problemas hasta la segunda semana de aislamiento, cuando sus condiciones físicas mejoraron.

Uno de los temas fue la reforma a la Ley del Banco de México, cuyo creador, el senador Ricardo Monreal, coordinador de Morena en el Senado, quería poner a discusión este jueves y viernes. En una reunión del gabinete de seguridad, el consejero jurídico presidencial, Julio Scherer, habló de la urgente necesidad de que López Obrador se recuperara plenamente para que pudiera hablar con Monreal, quien, dijo, se aprovechó de su ausencia para impulsar esa ley. Esta semana, esa iniciativa perdió vapor y probablemente será discutida hasta el siguiente periodo de sesiones.

Algo similar pasó con la ley sobre el outsourcing, endurecida por Monreal y que estaba afectando la negociación de la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, que en víspera de que el Presidente enfermara, le comentó que ya estaba acordada con los legisladores. Monreal le dijo a Bloomberg que también esta ley se aplazaría. La molestia con Monreal en Palacio Nacional es grande, y la semana pasada no hubo quien lo pudiera frenar. Uno de los temas que quedaron pendientes es su idea de entregar al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, una nueva distinción que creó el Senado, que consideraron los consejeros de López Obrador como un error que generaría problemas para el Presidente, quien ha descalificado varias veces al zar del coronavirus.

Todos estos son problemas de política interna, que tendrían que haber sido resueltos por la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, como jefa del gabinete y representante del Presidente, pero ha sido omisa. Sánchez Cordero sólo ha acatado la instrucción de López Obrador de que lo remplazara en el atril de Palacio Nacional en las mañaneras, porque ni siquiera las tareas que le corresponden directamente las ha atendido. La semana pasada, el subsecretario de Gobernación para Derechos Humanos, Alejandro Encinas, la buscó en la reunión del gabinete de seguridad –porque no se ha parado en Bucareli, contra lo que afirmó ayer–, para informarle de la creciente beligerancia de los padres de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, que están exigiendo que el gobierno condene y procese a los militares que aseguran son responsables del crimen contra sus hijos. El Presidente no parece tener la intención de actuar contra los militares, pero Sánchez Cordero le dijo a Encinas que esperaran a que se reintegrara a sus actividades cotidianas para que decidiera él cómo abordar este problema.

La ausencia del Presidente también desarticuló las acciones que se estaban haciendo desde Palacio Nacional en Morena, donde hay pugnas por varias postulaciones a gubernaturas. El caso de Guerrero es uno de ellos, donde las luchas internas llevaron a que un grupo acuse al precandidato Félix Salgado Macedonio de “violador”. Jesús Ramírez, vocero presidencial, que había hecho campaña a favor de Pablo Amílcar Sandoval hasta que lo frenó López Obrador en los días previos a su contagio, ha sido un mañoso opositor a la candidatura del senador, y le ha organizado, en ausencia de su jefe, un ataque en las redes sociales a través de colectivos feministas, de los que forma parte.

Otra gubernatura que se le salió de las manos al líder de Morena, Mario Delgado, a quien los colaboradores de López Obrador en Palacio Nacional no bajan de inepto, es el Estado de México. López Obrador había cuidado esa candidatura nombrando a Delfina Gómez como secretaria de Educación, a fin de neutralizar la amistad que tenía con el gobernador Alfredo del Mazo, que consideraba un riesgo electoral, pero en la semana de confinamiento, su jefe político, Higinio Martínez, prácticamente aseguró la candidatura, ante la inacción en Palacio Nacional, y contra los deseos del Presidente.

No son los únicos problemas políticos que se agudizaron porque nadie pudo resolverlos sin la instrucción e intervención de López Obrador. Uno central, porque se está pudriendo, es la acción de desafuero de Mauricio Toledo, que está siendo impulsada por la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Ramírez, el portavoz presidencial, presumió en las reuniones de gabinete que había logrado conciliarlos, lo que era importante porque Toledo había financiado acciones de comunicación de Morena –por lo que le abrieron la puerta en el PT–, y para lanzar un mensaje de no proceder contra el exalcalde de Coyoacán, por enriquecimiento ilícito, quería que el Presidente intercediera por él.

La paralización del gobierno ante la ausencia del Presidente fue notoria. La exasperación de algunos de los colaboradores de López Obrador fue pública dentro del ámbito del gabinete de seguridad. La centralización del poder que se aprecia desde afuera del gobierno es una realidad. La falta del líder exacerbó la falta de iniciativa y gestión de su equipo. Ciertamente, cuando se habla de un gabinete y un equipo incapaz, no se califica, se describe lo que rodea a López Obrador.



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