Mercados Bursátiles
La lotería del bitcóin
JIM O’NEILL | Política Exterior
El precio del bitcoin, la criptomoneda por antonomasia, es tan volátil que resulta casi imposible imaginar que se convierta en una reserva de valor o en un medio de cambio fiable.
Hace poco me ofrecieron crear mi propia “empresa de adquisiciones con fines específicos” (SPAC, por sus siglas en inglés), que me permitiría recibir fondos de inversores con la expectativa de que en algún momento comprara una empresa prometedora que prefiriera evitar una oferta pública inicial. Mientras me imaginaba en este puesto, pensé que estaría todavía más a la moda si además me lanzara al floreciente campo de las criptomonedas. Los titulares sobre la obtención rápida de grandes ganancias proliferan. ¿Por qué, entonces, no lanzarme a la acción?
Como ya estoy fogueado en los mercados financieros, rechacé la invitación. La creciente popularidad de las SPAC y las criptomonedas no parece reflejar sus fortalezas, sino los excesos del momento actual, con un desbocado mercado de valores al alza, tasas de interés ultrabajas y repuntes o recuperaciones impulsados por la política, después de un año de confinamientos por el Covid-19.
Seguramente en algunos casos tenga mucho sentido seguir la ruta de las SPAC para obtener pingües beneficios. Sin embargo, la creación de tantas de esas entidades debería encender alarmas sobre los riesgos que se avecinan en los mercados circundantes. En cuanto al fenómeno de las criptomonedas, traté de mantener la mente abierta, pero al economista que hay en mí le cuesta encontrarles una razón de ser. Entiendo, desde luego, las consabidas quejas contra las principales monedas fiduciarias: durante mi carrera como analista del mercado cambiario me fue mucho más fácil sentir antipatía por ciertas monedas que encontrar otras con un atractivo evidente.
«He tratado de mantener la mente abierta sobre el fenómeno de las criptomonedas, pero al economista que hay en mí le cuesta encontrarles una razón de ser»
Aún recuerdo lo que pensaba en la etapa previa a la introducción del euro: combinar las monedas de las economías europeas en una sola eliminaría un elemento clave de moderación en las políticas monetarias –el tan temido Bundesbank alemán– e introduciría un nuevo conjunto de riesgos en el mercado cambiario mundial. Esta preocupación me llevó (brevemente) a apostar por el oro, pero para cuando se lanzó el euro en 1999 me había convencido de sus ventajas y cambié mi opinión (lo que resultó un error durante el primer par de años, pero no a largo plazo).
De manera similar, perdí la cuenta de la cantidad de artículos que escribí y leí sobre la supuesta insostenibilidad de la balanza de pagos estadounidense y la inminente caída del dólar. Cierto, estas advertencias –y presagios similares sobre el prolongado experimento japonés de largueza en política monetaria– todavía no han sido refutadas. Pero si consideramos toda esta evidencia inductiva, entiendo el gran entusiasmo por el bitcoin –la versión moderna del oro— y sus muchos competidores. Sobre todo en las economías en vías de desarrollo y en las “emergentes” –donde a menudo no se puede confiar en los bancos centrales ni invertir en moneda extranjera–, la oportunidad de atesorar los ahorros en moneda digital obviamente resulta atractiva.
De igual modo, hace mucho que existen argumentos a favor de una nueva divisa mundial –o de actualizar el activo de reserva del Fondo Monetario Internacional, los derechos especiales de giro– para mitigar algunos de los excesos asociados con el dólar, el euro, el yen, la libra u otras monedas nacionales. Por su parte, China ya lanzó una moneda digital de su banco central, con la esperanza de sentar los cimientos de un sistema monetario mundial nuevo y más estable.
Pero estas innovaciones son fundamentalmente distintas de una criptomoneda como el bitcoin. La visión de los manuales de economía es que para que una moneda sea creíble, debe funcionar como medio de intercambio, reserva de valor y unidad de cuenta. Cuesta entender que una criptomoneda pueda cumplir todas esas condiciones de manera simultánea. Es cierto, algunas criptomonedas han demostrado su capacidad para desempeñar algunas de esas funciones en algún momento, pero el precio del bitcoin, la criptomoneda por antonomasia, es tan volátil que resulta casi imposible imaginar que se convierta en una reserva de valor o en un medio de cambio fiable.
«Para que una moneda sea creíble, debe funcionar como medio de intercambio, reserva de valor y unidad de cuenta»
Además, a estas tres funciones subyace el importante papel de la política monetaria. La gestión de la moneda es una herramienta clave para las políticas macroeconómicas. ¿Por qué habríamos de entregar esta función a una fuerza anónima o amorfa como un registro descentralizado, sobre todo uno que limita la oferta total de la moneda y garantiza así su perpetua volatilidad?
En todo caso, será interesante ver qué ocurre con las criptomonedas cuando los bancos centrales finalmente comiencen a elevar las tasas de interés después de años de políticas monetarias ultralaxas. Ya vimos que el precio del bitcoin tiende a caer bruscamente durante los episodios de “huida del riesgo”, cuando los mercados se desplazan de manera repentina hacia los activos seguros. En este sentido, exhibe el mismo comportamiento que muchas acciones con perspectivas de mejora en el precio y otras apuestas altamente especulativas.
En aras de la transparencia, diré que pensé en comprar algunos bitcoin hace unos años, cuando su precio cayó desde los 18,000 dólares a menos de 8,000 dólares en unos dos meses. Algunos amigos predijeron que subiría por encima de los 50,000 dólares en los dos años siguientes… y lo hizo.
Al final no lo hice porque ya había asumido muchos riesgos invirtiendo en empresas en formación, que al menos servían para algo obvio, pero incluso si hubiera apostado al bitcoin, lo hubiera entendido como una apuesta especulativa y no una al futuro del sistema monetario.
Por supuesto, las apuestas especulativas a veces rinden beneficios y felicito a quienes se llenaron de bitcoin en sus inicios, pero les ofrecería el mismo consejo que a quien gana la lotería: no dejes que el dinero caído del cielo se te suba a la cabeza.
aranza