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¿Cuál es el punto del bitcoin? Tras ocho años, la pregunta sigue vigente
Megan McArdle, The Washington Post
Es saludable que los autores revisen sus viejas predicciones de vez en cuando. Dado que Coinbase se convirtió en la primera gran empresa de criptomonedas en cotizar en la bolsa del mercado estadounidense la semana pasada, con una valoración de más de 85,000 millones de dólares, este parece ser un buen momento para revisar mi viejo escepticismo sobre bitcoin, la criptomoneda UR.
Durante ocho años, he escuchado que el bitcoin iba a ser una fuerza revolucionaria, que eludiría las reglas gubernamentales y la vigilancia corporativa con una arquitectura descentralizada peer-to-peer y proporcionaría una alternativa a prueba de inflación a las monedas fiduciarias de los gobiernos. Durante casi el mismo tiempo he contratacado esa noción y he señalado que, como moneda, bitcoin tiene muchas limitaciones y que, dado que muchas de las personas aficionadas parecen estar apostando por su futuro como moneda, probablemente sus perspectivas como inversión también sean limitadas.
Durante este período, el precio del bitcoin ha aumentado desde los pocos cientos de dólares hasta mediados de las cinco cifras. Así que quizás sea hora de una reconsideración. El asunto es que todavía estoy tratando de entender para qué sirve el bitcoin.
El bitcoin ha existido por más de una década, pero sigue siendo una forma inconveniente de pagar cosas. Es inferior a los dólares o las tarjetas de crédito en casi todos los sentidos. La mayoría de los comerciantes no lo aceptan, por lo que en Estados Unidos lo utilizan principalmente los aficionados devotos, aunque empresas como Tesla están tratando de establecerlo como una opción más convencional.
Esos inconvenientes están relacionados de alguna manera con un problema mayor: por razones técnicas, las transacciones demoran en concretarse y esa red descentralizada utiliza mucha capacidad de procesamiento, lo que dificulta escalar más allá de una base dedicada de seguidores. Algunos de estos problemas se pueden solucionar creando otra capa por encima de la red bitcoin, pero ya en ese punto, no queda claro por qué alguien preferiría que un tercero denominara transacciones en bitcoin en lugar de una moneda estable que se puede gastar en cualquier lugar, como los dólares estadounidenses.
Por supuesto, se podría argumentar que no se debería pensar en el bitcoin como una moneda, sino como un activo. Ciertamente, es difícil refutar la manera en que su precio se ha apreciado. Y, sin embargo, mi escepticismo interno se sigue preguntando: ¿para qué sirve realmente el bitcoin?
Hay varias respuestas a esa pregunta. Por ejemplo, el diseño finito del bitcoin (el número de bitcoins nunca puede exceder los 21 millones) le brinda una excelente protección contra la inflación. Pero ya existen muchas otras excelentes coberturas finitas contra la inflación, como la tierra y el oro. ¿Para qué recurrir a una nueva moneda electrónica con un valor poco claro a largo plazo?
Los impulsores del bitcoin se burlan diciendo que el valor a largo plazo es bastante evidente. Después de todo, los escépticos han estado atacando la criptomoneda desde hace tiempo ¡y solo miren cuánto vale el bitcoin! Pero como siempre se señala en los prospectos de la bolsa, el rendimiento pasado no es garantía de resultados futuros. Tras décadas de notable crecimiento, las propiedades inmobiliarias de Tokio eran tan valiosas que, en un momento de los años ochenta, el Palacio Imperial de Tokio valía en teoría más que todas las propiedades inmobiliarias de California. Sin embargo, con el tiempo, los precios requieren de algún tipo de ancla pragmática, o de lo contrario colapsan; después de que los precios inmobiliarios de Tokio finalmente se desplomaron, les tomó décadas incluso apenas acercarse a su pico anterior.
La mayor parte del valor de un bitcoin se ha acumulado en los últimos 12 meses. Desde abril de 2020, el precio de un bitcoin aumentó casi 10 veces. Sin embargo, subyacente a ese valor —los usos no especulativos ni realizados por aficionados de bitcoin en el mundo real— están cosas tales como transferir dinero fuera de países con controles cambiarios o negociar con ciertos bienes ilícitos u ofrecer una moneda alternativa en países con hiperinflación. En estos contextos, el bitcoin parece menos una moneda y más un sustituto de una joya costosa: algo pequeño, razonablemente duradero y de alto valor, que por lo tanto es relativamente fácil de mover a través de las fronteras sin ser detectado o de almacenar y liquidar en caso de que la sociedad colapse. Pero al menos las joyas son bonitas a la vista, mientras llega ese momento.
Cuanto más lo pienso, más me pregunto si quizás esa no sea la analogía correcta. Quizás a los utópicos de la tecnología les gusta mirar sus bitcoins de la misma manera que a las esposas les gusta poder ver dos meses de trabajo de su pareja destellando en sus manos. Y, ¿qué tiene eso de malo?
Hasta cierto punto, todo valor es una alucinación colectiva. Los anillos son hermosos, pero objetivamente no son varios miles de veces más hermosos que el acero inoxidable y el cristal barato. Si el mercado quiere imponer un precio igual de elevado a las elegantes soluciones técnicas de retorcidos problemas de la teoría de juegos y llamarlo “criptomoneda”, ¿quién soy yo para contradecirlo? ¿Por qué no debería ser una opción de inversión alternativa pequeña pero significativa, como la plata y el oro?
Sin embargo, todavía me pregunto qué tan grande puede crecer ese mercado. La mayoría de las personas pueden apreciar el brillo del oro mientras que posiblemente menos personas aprecien los austeros encantos intelectuales de la arquitectura de pago de bitcoin. Eso podría dejar confinada la propiedad de bitcoin a unos pocos países y a un relativo puñado de gente aficionada y conocedora de la tecnología. Y si estas personas han apostado a que el bitcoin tenga un atractivo más amplio, es posible entonces que con el tiempo veamos que la realidad derrumbe ese precio y quienes son escépticos, finalmente, sean reivindicados.
aranza