¡Despierta México!
La clase media: el último enemigo de López Obrador
Francesco Manetto, David Marcial Pérez, Elías Camhaji, El País
Cada mañana, una batalla. Andrés Manuel López Obrador siempre ha hecho de la confrontación y de la campaña permanente su caja de herramientas para vivir la política. La guerra de trincheras le trajo éxitos electorales en una sociedad deseosa de cambio y harta de la corrupción y gracias a esa estrategia mantiene el pulso con los que considera sus adversarios desde la tribuna de sus conferencias de prensa matutinas. Los resultados de las elecciones del 6 de junio llevaron al presidente de México a señalar a un nuevo enemigo: la clase media. Morena, el partido oficialista, amplío su poder territorial, pero se dejó por el camino más de tres millones de votos desde 2018. La caída se tradujo, en esencia, en la pérdida de cuatro alcaldías de Ciudad de México y en una mayoría holgada en la Cámara de Diputados, aunque por debajo de las expectativas del mandatario. Y en su opinión, los culpables pertenecen a un amplio sector de la población, sobre todo urbana.
López Obrador eligió también en esta ocasión el cuerpo a cuerpo directo. En lugar de inclinarse por acercarse a esos ciudadanos y entender su malestar, se fue por el camino opuesto, llegando incluso a referirse a ellos sin medias tintas y en términos agraviantes. “Hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole, partidarios de que el que no transa, no avanza. Es increíble cómo apoyan a Gobiernos corruptos, increíble”, manifestó esta semana. Para el presidente, esas franjas de electores, con formación académica media o alta, son los que más se informan a través de la prensa tradicional, otro de sus blancos favoritos, y miran con buenos ojos el trabajo de las organizaciones de llamada “sociedad civil”.
La descripción parece más una caricatura que una clasificación sociológica, pero en ella López Obrador pretende incluir a millones de mexicanos. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), clase media es cerca del 40% del país y se suele medir a partir de hábitos de consumo e ingresos, por ejemplo pertenecer a un hogar con al menos una computadora, que gasta en torno a 1,500 pesos al mes en comer fuera de casa y donde alguien cuenta con tarjeta de crédito. En cualquier caso, se trata de una construcción social, recuerda Francisco Abundis, director de la firma de análisis de opinión Parametria. “¿Hablamos de una forma de pensar o de salarios?”, se pregunta. En su opinión, lo interesante es lo que subyace a la actitud del presidente. Esto es, ¿es un cálculo o de una simple manifestación de enojo?
Fuga de votos al PAN
“No me parece la estrategia tenga mucho que ver con un cálculo político. Él está intentando persuadir, hablando de este perfil de ciudadano egoísta, poco solidario. Pero está también cuestionando las aspiraciones del promedio de los mexicanos. Está abarcando a una gran cantidad de gente y es allí donde está sobreestimando su capacidad de persuasión”, señala Abundis. “Está molesto con los resultados por un lado, y por otro cree que puede convencer con ese discurso, ya que lo ha hecho con muchos otros. Pero aquí creo que su alcance es algo más limitado”.
Este experto en mediciones cree que más que fijarse en un segmento de la población, los resultados de las elecciones del 6 de junio hablan de una tendencia. “La gente de más ingresos y estudios que en 2018 votó por él, ya ya no está votando por él, sino está votando por el PAN”. Así ha ocurrido, por ejemplo, en la capital. Para Santiago Rodríguez, director de SIMO Consulting, los resultados electorales de Morena son consecuencia de los reiterados enfrentamientos del mandatario con, por ejemplo, el movimiento feminista, y ahora también con la clase media.
Según su análisis, el margen de apoyo, que se ha mantenido en cotas muy elevadas después de tres años de Gobierno y desgaste, se está estrechando. En definitiva, si en 2018 Morena era una formación bastante transversal, ahora ya no lo es tanto. “En términos electorales no es una estrategia que trae réditos. Recordemos que López Obrador tiene una victoria avasalladora en el 2018 al conjuntar el voto de las clases populares, que arrebata del PRI, con el de la clase media urbana con un nivel educativo alto”, señala Rodríguez.
En los comicios de hace tres años, la franja con un nivel de estudios universitarios e ingresos de más de 15,000 pesos dio su apoyo mayoritario a López Obrador. Más de un 60% votaron por Morena, en comparación al 20% del PAN o el 8% del PRI, según un estudio de Parametría. Ese electorado podría considerarse, de hecho, clase media alta. La franja de los 15,000 pesos mensuales supera incluso la media salarial del Instituto Mexicano de Seguro Social (IMSS), situada en torno a los 10,000. Un electorado específico al que se dirigió frontalmente el presidente esta semana: “los integrante de la clase media-media, media alta, incluso con licenciatura, con maestría, con doctorado, están muy difícil del convencer. Es el lector del Reforma. Ese es para decirle: ‘siga usted su camino, va usted muy bien”.
Nuevo salto en la polarización
Un nuevo salto en la polarización que para Humberto Beck, profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México, supone un ejemplo de cómo se ido ha trasformado el discurso del presidente en el transcurso de estos casi tres años en el poder, acusando el desgaste y, sobre todo, el primer revés electoral serio, representado por los resultados en Ciudad de México. “López Obrador mantiene la estructura dicotómica del ‘nosotros contra ellos’ que lo constituye como un político populista pero ahora ha modificado las composición de esos objetos antagónicos”, apunta el académico
Durante su larga travesía por la oposición tras las derrotas presidenciales de 2006 y 2012, López Obrador había rellenado el objeto ‘ellos’ con categorías como oligarquía o corrupción, reformuladas para el escenario específico mexicano como “mafia del poder” o “PRIAN”, acrónimo de los dos principales partidos de la oposición. Su campaña electoral de 2018 estuvo marcada sin embargo por una suavización de los antagonismos. El entonces aspirante de Morena envolvió su candidatura con un tono más conciliador, que muchos consideraron un giro oportunista en busca de rabajar su tradicional imagen combativa y polarizadora. López Obrador lideraba con holgura todas las encuestas a lomos de la ola de descontento con los partidos clásicos que recorría el país.
Los mensajes integradores se sucedían entre las primeras espadas del partido, fichados en su mayoría de las filas de sus rivales. “Queremos unir a todos los Méxicos”, repetía Alfonso Romo, un poderoso empresario de Monterrey que había sido muy crítico en el pasado con el candidato izquierdista y que ahora era el encargado de convencer a sus pares de que su victoria no suponía un peligro para México. Tras conquistar el poder, López Obrador elevó de nuevo la intensidad de la confrontación, pero ahora la construcción del enemigo fue trasladándose de “la mafia del poder” a “los conservadores”. Un recipiente difuso donde el presidente ha ido metiendo desde empresarios a intelectuales, feministas o activistas de derechos humanos hasta llegar a una categoría aun más extensa: “la clase media”.
Primero lo pobres
“El concepto más amplio de pueblo que manejaba de López Obrador en su discurso dicotómico había logrado incluir estas capas medias a modo posideológico por sus demandas de mejora social o lucha contra la corrupción. Pero ahora parece que su definición de pueblo es cada vez más estrecha, casi limitada a los beneficiarios de programas sociales”, añade el profesor del Colmex.
Virginio Moreno, en su casa de la aldea Juvinani, del estado de Guerrero, en mayo de 2021. PEDRO PARDO / AFP
Uno de los lemas centrales de la campaña de 2018 fue “primero los pobres”. Una consigna que sintetiza el ideario progresista de que combatir las desigualdades, la pobreza y la exclusión contribuye a un beneficio colectivo de toda la sociedad. La meta de un México con mayor cohesión social, capaz de atajar la violencia y la corrupción, es una de los ideas fuerza transversales que atrajeron un voto mayoritario por Morena. “Ese énfasis en darle un lugar privilegiado a los desfavorecidos ha sido muy positivo, pero lo que ha cambiado es el tono o la manera de articular ese discurso. Las presiones y el desgaste del poder están subrayando las aspectos más limitados de la figura política del presidente”, añade Beck.
“El amor a los pobres no debería confundirse con el amor a la pobreza, no si es que queremos salir de ella”, ha escrito esta semana el periodista Jorge Zepeda Patterson en una de sus columnas. El analista señala que “lo que parecía una decisión táctica terminó convirtiéndose en una posición ideológica; en algún momento comenzó a desdeñar las otras banderas e incluso a enfrentarse a ellas”. Tanto Zepeda como como Beck coinciden en identificar “una peligrosa romantización de la pobreza”. El pueblo como una construcción idealizada, como “un ente petrificado, congelado en ese estado social porque de algún modo López Obrador cree que es más dócil para su liderazgo”, cierra el profesor del Colmex.
El director de SIMO Consulting, Santiago Rodriguez, también interpreta como un repliegue ideológico el nuevo movimiento de López Obrador. “A corto plazo no es electoralmente racional, sin embargo, ya se ha visto antes que su toma de decisiones no se amolda en su totalidad en esta lógica. Una vez que los resultados electorales le hacen ver esta pérdida de votos, en lugar de buscar recuperarlos, decide apegarse a su lógica simbólica de romantizar la pobreza como sinónimo de virtud. Y si no es la clase medie con la que buscará cerrar la pinza de su proyecto de nación, tendrá que ser con otros poderes sociales”, apunta en relación con la cada vez mayores concesiones al Ejército o sus guiños de las dos últimas semanas a los grandes empresarios.
“El enigma chilango”
Lo sucedido en Ciudad de México es, por lo simbólico y el número de votantes, especialmente significativo. El mapa de la capital, exhibido por el propio presidente en sus comparecencias, es elocuente. El este, pintado de guinda donde ganó Morena, y el oeste, en color azul donde ganaron los partidos de oposición. La imagen provocó debates sobre clasismo y polarización política y dio pie a todo tipo de falsas polémicas e incluso memes: desde qué equipo de fútbol tenía más aficionados en cada parte de la capital hasta comparaciones con la división de Berlín durante la Guerra Fría.
Willibald Sonnleitner, profesor de El Colegio de México en Sociología Electoral, explica que los mapas son, por definición, herramientas para reducir y sintetizar la complejidad de la realidad: “No estamos acostumbrados a leer mapas y creo que esta es una buena oportunidad para entender lo que pudiéramos llamar el ‘enigma chilango’: ¿por qué un mapa con información verídica y útil puede contribuir a distorsionar una realidad mucho más compleja?”.
¿Cómo se ve la ciudad hispanoparlante más grande del mundo tras la elección del pasado 6 de junio? Sonnleitner observa un escenario plural, diverso y fragmentado. “Las identidades políticas y partidistas de los chilangos son plurales”, comenta, como queda reflejado en este mapa.
A la izquierda, el mapa de Ciudad de México que se viralizó tras las elecciones. A la derecha, el elaborado por el investigador Willibald Sonnleitner.
Pero más allá de eso, “lo relevante es que el contexto y el territorio son muy importantes para entender cómo votamos”. “El sufragio no solo se basa en preferencias individuales: no solo depende de si eres hombre o mujer, pobre o rico, con tal nivel de ingresos y escolaridad, sino también el contexto territorial en el que vives y trabajas, la forma como votas”, apunta Sonnleitner. Incluso, mudarse de un departamento de la Condesa a una casa en una zona residencial cerrada de nivel económico similar, dice el investigador, puede influir en cómo el mismo ciudadano interpreta una campaña y dentro de ese contexto reconstruye sus identidades políticas y socioculturales.
Sonnleitner destaca que el retroceso de Morena en la elección intermedia también se dio en muchas otras zonas urbanas con características sociodemográficas similares a la capital, que ya tenían, en su mayoría, una fuerte inclinación panista y un nivel alto de participación en otras votaciones, con la excepción de las ciudades industriales de la frontera Norte y de la costa del Pacífico. “No es un fenómeno exclusivo ni propio de la Ciudad de México: se observa en Puebla, Cuernavaca y Pachuca, en el Estado de México, en Monterrey o en Cancún, entre otras”, indica.
El meollo, dice el investigador, es que ni la escolaridad ni el ingreso ni sucesos aislados como el caso de la Línea 12 explican por sí mismos la orientación del voto. Es siempre una mezcla de factores y, en muchos casos, no se cuenta con datos para medir su impacto, por lo que es muy difícil saber cómo las narrativas mediáticas influyen sobre la percepción del colapso en el metro, por ejemplo.
En el análisis postelectoral, dice el académico, también hay que considerar como puntos de referencia las tendencias previas desde 1997 que antecedieron a la elección de 2018, cuando una surte de “tsunami” catapultó a López Obrador a la presidencia y acabó con el sistema de partidos tradicional, así como quién gobernaba las Alcaldías y contra qué candidatos va dirigido un eventual voto de castigo. “Ni el presidente ni la jefa de Gobierno estaban en las boletas y muchos mexicanos no siguen las noticias políticas, sino que votan en clave local”, insiste Sonnleitner. “El voto de castigo se produce, sobre todo, a nivel municipal y en las 15 gubernaturas que estaban en juego: una lectura es que hubo 11 alternancias, otra es que hubo 11 victorias de la coalición de Morena y una última sería que hubo 11 votos de castigo a coaliciones gobernantes salientes que fueron castigadas”.
JMRS
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