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La decisión de realizar los Juegos Olímpicos pese al COVID-19 es por las empresas, no por los atletas

2021-07-25

Seiko Hashimoto, presidenta del Comité Olímpico de Tokio 2020, ha dicho que los...

Mike Wise, The Washington Post

Una de las decisiones tomadas por dinero más descaradas y arrogantes contra la humanidad en la historia del deporte moderno está a punto de concretarse en un país donde hasta hace unas semanas solo cerca del 16% de la población estaba completamente vacunada, 83% de los ciudadanos dice querer que los Juegos Olímpicos sean cancelados o nuevamente reprogramados, e incluso el emperador ha expresado su preocupación de que los Juegos ayuden a propagar el coronavirus.

El Comité Olímpico Internacional (COI) se ha ganado la medalla de oro de la codicia, mientras que NBCUniversal se ha llevado la de plata y los organizadores olímpicos japoneses la de bronce. Su priorización de las ganancias financieras sobre una crisis de salud pública será un tema recurrente de estos Juegos Olímpicos marcados por la pandemia.

Algunos afirman que la razón de seguir adelante con estos Juegos Olímpicos son las y los atletas, quienes entrenaron, se sacrificaron y esperaron mucho tiempo para tener la oportunidad de competir. No quiero ser irrespetuoso con los atletas cuando afirmo que esto no se trata de ellos. Se trata de las personas que están en sus burbujas olímpicas herméticamente selladas que ven las infecciones y las muertes causadas por el coronavirus fuera de sus recintos como un mero aspecto incómodo de la realidad corporativa.

NBCUniversal pagó 7,500 millones de dólares para extender sus derechos de transmisión de los Juegos Olímpicos en Estados Unidos hasta 2032. NBCUniversal es la gallina de los huevos de oro del COI, su mayor fuente de ingresos. El dinero que la cadena recupera en dólares provenientes de la publicidad y los ratings ya no se puede volver a posponer. Tokio no puede perder ni un centavo más, sin importar que eso signifique el aumento de las tasas de infección de la variante delta.

Al parecer, poco importó que la Asociación de Médicos de Tokio pidiera en mayo que los Juegos Olímpicos fueran cancelados, tras advertir que no hay ni capacidad hospitalaria ni la cantidad de profesionales médicos necesarios en caso de que ocurra un brote durante el colosal evento multinacional.

Sin embargo, en el mundo de la burbuja del COI / Japón, los plebeyos no son importantes; solo los poderosos cuentan.

Seiko Hashimoto, presidenta del Comité Olímpico de Tokio 2020, ha dicho que los Juegos Olímpicos se realizaran “cueste lo que cueste”, como si ella fuera Winston Churchill y estuviéramos en 1941.

Es tristemente irónico que los últimos Juegos Olímpicos realizados en Tokio hayan tenido tanta relevancia política y mundial. En 1964, Japón se estaba abriendo al mundo nuevamente tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. El emperador Hirohito, quien nunca fue procesado por crímenes de guerra, se puso de pie y aplaudió cuando el estadounidense Billy Mills dio la sorpresa ganando los 10,000 metros planos en el estadio de Tokio, donde el pueblo japonés le dio la bienvenida al mundo.

Contrastemos eso con los próximos Juegos Olímpicos, que se realizarán sin espectadores debido a la continua amenaza del COVID-19.

Esa aura de “Juegos Olímpicos o nada” que impregna este evento es comparable a un grupo de adolescentes que se prepara para ir al baile de graduación en un hotel que está en llamas. En vez de que los adultos a cargo quiten y guarden las llaves del auto, en este escenario el COI, la NBC y los organizadores japoneses están conduciendo a la gente directamente al infierno.

Tras haber tenido el privilegio de cubrir siete Olimpiadas, sé que el cliché de que los deportes unen todos los sectores sociales por el bien común es una realidad en los Juegos Olímpicos.

He visto al famoso “tercer hombre” del podio de los Juegos Olímpicos de México 68 llorar abiertamente por su compatriota —una aborigen australiana— cuando ganó la medalla de oro en Sídney en 2000. He visto a una mujer afgana correr con un hiyab, desafiando a los talibanes, y lograr milagrosamente llegar a Londres para competir en los 100 metros planos. He entrevistado a los médicos de urgencias que atendieron a las víctimas del atentado terrorista en el Centennial Park de Atlanta en 1996. Por lo general, he sido testigo de una afirmación de vida y amor a la patria que me recuerda por qué decidí trabajar en esto.

Los atletas que llegan a Tokio merecen una medalla extra de coraje. Reorganizaron sus vidas por dos años; superaron autorizaciones médicas, vuelos cancelados, cambiantes situaciones de viviendas, y la enloquecedora sensación de nunca saber si iban a competir (o cuándo). ¿Y cuál es su recompensa? Ni una sola madre, padre o hermano a la vista para celebrar o consolarlos en el momento más importante de sus vidas deportivas. En casi todos los recintos, exceptuando unos pocos fuera de Tokio, no habrá aficionados dando vítores, ni rostros pintados con los colores de sus países, que los hagan sentir en casa durante esos últimos 50 metros en la piscina o en la pista.

Por supuesto, cancelar los Juegos Olímpicos nunca ha tenido sentido.

Lo correcto hubiera sido posponer todo un año más y tener un ciclo olímpico de dos años para que Tokio 2020 se convirtiera en Tokio 2022, y así dejar intactos los Juegos Olímpicos de París 2024 y Los Ángeles 2028. Esto hubiera recompensado a los atletas mayores que esperaron dos años para competir y hubiera garantizado las maravillas de no desperdiciar sus mejores momentos deportivos entre Río 2016 y París 2024.

Pero el COI, los directivos de cadenas televisivas y las autoridades japonesas están enfocados en los ingresos. Y en el momento en que sopesaron esos miles de millones contra la posibilidad de que los residentes y atletas contrajeran COVID-19 (y con gran parte del país anfitrión deseando que eligieran la ética de la vida real en vez de la ganancia profesional), la humanidad ya había perdido.



JMRS

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