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El ‘pacto de caballeros’ contra la liga femenil es otro autogol para el futbol mexicano

2021-10-04

En esos números y con esas prácticas es dónde y cómo se mueven otros...

Marion Reimers | The Washington Post

Las violencias no tienen únicamente que ver con las acciones sino también con las omisiones. En este último departamento hay casos que se les pueden imputar a los poderosos del futbol en México. Sin embargo, es en la primera cancha donde ahora está la conversación sobre los tomadores de decisiones por esa acción pensada, deliberada y poco entendida del llamado “pacto de caballeros”.

Hace apenas unos días se dio a conocer que la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) impuso multas a 17 clubes de futbol de la Liga MX y a ocho personas físicas por participar en prácticas monopólicas absolutas al establecer un tope salarial para las jugadoras de futbol en la entonces recién nacida Liga MX Femenil: 2,000 pesos (100 dólares) para las mayores de 23 años, 500 pesos (25 dólares) para las menores de 23 y únicamente transporte, comida y escuela para las sub-17. Las sanciones para los clubes ascienden a 177.6 millones de pesos en total.

Y aunque la Federación Mexicana de Futbol (FMF) y la Liga MX ya dijeron que se harán responsables de esta multa y no niegan la existencia del “pacto de caballeros”, en ningún momento han explicado qué acciones afirmativas tomarán al respecto.

En el comunicado del 23 de septiembre, la FMF y los clubes sancionados aseguraron que “refrendan su compromiso con la erradicación de estas y cualquier otra práctica que pudiera ser contraria al marco normativo”, pero dejan de lado que planearon un acuerdo que no solo agudiza la brecha de género sino que oprime el crecimiento de las jugadoras.

En Somos Versus, organización que dirijo, expusimos esta práctica machista y discriminatoria,pues son las jugadoras quienes refieren el sacrificio propio y el de sus familias para mantenerse en las canchas. Pero no se trata de apelar a la “caridad” de los clubes ni a la resistencia de las futbolistas, sino del cumplimiento de la ley bajo la cual están amparados los contratos. Si el futbol profesional es parte de la industria del entretenimiento no podemos olvidar que las futbolistas son trabajadoras de la misma, la cual mueve millones en todo el mundo y que, con su mano —o pie— invisible, se inserta en nuestra vida diaria sin que siquiera lo notemos.

Es común hablar en el futbol varonil del “pacto de caballeros”, el cual, aunque prohibido por la FIFA, existía en México y no le permitía a los jugadores contratarse libremente con otro club aunque ya hubiera finalizado su contrato. Se ha hablado del tema hasta el desgaste, se vociferó, se peleó y discutió. Sin embargo, ¿cuándo hemos de discutir con esa vehemencia el pacto patriarcal que no únicamente limita económicamente a las jugadoras, sino que también impide con toda claridad el desarrollo y crecimiento de una competencia de por sí ya mermada por bloqueos estructurales y el corto criterio de quienes detentan el poder? ¿Cuánto se hubiera podido hacer con el monto que ahora se pagará en multas para impulsar desde un inicio el crecimiento sano de una competencia que se ha convertido —con todo y estas limitantes— en la mejor liga de América Latina?

Resulta aún más preocupante la falta de humildad y la profunda miopía de quienes manejan a su antojo a las instituciones del futbol bajo el argumento de que son sus negocios/empresas y están en plena libertad de hacer lo que se les venga en gana.

¿Por qué los clubes pueden ponerse de acuerdo para ejercer este tipo de discriminación y no para, por ejemplo, crear protocolos de cero tolerancia a la violencia contra las mujeres o para otorgar sueldos justos a las jugadoras?

El caso más inmediato de incongruencia con esos dichos es el del centrocampista ecuatoriano Renato Ibarra. Acusado de violencia familiar, tentativa de aborto y feminicidio contra su esposa, fue cesado por el Club América en marzo de 2020, pero fue reintegrado en agosto de 2021 con la explicación de que ha “solucionado sus problemas familiares” y “ha sido capacitado en materia de equidad de género”. En ese lapso, fue el Club Atlas quien lo mantuvo en la cancha de juego, pero no lo contrató porque no podía igualarle el sueldo de 80,000 dólares al mes.

En esos números y con esas prácticas es dónde y cómo se mueven otros pactos de caballeros en el futbol mexicano, una industria que es sinónimo de poder. No es casualidad que históricamente los gobiernos hayan querido estar cerca de él y usarlo para posicionar ideologías, proyectos y un largo etcétera. A la vez, forma parte del discurso público y de nuestra narrativa popular; construye identidades y genera un sentido de pertenencia. Algo muy preocupante aquí es que ese mensaje de rampante desigualdad e impunidad sale de la cancha y se inserta en la vida cotidiana de las mujeres que también consumen futbol y pueden ver su historia reflejada en estos casos.

Para excusar el “pacto de caballeros”, no faltará quien vuelva a querer pisar ese territorio estéril y árido de la desigualdad salarial al argumentar que el futbol femenil no genera las mismas ganancias, dejando de lado el punto medular de la conversación: las inversiones. Esta clase de determinaciones muestran con claridad la enorme necesidad de capacitaciones en temas de igualdad de género y derechos laborales, así como los sesgos implícitos en los dueños y presidentes de los clubes de futbol. No es que únicamente volteen a otro lado o no le presten atención al futbol de las mujeres —una gran oportunidad de negocio, por cierto—, sino que de manera abierta y arbitraria están frenando su desarrollo como profesionales y la sana competencia económica al interior de su propia industria.

No resulta sorprendente tampoco el rezago del futbol femenil si tomamos en cuenta la prohibición institucional de 70 años impuesta por la FIFA (por ser “bastante inadecuado” para ellas) y el nulo resarcimiento histórico para con el deporte de las mujeres.

Esta discriminación no es algo exclusivo de México. En 2019, las jugadoras de la selección de Estados Unidos levantaron su cuarta Copa del Mundo —mientras que su equivalente varonil ha ganado cero—, y el grito unánime en el mundial fue “Equal pay!, Equal pay!” (pago igualitario), de ahí siguió la acción a una demanda por 66 millones de dólares en daños en virtud de la Ley de Igualdad Salarial, alegando discriminación de género; fue en este septiembre que la Federación de Fútbol de Estados Unidos ofreció propuestas de contrato idénticas a las de los jugadores. Falta ver si se cumplen.

Los ejemplos más alentadores son los de las futbolistas de Noruega, que en 2017 lograron el pago igualitario al de los hombres en las selecciones nacionales. Así también Australia, Dinamarca, Finlandia, Brasil, y más recientemente Inglaterra e Irlanda. Sin embargo, todo esto se ha hecho en el plano de selecciones nacionales, pero la brecha aún es abismal en los clubes.

Esta clase de acciones como el “pacto de caballeros” que apenas salen a la luz, contribuyen a la construcción de una narrativa que minimiza los esfuerzos y talentos de las mujeres en la esfera pública y dejan en claro hacia dónde es que se decantan los poderes al momento de establecer sus prioridades. En este juego donde participan los poderosos, parece que nadie les ha explicado cómo se lleva la cuenta, porque sus acciones únicamente representan autogoles para la industria que buscan, según ellos, solidificar y hacer crecer.



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