Tras Bambalinas
López Obrador usa la comunicación como arma contra la democracia
Por Luis Antonio Espino | The Washington Post
Este concepto ha sido explorado por Jennifer Mercieca, estudiosa estadounidense de la retórica populista. Ella explica que la comunicación empleada como arma incluye “el uso deliberado de propaganda, desinformación, noticias falsas, exposición de personas al ridículo o la vergüenza pública, agresión, discurso de odio, amenazas y acoso, manipulación del significado de las palabras y distorsión de la opinión pública mediante bots, algoritmos y propaganda computacional”.
Esas técnicas son utilizadas por AMLO y su movimiento de modo sistemático y estratégico. La sustitución de la comunicación del Estado por propaganda es evidente en sus conferencias de prensa diarias, así como en la captura del lenguaje de las instituciones del gobierno, que cada vez con mayor frecuencia emiten discursos y comunicados en esa clave populista. La desinformación forma parte central de la estrategia, y por eso el número de mentiras y afirmaciones sin sustento hechas por el presidente sigue creciendo. A la vez, el uso deliberado de técnicas para influir la conversación en redes sociales a favor del gobierno ha sido demostrado en repetidas ocasiones.
Si AMLO solo fuera un político hábil que convence a millones de que las cosas van bien cuando en realidad van mal, el daño a la democracia sería significativo pero no irreparable. El problema de fondo es que también usa la comunicación como arma para destruir las instituciones y reglas de la democracia y, de modo muy preocupante, para romper los lazos de respeto, confianza y colaboración entre los propios ciudadanos, lo que lleva a la cancelación del dialogo colectivo. Para ello se vale de la deformación del lenguaje público y la manipulación del significado de las palabras, a fin de usarlas contra grupos específicos de la sociedad.
Un ejemplo reciente de cómo AMLO transforma la comunicación en arma es el uso del término “derechizar”, que significa “hacer que alguien o algo pase a tener características ideológicas de derechas” o “adoptar posturas ideológicas de derechas”. El presidente se dice de “izquierda”, por lo que “derechizarse” significa convertirse en un abierto opositor político. Y en el discurso populista, a los opositores no se les respeta ni se les concede ninguna legitimidad.
Por eso, cuando AMLO dice que “el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se derechizó”, o que “la UNAM —la principal universidad pública de México— se derechizó”, no está lanzando un llamado a la comunidad académica para que reflexione sobre la diversidad ideológica de sus planes de estudio. En realidad, esta perversión del lenguaje busca dañar la reputación de ambas instituciones, reducir su estima entre la sociedad y convertirlas en parte de los enemigos del presidente, los “conservadores” que, según la liturgia populista, defienden el status quo porque quieren “mantener sus privilegios” o “seguir robando”. Poco importan el prestigio y el desempeño real de esas instituciones, pues el presidente las redefine de acuerdo con sus intereses para avasallarlas en términos de poder.
El mismo trato ha dado una y otra vez a organismos y grupos que considera antagónicos. Así lo hizo, por ejemplo, con los funcionarios de perfil técnico de su gobierno, a quienes deslegitimó para no tener que justificar su remoción masiva de los puestos directivos o la desaparición arbitraria de programas públicos. Algo parecido ha ocurrido con el periodismo crítico, las organizaciones de la sociedad civil, los organismos públicos autónomos, la clase media y los movimientos feminista y ambientalista, a los que el presidente busca debilitar mediante un discurso agresivo y falaz. El fango que AMLO lanza desde el podio del Estado es también una instrucción a sus seguidores para cerrar filas y repetir un relato demagógico en el que “el bien” tiene la obligación de combatir y destruir al “mal”, sin reflexión ni duda.
Así, el presidente evita ser cuestionado, elude la rendición de cuentas y se pone a sí mismo por encima de cualquier necesidad de explicar y justificar sus decisiones, mientras deja a los afectados a merced del abuso de poder. Si una institución “se derechizó”, entonces todo se vale para corregirla, incluyendo la reducción de presupuesto, despidos arbitrarios, violación de normas, amenazas e imposición autoritaria de cuadros directivos, como está ocurriendo actualmente con el CIDE. No cuesta mucho trabajo darse cuenta de que el Instituto Nacional Electoral y el Banco de México siguen en la lista.
Cada pieza de credibilidad, legitimidad y respeto social que AMLO logra quitarle a las instituciones y a los grupos diversos que dan vida a la democracia, la reclama para sí mismo y su aparato populista. El presidente usa la comunicación como arma porque quiere convencer a los ciudadanos de que él es el único que puede decidir qué instituciones tienen derecho a existir y qué personas tienen derecho a participar en la vida pública. Quiere convencernos de que el suyo es el único poder legítimo, lo que lo convierte en un peligro cada vez más claro para las libertades.
aranza
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