Ecología y Contaminación

La mancha negra que devora un país

2022-01-31

La mancha sigue expandiéndose hacia el norte. Pero ha contaminado ya más de 20 playas...

Joseph Zárate | El País

Hace tiempo que la metáfora más precisa del Perú dejó de ser —como dice cierto dicho popular— “un mendigo sentado en banco de oro”. La imagen que mejor retrata al país en el siglo XXI ya dio la vuelta al mundo y es esta: un obrero con traje de bioseguridad frente a un mar contaminado por miles y miles de litros de petróleo. Un Sísifo contemporáneo que intenta limpiar una playa manchada de aquella sustancia prehistórica usando solo sus manos y un balde, aun sabiendo que pronto la marea alta embarrará otra vez la orilla.

El fotógrafo Musuk Nolte capturó el trabajo de estos peruanos en los primeros días del que hoy es considerado “el peor desastre ecológico de la historia del Perú”, un daño que, a la luz de las últimas investigaciones, parece imposible de reparar. Al principio, la multinacional Repsol restó importancia al hecho: dijeron que solo se habían derramado siete galones de petróleo (unos 26 litros). Días después, el Ministerio del Ambiente informó que se trataba de 6,000 barriles (casi un millón de litros). El viernes, sin embargo, las autoridades precisaron la cifra: como mínimo, fueron 11,900 barriles de crudo (casi dos millones de litros) vertidos al Pacífico cerca de la refinería La Pampilla, operada por la compañía, cuando descargaba el combustible de un buque frente a las costas del Callao. Vista desde el cielo, hablamos de una mancha oscura y viscosa que en menos de una semana ya había devorado una extensión de mar y playa similar a más de 1,200 canchas de fútbol.

Hacer un inventario del desastre aquí sería imposible. La mancha sigue expandiéndose hacia el norte. Pero ha contaminado ya más de 20 playas y cinco reservas naturales, matado a incontables especies de peces, aves y nutrias, y ha dejado sin trabajo a más de 3,000 personas, entre pescadores, artesanos y comerciantes. Mientras, ante la incapacidad del Estado y la improvisación y poca transparencia de Repsol para remediar el daño, la sociedad civil se ha movilizado: voluntarios y activistas acuden a la zona a rescatar animales agonizantes y protestan por este “ecocidio” que, en realidad, es solo otro eslabón de una vieja cadena de catástrofes. Derrames que ocurren muy lejos de la capital, en las selvas y montañas, donde la actividad de empresas contaminantes dejan enfermos, muertos y desplazados desde hace décadas.

Ahí están los datos. Solo entre los años 2000 y 2019, hubo 474 derrames de petróleo en la Amazonía peruana: 65% de ellos causados por la corrosión de ductos y fallas operativas de las empresas. En el Lote 192, el lote petrolero más grande del país, hay 2,000 sitios devastados por la actividad petrolera: 32 de esas zonas tienen tanta tierra contaminada con crudo y metales pesados suficiente para llenar 231 estadios nacionales. Estudios del Ministerio de Salud demuestran que en esa zonas hay familias contaminadas con metales tóxicos que pueden afectar el sistema nervioso, la capacidad para aprender, causar insuficiencia renal y cáncer. Pero hasta ahora muy poco o nada se ha hecho para remediar el daño.

¿Por qué en el caso del derrame de Repsol sería distinto? ¿Las empresas seguirán evadiendo sus responsabilidades? ¿Las autoridades harán por fin cumplir la ley y protegerán a sus ciudadanos? Es demasiado pronto para dar una respuesta definitiva. En tanto, decenas de pescadores de Ventanilla, al igual que los indígenas amazónicos, se han visto empujados a trabajar para la empresa que contaminó el mar que les daba sustento: ahora limpian el petróleo, poniendo en riesgo su propia salud, a cambio de un pago y una canasta de víveres.

Quien quiera entender la herida física y emocional que este hecho ha causado, vuelva a mirar las fotos de Musuk Nolte mientras escucha al pescador artesanal Alejandro Huaroto en esta entrevista: “Estamos tan afectados con esto, que ni siquiera ya estamos molestos. Estamos tristes”, dijo con voz quebrada, cerca de la playa de su infancia, ahora ennegrecida. “No queremos vivir estirando la mano para que nos den algo, como si fuéramos mendigos. Somos trabajadores, y lo que ha hecho este derrame es robarnos nuestra libertad”.



Jamileth
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