Entre la Espada y la Pared

Putin no puede ganar la guerra en Ucrania, pero no puede darse el lujo de perderla

2022-03-17

El gran peligro es que Putin podría no ser del todo racional en cuanto a Ucrania. Por lo...

Max Boot | The Washington Post

Este es el dilema central de la invasión a Ucrania: esta es una guerra que el dictador ruso Vladimir Putin cree que “no puede darse el lujo de perder” (en palabras de la directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines), pero que también parece que no puede ganar. A las tropas estadounidenses les tomó solo tres semanas ocupar Bagdad en 2003. Pero la guerra de Ucrania ya lleva casi tres semanas, y Putin está más lejos que nunca de sus objetivos declarados de la “desmilitarización y desnazificación”, es decir, la imposición de un régimen títere ruso en Ucrania.

Su mejor apuesta era un ataque relámpago hacia Kiev en los primeros días de la guerra. Pero eso se diluyó, y las fuerzas militares rusas no han demostrado tener la capacidad de abastecer con consistencia a sus columnas blindadas o coordinar operaciones aéreas y terrestres. Los rusos han tenido un mejor progreso en el sur que en el norte, pero su avance está actualmente estancado, y todavía no han podido dominar los cielos. Los ucranianos han montado una defensa ingeniosa y tenaz, lo cual es una tarea militar inherentemente más sencilla que llevar a cabo una ofensiva.

El ejército ruso está tratando de compensar su falta de habilidad militar con salvajismo puro. Está reduciendo a escombros a Mariupol y Járkov, y atacando de forma deliberada a civiles como lo hizo en el pasado en Alepo, Siria y en Grozni, la capital de Chechenia. Lo más probable es que Kiev sea la siguiente en la lista. Putin podría incluso usar armas químicas. Sin embargo, ese tipo de brutalidad suele generar una resistencia más dura.

Recordemos que el aliado de Rusia, Bashar al Asad, todavía no ha logrado sofocar la rebelión de Siria casi siete años después de la intervención de Rusia a pesar de (o debido a) todas las atrocidades del régimen. O consideremos cómo Leningrado resistió un asedio alemán de casi 900 días desde 1941 hasta 1944. Esa es una historia que Putin debería conocer bien ya que Leningrado, que ahora se llama San Petersburgo, es su ciudad natal, y su hermano murió en dicho asedio. La población pasó hambre, pero nunca se rindió.

Demoler una ciudad con artillería y cohetes es fácil; ocuparla es mucho más complicado. Los escombros crean posiciones de combate para los defensores e impiden el movimiento de vehículos blindados. A las fuerzas iraquíes, apoyadas por las fuerzas militares estadounidenses, les tomó nueve meses, de 2016 a 2017, recuperar Mosul del control de solo unos 6,000 combatientes del Estado Islámico. ¿Está Putin dispuesto a esperar por un asedio prolongado a Kiev mientras las sanciones continúan azotando la economía rusa y la cifra de fallecidos rusos sigue creciendo?

Los funcionarios estadounidenses estiman de forma conservadora que Rusia perdió entre 5,000 y 6,000 soldados en las dos primeras semanas de la guerra, o lo que es equivalente a 400 por día (la cifra real podría llegar a ser de hasta 700 al día). Rusia no ha sufrido ese tipo de bajas en combate desde 1945. En Afganistán, los soviéticos promediaron unos cinco soldados muertos en batalla al día, e incluso eso fue suficiente para socavar el régimen. Putin ya está sintiendo la presión: está tratando de reclutar mercenarios sirios y al parecer le está solicitando a China equipos militares. Esas son señales de que no tiene suficientes soldados o armas para compensar las pérdidas mayores a las esperadas en una guerra que no va de acuerdo al plan.

Con el tiempo, los rusos podrían abrirse camino hacia Kiev. Incluso podrían asesinar o capturar al valiente presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Pero eso todavía no los haría ganar la guerra. El libre gobierno ucraniano podría simplemente trasladarse a Leópolis, al oeste de Ucrania, o a Polonia, y seguir avivando la resistencia.

Putin no tiene en absoluto tropas suficientes en Ucrania —según estimaciones, tiene menos de 190,000 soldados— para controlar a un país de más de 43 millones de habitantes. En el este de Ucrania y Siria, Putin prefirió delegar el trabajo sucio del combate terrestre a los aliados locales. Pero hay pocas posibilidades de reclutar una fuerza de seguridad prorrusa en el resto de Ucrania. Incluso los ucranianos que solían ser amigables con Moscú están ahora consumidos por el odio hacia Rusia. Las protestas contra Rusia continúan aún bajo las armas de los ocupantes.

En mi libro Invisible Armies: An Epic History of Guerrilla Warfare From Ancient Times to the Present (Ejércitos invisibles: una historia épica de guerra de guerrillas desde la antigüedad hasta el presente), llegué a la conclusión de que la contrainsurgencia de tierra arrasada solo funciona cuando las guerrillas son débiles y no tienen acceso a ayuda externa, y los contrainsurgentes tienen números abrumadores y legitimidad política. Todas esas condiciones se cumplieron en Chechenia, la primera guerra de Putin. Pero ninguna de ellas se aplica en Ucrania, al igual que en la Afganistán de la década de 1980. Putin está haciendo de la vida de los civiles ucranianos un infierno, pero los combatientes ucranianos abastecidos por Occidente pueden hacer que la vida de los soldados rusos sea un infierno durante los próximos años, y se necesitarán más que unos cuantos ataques con misiles para cortar las líneas de suministro de sus vecinos de la OTAN.

En última instancia, lo que me convence de que Rusia no puede ganar es la máxima de Napoleón: “En la guerra, el poder moral constituye tres cuartas partes del éxito, y el físico solo es el cuarto restante”. Los rusos podrán tener más materiales bélicos, pero los ucranianos tienen una ventaja moral —y una motivación— crucial. Mientras los ucranianos luchan desesperadamente por su patria, a muchos soldados rusos ni se les informó adónde iban y se están rindiendo a la primera oportunidad.

Si Putin quiere evitar un lodazal interminable, tarde o temprano tendrá que moderar sus objetivos maximalistas y ponerle fin a esta guerra maligna. La única salida sensata es aceptar la derrota y al mismo tiempo calificarla de victoria. Afortunadamente para él, es un prevaricador experimentado. El gran peligro es que Putin podría no ser del todo racional en cuanto a Ucrania. Por lo tanto, podría seguir intentando ganar una guerra imposible con un costo terrible para ambos bandos.


 



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