Muy Oportuno

Restablecer los vínculos de la esperanza y de la vida

2022-04-01

Que las palabras de santa Teresita de Jesús nos animen para que también nosotros...

Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong 

Que la vergüenza y el dolor que podemos sentir por nuestros pecados no nos hagan caer en la tentación de la desesperanza.

Cuando habla el Señor Jesús no nos sentimos al margen, o simplemente como espectadores, sino que nos vemos implicados en sus enseñanzas.

Somos nosotros esas personas de las que habla y estamos metidos en esas situaciones que va iluminando con su palabra. Y, como en esta ocasión, nos visualizamos en el hijo pródigo o en su hermano mayor.

Nos hemos fijado tanto en el hijo pródigo quizá porque nos identificamos con él; la ternura y compasión que suscita su fracaso es un reflejo del profundo deseo que permanece en el alma, cuando después de habernos marchado queremos regresar a casa y volver al corazón de Dios.

No es sólo el pecado personal el que nos ha privado del calor del hogar y de los brazos del Padre. Formamos parte de una generación que sucumbe engañada a los encantos de la ideología y del egoísmo haciéndonos creer que la libertad consiste en romper toda clase de vínculos. Y al final esos vínculos se convierten en la chispa que enciende la esperanza cuando decidimos emprender el camino de regreso.

Pero mientras no tocamos fondo dilapidamos nuestra fortuna espiritual exponiéndonos al fracaso, a la soledad y al sin sentido de la vida. Nos vamos sumergiendo en el vacío en la medida que rompemos vínculos con la verdad, con los valores, con la familia e incluso con Dios, no reconociendo otra autoridad y fuente de moralidad más que la que dicta nuestro propio criterio y la opinión aplastante, disfrazada de progreso, que nos impone la mentalidad actual.

La vida cristiana es un constante volver hacia la casa del Padre. Volver al hogar, volver al perdón, volver a la reconciliación, volver al amor es nuestra verdad más profunda. Esos vínculos que se rompen y desconocen finalmente representan nuestra esperanza, cuando escuchamos en lo más profundo ese llamado al amor que no se puede desterrar del corazón del hombre.

Volver a casa es liberarnos de esos engaños y de esa seducción que nos llevó a renegar de nuestra propia identidad. Volver a casa es tomar conciencia de nuestra verdad más profunda: soy hijo de Dios, soy hija de Dios; soy una persona, a pesar de todo, amada por el Padre del cielo. Él no es como yo, y si me ha amado desde que rompí con Él, me seguirá amando a mi regreso.

Cuando dilapidamos todo, cuando malgastamos lo que con tanto amor se nos ha dado, todavía nos queda una posesión: el vínculo, la pertenencia a Dios, a la Iglesia y a la familia. Pudimos haber procedido de manera tan miserable dándole la espalda a Dios, pero todavía podemos decir con plena seguridad: somos hijos muy amados del Padre del cielo que no ha dejado de esperar nuestro regreso y de ilusionarse con nuestra decisión de volver a estar en sus brazos.

El corazón de Dios y su infinita misericordia es el lugar a donde pertenecemos, es nuestro hogar, donde una vez más nos sentimos amados y protegidos para no volver a romper los vínculos, para ya jamás alejarnos de Él, de la Iglesia y de la familia.

No sólo el hijo pródigo, sino también el hijo mayor le rompe el corazón al Padre cuando no se alegra con el regreso de su hermano, cuando no celebra haberlo recuperado, cuando no se conmueve con el inmenso corazón del Padre del cielo.

Que la vergüenza y el dolor que podemos sentir por nuestros pecados no nos hagan caer en la tentación de la desesperanza, sino que tocándonos el corazón reconozcamos el inmenso amor del Padre que nunca ha renunciado a nosotros, a pesar de nuestro rompimiento y rebeldía.

Que las palabras de santa Teresita de Jesús nos animen para que también nosotros emprendamos con confianza el camino de regreso al Padre, el camino de regreso a casa:

“Sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío. Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él”.



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