Entre la Espada y la Pared

España deja a su suerte a los saharauis frente a Marruecos

2022-04-08

El Sáhara es una región castigada por la historia, abandonada por España en...

Alberto Letona, The Washington Post

El reconocimiento de facto de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental por parte del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, abre un boquete en su política con serias repercusiones a nivel internacional. El Sáhara es una región castigada por la historia, abandonada por España en 1976 y oprimida por Marruecos.

A finales de 1975, el dictador español Francisco Franco estaba en su lecho de muerte. España se enfrentaba a sus propios fantasmas y Hassan II, padre del actual rey Mohamed IV, envió a 350,000 marroquíes con el Corán en la mano y banderas a conquistar las tierras del Sáhara. La llamaron “la marcha verde”, pero fue la marcha negra para los habitantes del territorio. El Ejército español no disparó un solo tiro. El Frente Polisario, un pequeño ejército formado por saharauis apoyado por Argelia y que hoy continúa exigiendo la liberación del Sáhara, nada pudo hacer.

En enero de 1976 un general español, Federico Gómez de Salazar, gobernador del Sáhara, vadeaba el dolor de la traición con estas palabras: “No ha habido capitulación”. La suerte de la colonia estaba echada. Tras el abandono del Sáhara por parte española, Marruecos y Mauritania, vecinos de frontera, invadieron el país. Hubo una guerra en la que Mauritania capituló pronto.

Su superioridad militar y mayores recursos le han permitido a Marruecos apoderarse de la parte más fértil del territorio y construir un muro gigante de arena vigilado por 100,000 soldados. Una gran mayoría de los resistentes saharauis viven en los campamentos de Tinduf, al suroeste de Argelia: casi 175,000 personas que viven en condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad. Todos ellos forman la República Árabe Saharaui Democrática.

Desde 1976, los diferentes gobiernos de Madrid han defendido el derecho de autodeterminación de los saharauis, en concordancia con las tesis de la Organización de Naciones Unidas (ONU). A pesar de las promesas, los sucesivos gobiernos españoles no se han atrevido a encararse con la ocupación del territorio por parte marroquí. Según el relato de la monarquía alauita, el Sáhara forma parte histórica del Gran Marruecos. La República Árabe Saharaui Democrática lo niega tajantemente.

En 1991, el Consejo de Seguridad de la ONU prometió la celebración de un referéndum de autodeterminación para decidir sobre la independencia o integración de Marruecos. La comunidad internacional no ha cumplido su promesa hasta ahora. La intransigencia de Marruecos y la complicidad de Occidente han frustrado todos los intentos. El Sáhara sigue siendo la última colonia de África y contiene una gran riqueza de fosfatos, gas y minerales, así como unos bancos pesqueros muy codiciados por los barcos europeos.

Con el reconocimiento de la soberanía sobre el Sahara, Sánchez pretende zanjar las aspiraciones marroquíes sobre la territorialidad de Ceuta, Melilla y las Islas Canarias, así como frenar las sucesivas oleadas de inmigración que se producen con el beneplácito de las fuerzas de seguridad de ese país. Pero nada de esto parece haber quedado por escrito y no es difícil predecir que Mohamed VI, cuyo control sobre el país es total, recurrirá a la invasión humana como arma si es preciso.

En abril del pasado año, la entrada en España del secretario general del Frente Polisario, Brahim Gali, para tratarse de COVID-19 en un hospital español, fue la excusa para que Marruecos acusara al gobierno de Sánchez de deslealtad. Poco después, miles de jóvenes marroquíes entraron sin documentos a Ceuta. En mayo, la embajadora alauita abandonó Madrid. Ahora acaba de volver para escenificar la reconciliación con España. Marruecos es un negociador hábil y no es casualidad que haya elegido este momento de guerra en Europa para dar un manotazo en la mesa.

Pero la decisión del gobierno español de plegarse al chantaje del reino alauita pone de manifiesto su propia debilidad. Confiar en que Marruecos, un estado centralista, otorgue la más mínima autonomía al Sáhara es como creer que el presidente ruso, Vladimir Putin, se retirará del Dombás ucraniano.

En este avispero político puede que Sánchez, al menos temporalmente, haya logrado apaciguar a Marruecos. Sin embargo, Argelia, principal suministrador de gas a España y valedor de la República Árabe Saharaui Democrática, está furioso con la decisión.

En las revueltas aguas de la política internacional ya se habían producido cambios de corriente. Apenas en marzo, Alemania selló las paces con Marruecos tras un año de conflicto por el Sáhara. Estados Unidos y Francia han apostado desde hace tiempo por Marruecos. Mohamed VI ordenó reconocer al Estado de Israel, rompiendo amarras con los países de su entorno árabe, y esto propició un acercamiento aún mayor a Estados Unidos, su principal proveedor de armas. Sin ambages, el expresidente Donald Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara.

La rapidez y oscurantismo con las que Pedro Sánchez ha tomado la decisión de ceder ante Marruecos, la cual le ha traído problemas incluso con una parte de su propio gobierno, y el hecho de que haya sido Marruecos quien lo haya anunciado formalmente a la opinión pública añade todavía más sombras al caso.

La decisión del gobierno español supone un cambio de movimiento en el tablero internacional con serias repercusiones para unos tiempos turbulentos en los que se deja a los saharauis en tierra de nadie y como víctimas de una segunda traición. El presidente español ha repetido casi las mismas palabras del general Gómez de Salazar, casi cinco décadas atrás: “No ha habido capitulación”. Difícil creerle.



Jamileth
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