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Auge chino y caída rusa en América Latina
Sandra Zapata | Política Exterior
La puja de los actores globales por ganar peso e influencia ha marcado el devenir reciente de América Latina, con China como protagonista absoluta. Con Rusia en guerra, los países latinoamericanos comienzan a plantearse de manera pragmática sus vínculos, en busca de mercados alternativos para sus exportaciones.
El episodio más reciente de activismo de grandes actores globales en América Latina se hizo evidente durante la pandemia del Covid-19, que ubicó a China y Rusia en la vanguardia de la cooperación sanitaria. Las dos potencias actuaron con agilidad en el suministro de vacunas, mientras Estados Unidos y la Unión Europea se mantenían al margen, centrados en sus ciudadanos. Más allá de la diplomacia de las mascarillas, las potencias extra-hemisféricas han ido ampliando sus áreas de influencia en la región durante las últimas dos décadas, pero su presencia y peso en el continente es bastante diferenciado. Mientras que el dragón asiático se ha asegurado una posición de primacía en las principales áreas de desarrollo, la presencia de Rusia es tibia, no ha trascendido de la cooperación militar y tras la invasión a Ucrania sus relaciones con la región juegan en su detrimento.
Ampliar la esfera de influencia implica que el actor global en cuestión busca asegurar una posición de predominio, directa o indirecta, en alguno de los ámbitos de la economía política internacional o en áreas culturales o militares. La esfera de influencia China en Latinoamérica toma la forma de flujos de comercio, inversiones e infraestructura. Hoy es el primer socio comercial de Brasil, Chile, Perú, Uruguay y Argentina, y tiene acuerdos de libre comercio con Chile, Costa Rica y Perú. Con Ecuador inició conversaciones en febrero de 2022 para alcanzar un acuerdo. Según las cifras del Inter-American Dialogue, el comercio total entre China y América Latina y el Caribe aumentó de casi 18,000 millones de dólares en 2002 a 318,000 millones en 2020. Ese mismo año, las importaciones de China desde la región ascendieron a 168,000 millones, mientras que sus exportaciones sumaron 150,000 millones.
En el ámbito financiero, el gigante asiático se ha convertido en una fuente alternativa al mercado financiero privado y a los organismos de Bretton Woods. El Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportación e Importación de China se encuentran entre los principales financistas de la región. Entre 2005 y 2020, los préstamos acumulados ascendieron a más de 137,000 millones, siendo Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina los principales receptores, como muestra el gráfico. En cuanto a las inversiones de China en la región, estas ascendieron a 140,000 millones entre 2005 y 2021, de los cuales 64,000 millones corresponden a Brasil y 25,000 millones a Perú, según datos del Inter-American Dialogue.
Los vínculos comerciales entre el gigante asiático y América Latina crecieron exponencialmente en el siglo XXI, pero han sido relaciones asimétricas en lo referente a los productos que se comercializan. Las exportaciones a China consisten sobre todo en recursos naturales, incluyendo minerales (35%), soja (17%), combustibles minerales (12%), carne (7%) y cobre (6%), mientras que las importaciones se concentran en maquinaria y equipos eléctricos (23%), aparatos mecánicos (16%) y vehículos de motor y piezas (6%). Este intercambio comercial ha ido de la mano de inversiones en infraestructura, con proyectos valorados en 66,000 millones entre 2005 a 2021, de los cuales el 51% corresponden a proyectos de energía y el 29%, a transporte.
El predominio de China en casi todas las áreas clave para el desarrollo contrasta con la presencia rusa en la región. América Latina no está en la zona de influencia directa de Moscú, cuya política exterior se articula más bien en torno a un revisionismo que busca incidir más allá de su círculo inmediato y recuperar el estatus de potencia global ante los ojos del mundo, socavada tras la caída de la Unión Soviética. Su principal vinculación con la región fue la promoción de la multipolaridad en el orden internacional, lo que tuvo eco en un grupo de gobiernos progresistas de la izquierda latinoamericana. Si bien buscó hacer contrapeso al papel hegemónico de EU, su influencia no ha trascendido del apoyo abierto a los países considerados enemigos de dicha potencia, como Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Durante los últimos veinte años, el Kremlin ha incrementado su apoyo a regímenes ubicados en marcos ideológicos de corte nacional-popular, en especial con cooperación militar y de defensa. En Managua se despliegan constantes ejercicios militares, marítimos y aéreos a través de centros de entrenamiento militar o sistemas de monitoreo satelital como “La Gaviota”, ubicado a tres kilómetros de la sede de la embajada de EU y cuyo control operativo-administrativo lo realiza la misión diplomática rusa. Con Caracas sostiene más de 20 acuerdos bilaterales en cooperación militar, intercambio de personal y entrenamientos. Con La Habana, la relación se ha expandido a otras áreas de influencia, siendo el comercio, las inversiones y la ayuda humanitaria los vínculos más importantes.
Más allá de los socios históricos, la presencia de Moscú se limita a visitas de altos funcionaros y anuncios de “grandes acuerdos” con pocos resultados pragmáticos, apoyo a gobiernos antidemocráticos, subsidios económicos a socios tradicionales e influencia en el hemisferio occidental a través de medios como Sputnik y Rusia Today. Con México, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú ha intensificado su relación a través del comercio de aeronaves, helicópteros y material militar en general. Pero en otros ámbitos su presencia es cercana a cero.
El área diplomática sirve como termómetro para medir la esfera de influencia de las potencias y poner a prueba los respaldos latinoamericanos. En el caso de Rusia, la guerra con Ucrania ha hecho perder su atractivo en buena parte de la región. Si bien, las recientes visitas de los presidentes de Argentina y Brasil a Vladímir Putin dan muestras de lazos políticos más estrechos con el Kremlin, el acercamiento no se han traducido, a corto plazo, en apoyo diplomático en el seno de Naciones Unidas. En las últimas votaciones en la Asamblea General de la ONU, solo aliados históricos como Cuba, El Salvador, Nicaragua y Bolivia se abstuvieron de condenar la invasión a Ucrania. Venezuela exhibió su alianza con Rusia, aunque tiene el voto inhabilitado en la ONU por sus deudas con el organismo. Ningún país votó en contra.
En el caso asiático, por cierto, el apoyo diplomático para la política de “Una sola China” ha ido creciendo. Actualmente, solo ocho países de América Latina y el Caribe reconocen a Taiwán. Panamá, República Dominicana y El Salvador cambiaron el reconocimiento a la República Popular China entre 2017 y 2018, y Nicaragua lo hizo en diciembre de 2021.
La puja de los actores globales por accesos e influencia política y económica en la región ha sido el signo de los últimos tiempos en América Latina. Tras la pandemia del Covid-19, China se convirtió en el primer productor global de vacunas y principal proveedor del mercado de los países de ingresos medios y bajos, desplazando en ese papel a EU y la UE. El gigante asiático se consolida no solo como actor global capaz de hacer contrapeso a potencias tradicionales, sino como una alternativa real para que los países latinoamericanos amplíen su margen de autonomía, dada su influencia en las principales áreas del desarrollo. Con Rusia en guerra, los países latinoamericanos se empiezan a plantear de manera pragmática sus vínculos, por ejemplo en la búsqueda de mercados alternativos para sus exportaciones. El desafío imperante es redefinir el papel pasivo y vulnerable que ha caracterizado a Latinoamérica y delimitar derroteros claros ante la competencia geopolítica de actores globales en la región.
aranza
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