Reportajes

Violencia escolar: cirugía a corazón abierto

2014-06-08

Interrumpimos la clase de Química que tiene 30 alumnos registrados, de los cuales...

Por Elías Rafful Vadillo*

En Ciudad Victoria sentí un rayo. ¿Por dónde empiezas a transformar una escuela en donde el maestro te confiesa "yo pagaría por no venir a dar clases", las alumnas de 15 años están casadas o son hijas de delincuentes que están recluidos en la cárcel, y los bebederos tiran y tiran agua porque los alumnos los rompieron y los directivos sólo ven pasar todo esto con indolencia?

La respuesta no puede ser más que una: por las tres cosas al mismo tiempo.

Maestros, alumnos y directivos desapegados del lugar en donde conviven por horas todos los días. No sé si eso se califica como falta de interés, apatía o hartazgo. Pero lo que sí sé es que en el fondo lo que hay es una enorme descomposición social que requiere cirugía a corazón abierto.

No se me puede olvidar la niña de 15 años que nos encontramos en ese salón de clases de una secundaria en Los Mochis, que siendo la única que no portaba el uniforme, nos retaba con su mirada, dejándonos claro que allí manda ella. De cara hermosa y con ganas de comerse al mundo, sólo bastó hacerle unas cuantas preguntas sobre su vida para que al cabo de 20 minutos soltara la primera lágrima.

Vive con otras nueve personas en la casa de su abuela, en donde todos se pelean por la única de cuatro recámaras que tiene aire acondicionado para apenas aguantar el calor de 42° que se siente como de 53°. Su padre lleva nueve meses en la cárcel por robo y su madre trabaja todo el día en una empresa de paquetería.

Interrumpimos la clase de Química que tiene 30 alumnos registrados, de los cuales sólo había siete en ese momento. El maestro no supo decir por qué, pero bastaba ver las caras de esos siete, para tener claro que no era la clase más divertida, ni tampoco había mucho respeto hacia el maestro.

Él, por su parte, a un mes de concluir el ciclo escolar, sigue sin aprenderse los nombres de sus alumnos y los llama con un dejo de autoridad sesentera "óniño!", como a aquél que entró ya a media clase para contestarme que ni siquiera sabía qué clase era esa.

Sí. Esa es la realidad de muchas escuelas. De ese tamaño es el problema.

Y eso sólo puede cambiarse con la suma comprometida de alumnos, padres de familia, maestros, directivos, los tres órdenes de gobierno, empresarios, especialistas y sociedad civil. Mucha sociedad civil. Una sociedad civil que lo que más quiere hoy es participar. Comprometerse, entrarle a los problemas de verdad.

Nuestra sociedad está enferma de descomunicación. Hay descomunicación entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, entre jóvenes y adultos, entre ricos y pobres, entre policía y sociedad, entre gobierno y sociedad. Y al igual que la pareja que va a terapia para que les ayuden a comunicarse, necesitamos intervenir esas escuelas para ir sanando las heridas que por años ha dejado en nuestra sociedad la descomunicación.

El reto es hacerlo de golpe. Porque México no se puede dar el lujo de seguir desperdiciando jóvenes.

Por eso, bienvenido #ElbullyingNOesunjuego y bienvenida la participación que apenas en una semana han tenido decenas y decenas de artistas y deportistas que se han sumado a una campaña que grita NO A LA VIOLENCIA.

No a la violencia cotidiana que ven y padecen esos jóvenes de Los Mochis en sus casas y en la calle. No a la que ha provocado ya incluso la muerte de niños en escuelas a manos de otros niños con una crueldad que nos espanta. No a una sociedad que regida por la descomunicación tiene a millones de jóvenes enfrentando una vida sin comprensión, sin ser escuchados, sin afecto.

Como decía al principio, en Ciudad Victoria sentí un rayo. Tuve la enorme distinción de ser recibido por Doña Rebeca en su casa. La madre de Héctor Alejandro, el niño de 12 años que murió apenas hace menos de tres semanas víctima de una salvajada que puede llamarse de muchas maneras, pero nunca un juego.

Le dije que todo México se ha conmovido frente a esta tragedia y que el fallecimiento de su hijo ha despertado la conciencia de todos. Vaya desde esta columna mi solidaridad hacia su dolor y mi respeto hacia su coraje para enfrentar ahora a una comunidad insensible que la apunta con el dedo por atreverse a seguir viviendo, pese a que el dolor que siente es humanamente insoportable.

Pero no sentí el golpe del rayo adentro de su casa, sino afuera cuando al salir entre la lluvia, en ese día de tianguis de cosas usadas, muy usadas, vi cómo frente a mí un niño de unos 12 años, acompañado de otros dos más chicos, cruzó la calle en actitud de líder pandilleril, portando con una emergente virilidad una muy realista pistola de municiones, para pisarle la cabeza a un perro negro que reposaba mansamente en la banqueta.

Se la pisó y como si no fuera suficiente, luego le dio tres patadas también a la cabeza. Cuando le dije que se detuviera, me miro con actitud retadora y se dio dos golpes en el pecho con la palma de su mano para dejarme claro que era suyo y que por tanto, podía hacer con él lo que quisiera.

Diversos estudios internacionales indican que casi la mitad de los asesinos seriales fueron maltratadores de animales. Nuria Querol i Viñas, especialista en el tema, asegura que el abuso de animales realizado por niños es uno de los indicadores más importantes y tempranos de trastorno de conducta. Los estudios señalan que el 85 por ciento de las mujeres violentadas comentan que su agresor había herido, amenazado o matado a su animal.

¿Aún podemos hacer algo frente a tanta crueldad? Estoy seguro que sí. Estoy convencido de que justo en momentos de quiebra como el que vivimos, es cuando las sociedades más encuentran la fuerza para unirse por una causa que le dé al rumbo de la nación, un giro de tuerca a la Henry James.

*El autor, Elías Rafful, es Titular del Centro Nacional de Prevención del Delito y Participación Ciudadana.



EEM

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