Valores Morales
Testigos fieles de la verdad
Juan Pablo II
La misión cristiana nace de un mandato específico, de un encargo que Cristo nos hace: «Como Tú me has mandado al mundo, así los he enviado yo al mundo» (Jn 17, 18). La misión de Jesús en el mundo se prolonga en la de sus apóstoles y, en comunión con ellos, en la de toda la Iglesia, que cada cristiano recibe personalmente al ser bautizado y confirmado. Por eso, el discípulo de Cristo no puede no profesar su fe ante los hombres, sus iguales, en toda su integridad y total radicalidad. No puede desvirtuar el contenido del Evangelio convirtiéndolo en una ética de ideales meramente humanos. Ser fiel a la verdad del Evangelio constituye el signo de identidad en un mundo materializado y paganizado.
El cristiano, testigo de Cristo ante los hombres, ha sido llamado a manifestar sin miedos ni respetos humanos la Verdad. Este testimonio de la Verdad es hoy más necesario que nunca, en un momento de la historia en que tantos huyen de la verdad para esconderse en su subjetivismo egoísta, diluyen los valores cristianos en el relativismo escéptico. Con cuánta frecuencia el cristiano consecuente es encuadrado como antiguo, intolerante o exagerado, cuando no «políticamente poco correcto». El mundo, que rechaza la verdad porque es exigente y no se deja domesticar, llama intransigente a la fidelidad, y enemigo de la libertad al que no está dispuesto a dar el mismo valor a la verdad y a la mentira.
No hay que tener miedo por eso (cfr. Mt 10, 31). Por dar testimonio de la Verdad, Cristo mismo fue signo de contradicción y fue llevado a la Cruz. Y para que nadie se asustara, nos advirtió bien claramente que «no es el discípulo mayor que su maestro» (Mt 10, 24), y nos avisó de muchas maneras: «todos os odiarán por mi causa, pero quien persevere hasta el final se salvará» (Mt 10, 18). Pero, al mismo tiempo, nos confortó con sus promesas: «al que me confiese delante de los hombres, Yo le confesaré delante de mi Padre» (Mt 10, 32); «Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa» (Mt 5, 11); «Id, pues y haced discípulos a todos los pueblos (...) Yo estoy con vosotros» (Mt 28, 19-10). Vale la pena ser testigos fieles del Señor, porque gracias a eso muchos se encontrarán con Él y tendrán la Vida: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40).
«En una montaña cercana al lago de Galilea, los discípulos de Jesús escuchaban su voz dulce y apremiante: dulce como el paisaje mismo de Galilea, apremiante como una llamada a escoger entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira. El Señor pronunció entonces palabras de vida que estarían llamadas a resonar para siempre en el corazón de los discípulos. Hoy os dirige las mismas palabras, jóvenes (...) ¡Escuchad la voz de Jesús en lo íntimo de vuestros corazones! Sus palabras os dicen quién sois en cuanto cristianos. Os muestran lo que tenéis que hacer para permanecer en su amor. Jesús ofrece una cosa; el espíritu del mundo ofrece otra (...) ofrece muchas ilusiones, muchas parodias de la felicidad. Sin duda las tinieblas más espesas son las que se insinúan en el espíritu de los jóvenes, cuando falsos profetas apagan en ellos la luz de la fe, de la esperanza y del amor. El engaño más grande, el manantial más grande de la infelicidad, es la ilusión de encontrar la vida prescindiendo de Dios, alcanzar la libertad excluyendo las verdades morales y la responsabilidad personal. El Señor nos invita a escoger entre dos caminos, que están en competencia, para apoderarse de vuestra alma» (Juan Pablo II, Homilía en la Jornada Mundial de la Juventud, Toronto, julio de 2002).
aranza