Valores Morales
Creencias, Religiones y Fe
Arturo Zarate Ruiz
“La fe es así un don de Dios, no un acto del hombre”
Cuando se habla de religiones, no faltan quienes las equiparan a cualquier creencia, aun las más disparatadas, sea el estar convencido que la Luna es de queso, que la Tierra es plana, que existe Santa Claus, que los dragones se alimentan de princesas, que sólo doncellas cabalgan unicornios, que Ratón te paga dinero por tus dientes, que el empresario es rico por ladrón, que el pobre, por pobre, honesto, que se acabará la Tierra según las predicciones mayas en diciembre de 2012, que los extraterrestres así se lo informaron a este pueblo, etc.
No faltan críticos que identifican además estas creencias con la fe en la medida que algunas sujetos en particular se esfuerzan por asentirlas y vivirlas, no obstante su desatino. Tienen estos sujetos “fe”, dicen los críticos, porque piensan vanamente que su “voluntad de creer” hace“real” la creencia, como cuando Peter Pan repite “creo en las hadas” y gracias a ello, según él, Campanita no muere. Tienen estos sujetos“fe”, dicen los críticos, porque el creyente adapta además su vida a tal punto a la creencia que todo lo hace según ella, por ejemplo, evitando el supersticioso caminar bajo una escalera, o pidiendo al brujo limpias contra el mal del ojo.
Con todo, cualquier creencia no amonta ninguna religión y menos aun la fe. Y esto lo sabemos cualesquier católicos. No necesitamos ser ateos para poner en duda que la niña está enferma por un “hechizo”, ni demostramos nuestra “fe” poniendo del todo su curación en manos de Dios. De hecho, aunque recemos, vamos con el médico y seguimos sus indicaciones para su sanación.
Por supuesto, los católicos somos más sutiles que los ateos y, en general, que los secularistas extremos contemporáneos. No ponemos todas las creencias en un mismo costal. Distinguimos el sabernos criaturas de Dios del fantasear con los niños sobre los bebitos traídos por la cigüeña. Lo primero lo creemos con base en un hecho real. Lo segundo lo platicamos para divertirnos con los niños.
Ahora bien, que creamos en Dios en vez de saber todo de Él con base en un simple razonamiento, como lo haríamos al constatar la circulación de la sangre, es lo que convierte nuestra religión y nuestra fe en creencia, y los separa de un conocimiento puramente filosófico o científico.
Aun así, esta creencia, a diferencia del fantasear en Rodolfo el Reno, se funda en un hecho real. Si la razón no lo puede abarcar, no es porque Dios sea irreal. No lo puede abarcar porque Dios supera la razón. Dios nos trasciende. No es que no lo podemos ver porque no exista, sino no lo podemos ver porque su grandeza es tal que nuestros ojos sucumben ante Él.
Y con todo, podemos atisbarlo un poco. No es no razonable preguntarse por la Causa Primera, por el Autor, de todas las cosas. No es no razonable preguntarse sobre qué o Quién movió por primera vez un universo que en sí mismo no goza la capacidad de moverse. No es no razonable preguntarse sobre qué o Quién sostiene lo que no existe ni subsiste por sí mismo. No es no razonable descubrir que las cosas tienen un orden, es más, un fin, ni no razonable el preguntarse sobre Quién diseñó ese orden ni Quién es el Fin último de todas las cosas. No es no razonable reconocer que las cosas tienen valor, asunto que excede a las ciencias, ni el preguntarse por el Estándar último base de dicho valor. Lo irracional es negar el problema y, de paso, afirmar falsos, como considerar, como algunos ateos, al universo con capacidad de existir por sí mismo. Aunque enorme, el universo es finito. Es decir, es un error darle atributos infinitos a algo tan limitado como una piedra.
La mínima respuesta razonable ante el problema es la perplejidad. A ésta la mayoría de los pueblos han añadido una actitud religiosa: el reconocer el Misterio.
Lo han hecho regularmente con la imaginación. Por ello, las mitologías. Los indios coras nos hablan de un Águila que sostiene al mundo. Dudo que lo crean literalmente. Intuyen más bien la fragilidad del mundo, de nuestra existencia, la cual pende de una uña del Creador. En Oriente se dice que el mundo lo sostiene una tortuga, y a la tortuga un elefante, y al elefante otra tortuga, etc. De nuevo dudo que lo crean literalmente. Ilustran más bien el sin sentido de convertir lo que es finito en infinito. Los griegos nos hablaban de ninfas en cada árbol, y los romanos inclusive de dioses en las jambas y dinteles de cada puerta. Más que creerlo literalmente, intuían un Autor y Protector personal para cada cosa. Y si hablaron de Atlas y Prometeo lo hicieron para reconocer la rebelión y el pecado original, y su castigo.
Los pueblos han demostrado esta actitud religiosa también filosóficamente. Lo hicieron los nahuas al hablar del “Señor de cerca y de junto” y al hablar del “Autor de sí mismo”. En Grecia clásica se acuñó el término de “Motor inmóvil”. Por supuesto, hay pueblos que pervierten este impulso religioso con la brujería y el satanismo: no quieren someterse a Dios sino negociar con los espíritus rebeldes.
Finalmente cabe precisar que la fe no es cualquier religión. Si la mayoría de las religiones son un impulso del hombre por acercarse al Misterio, la fe consiste en el que Dios se nos adelanta y se acerca a nosotros. Él mismo irrumpe en nuestras vidas, se nos revela y nos transforma. La fe es así un don de Dios, no un acto del hombre. Para los cristianos la fe es posible porque Dios se hizo Hombre, el Emanuel, y, Buen Amigo, desde entonces se nos entrega y habita entre nosotros. El esfuerzo es suyo. A nosotros lo que nos corresponde es permitirle rehacernos en nuevas criaturas.
aranza