Cabalístico

Jesús narra la parábola del mayordomo infiel

2023-08-28

Los fariseos, que tenían más interés de la cuenta en el dinero, se burlaban de...

Fuente: Fraternidad Católica

Es probable que el amo fue a uno de ellos, por lo que le había encargado a otro la...

Jesús les contó también a sus discípulos: «Érase una vez un hombre muy rico, al que hicieron saber que el administrador que tenía al frente de su hacienda le estaba defraudando. El hombre hizo comparecer al administrador, y le dijo tajantemente: -¿Qué es lo que me dicen que estás haciendo conmigo? ¡Presenta todas las cuentas! ¡Quedas despedido!

-¿Que voy a hacer yo ahora que mi jefe me ha despedido? -se dijo el administrador para sus adentros-. No puedo ponerme a cavar; y sería una vergüenza tener que pedir limosna. ¡Ya sé lo que haré para encontrar otro empleo cuando se me termine este chollo! Y dicho y hecho: se puso a llamar a los deudores de su amo uno por uno. -¿Tú cuánto le debes a mi amo? Le preguntó al primero. -Yo mil arrobas de aceite -contestó el deudor. Pues, venga: toma tu recibo, siéntate ahora mismo a la mesa, y haz otro recibo en el que ponga «quinientas». Luego llegó otro, y el administrador le dijo: -Y tú, ¿cuánto debes? -Cien quintales de trigo -contestó el deudor. -Pues, venga: toma tu recibo y haz otro por «ochenta». Cuando el amo descubrió lo que había hecho el tramposo de su administrador, tuvo que reconocer que por lo menos había tenido vista.

Y es que -siguió diciéndoles Jesús-, por lo que se refiere al trato con sus semejantes, los «mundanos» son más inteligentes que los «espirituales». Lo que quiero deciros es que uséis los bienes de este mundo para ganar amigos; para que, cuando os fallen aquéllos, éstos os acojan en las moradas eternas. El que es de confianza en lo que no tiene gran importancia, también lo es en lo que la tiene; y el que hace trampas en el juego, también las hace en los negocios. Si no habéis sido fieles en las cosas de este mundo, ¿cómo se os va a confiar lo que vale de veras? Y si no habéis sido honrados cuando se trataba de lo de los demás, ¿cómo vais a esperar que se os reconozcan vuestros derechos? No hay siervo que pueda servir a dos señores; porque siempre querrá más a uno que a otro, o respetará más a uno que a otro. Por eso no se puede servir al mismo tiempo a Dios y a los negocios de este mundo. » Lucas 16: 1-18

No es fácil interpretar esta parábola. Nos presenta un ejemplo de la picaresca que se puede encontrar en la vida real aún más que en la literatura.

El administrador era un pícaro. No sabemos si era un esclavo o un empleado; pero el caso es que estaba a cargo de la administración de las propiedades de su amo o patrono. En Palestina había muchos terratenientes que vivían lejos de sus tierras.

Es probable que el amo fuera uno de ellos, por lo que le había encargado a otro la administración de sus fincas, y este había emprendido una carrera de desfalcos.

Los deudores no eran menos pícaros. Parece que eran arrendatarios, y lo que debían era la renta que pagaban en especie, la parte proporcional que hubieran acordado de las cosechas. El administrador sabía que había perdido el empleo; y entonces se le ocurrió una gran idea: falsificar las cuentas de los deudores, de acuerdo con ellos, para que la deuda fuera menor. Esto produciría dos efectos: el primero, que los deudores contraerían con él una deuda de gratitud; y el segundo, todavía más efectivo, que los involucraba en sus fraudes y, si las cosas llegaban a lo peor, ¡podía hacerles un bonito chantaje!

Y por último, el amo parece que era otro pícaro; porque, en vez de escandalizarse cuando descubrió todo el tinglado, reconoció que el administrador había obrado con vista, y hasta se lo alabó.

Lucas nos sugiere no menos de cuatro aplicaciones diferentes:

(i) En el versículo 8, la lección es que, por lo que se refiere al trato con sus semejantes, los «mundanos» son más inteligentes que los «espirituales» o «los hijos de luz» (R-V). Lo que quiere decir que los cristianos lo serían más auténticamente si estuvieran tan interesados en vivir su fe hasta las últimas consecuencias como los mundanos lo están en conseguir dinero y lo que se obtiene con él. Nuestra vida cristiana empezará a ser real y efectiva cuando le dediquemos tanto tiempo e interés al Evangelio como algunos le dedican al placer, o al hobby, o al deporte.

(ii) En el versículo 9, la lección es que las posesiones materiales deben usarse para fraguar las amistades en las que se hallan los valores reales y permanentes de la vida. Eso se puede hacer de dos maneras:

(a) Se puede hacer para que surta efecto en la eternidad. Los rabinos decían: «Los ricos ayudan a los pobres en este mundo, y los pobres ayudan a los ricos en el mundo venidero.» Ambrosio, el gran teólogo del siglo IV, comentando la parábola del Rico Insensato que se construyó graneros más grandes para almacenar sus cosechas, dijo: «Los regazos de los pobres, las casas de las viudas, las bocas de los niños son los graneros que permanecen para siempre.» Los judíos creían que lo que se da a los pobres queda reflejado en la cuenta del dador en el mundo venidero. La verdadera riqueza de una persona consiste, no en lo que ha guardado para sí, sino en lo que ha dado a los necesitados.

(b) Se puede hacer para que surta efecto en este mundo. La riqueza se puede usar de una manera egoísta, o para hacer la vida más fácil para otros. Muchos estudiantes agradecerán siempre el haber podido hacer una carrera a alguna persona rica, a la que no conocieron, que dejó dinero para becas de estudiantes necesitados. Y muchos agradecemos a un amigo algo más acomodado el que nos ayudara a salir de una necesidad de la manera más práctica. Las posesiones no son en sí mismas un pecado, pero sí una gran responsabilidad; y la persona que las usa para ayudar a otros lleva camino de cumplir con esa responsabilidad.

(iii) En los versículos 10 y 11, la lección es que la manera en que uno realiza una tarea pequeña es la mejor demostración de si está capacitado o no para encargarse de algo mayor. Así es en las cosas de este mundo: nadie ascenderá hasta que haya dado pruebas de su honradez y capacidad de trabajo en su nivel anterior. Pero Jesús aplica este principio a la eternidad cuando dice: «En la Tierra te tienes que hacer cargo de cosas que no son realmente tuyas, porque no te las puedes llevar contigo cuando salgas de este mundo. Sólo las tienes prestadas, y no eres más que un administrador; no pueden llegar a ser tuyas permanentemente. Por otra parte, en el Cielo recibirás lo que será tuyo realmente y para siempre. Y lo que recibas en el Cielo dependerá de cómo hayas usado las cosas de la Tierra. Lo que se te dé como tuyo propio dependerá de cómo hayas usado las cosas cuando no eras más que administrador de bienes ajenos.»

(iv) En el versículo 13, la lección es que un esclavo no puede servir a dos amos distintos, porque un esclavo no tiene más que un amo. Ahora un trabajador puede tener varios trabajos y estar al servicio de varias empresas al mismo tiempo; pero eso era absolutamente imposible para un esclavo, porque todo su tiempo y todas sus energías pertenecían a un solo amo.

Así sucede con el servicio de Dios: no puede ser algo a tiempo parcial o fuera de horas. Cuando aceptamos servir a Dios, todos los momentos de nuestro tiempo y todas las energías de nuestro ser le pertenecen a Él. O somos suyos por entero, o no lo somos.

La ley que no cambia

Los fariseos, que tenían más interés de la cuenta en el dinero, se burlaban de Jesús cuando le escuchaban. -Vosotros siempre pretendéis tener la razón ante todo el mundo; pero Dios sabe cómo sois por dentro, y lo que a la gente le parece estupendo, no es más que basura para Dios – les decía Jesús. Y siguió diciendo-: El tiempo de vigencia de la Ley y los Profetas fue hasta Juan el Bautista. Desde entonces se proclama la Buena Noticia del Reino de Dios, y todos se esfuerzan para entrar en él. Antes desaparecerán el Cielo y la Tierra que se anule ni una tilde de la Ley. El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la divorciada, también.

Este pasaje tiene tres partes:

(i) Empieza con una acusación a los fariseos. Dice que se burlaban de Jesús. Los judíos propendían a relacionar la prosperidad material con la bondad; la riqueza era una señal de que la persona era buena. Los fariseos presumían de ser muy buenos, y consideraban la riqueza como una justa recompensa. Pero, cuanto más se exaltaban ante la gente, tanto más abominables eran para Dios. Ya está bastante mal el que una persona se considere buena; pero está todavía peor el que presente su riqueza como prueba irrefutable de su bondad.

(ii) Hasta que llegó Jesús, la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento habían sido la última Palabra de Dios; pero Jesús vino a proclamar -el Reino, y los publicanos y los pecadores acudían entusiasmados a entrar, aunque los escribas y los fariseos querían impedírselo por todos los medios. Pero Jesús insistía en que el Reino no es la revocación de la Ley, -sino su cumplimiento. Es verdad que los detalles insignificantes y las reglas ceremoniales se habían borrado; pero nadie debía pensar que el Evangelio suprimía todas las leyes. Los mandamientos de la Ley de Dios seguían inalterados e inalterables. Algunas letras hebreas se parecen mucho, y se distinguen por unos puntitos diacríticos, como.los acentos y la diéresis y la virgulilla de la eñe del castellano. Ni siquiera uno de esos puntitos o rayitas de las grandes leyes desaparecería.

(iii) Como un ejemplo de la Ley que no se cambiará nunca Jesús citó la ley de la castidad. Esta tajante afirmación de Jesús se ha de leer en el contexto de la vida judía. Los judíos tenían una opinión muy alta de la castidad y la fidelidad. Los rabinos decían: « Dios puede pasar por alto muchas cosas, pero no la falta de castidad, que es una cosa que hace que se ausente la gloria de Dios.» Un judío debe dejarse matar antes de cometer idolatría, homicidio o adulterio. Pero lo trágico era que, en los tiempos de Jesús, el vínculo matrimonial estaba a punto de desaparecer. Para las leyes judías la mujer era una cosa. Podía divorciarse de su marido sólo si él era leproso, o apóstata, o violador. Aparte de eso, una mujer no tenía más derecho ni compensación cuando su marido la divorciaba que la devolución de la dote. La ley judía decía: «El marido puede divorciar a su mujer con o contra la voluntad de esta; para divorciarse el marido basta con su voluntad.» La Ley de Moisés decía: «Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa» (Deuteronomio 24:1). La llamada «carta de divorcio» había que firmarla ante dos testigos, y decía: «Sea esta escritura de divorcio que te otorgo documento de despido y certificado de libertad para que te puedas casar con quien quieras.» Así de fácil era el divorcio para el hombre.

La cosa se complicaba cuando se interpretaba la frase alguna cosa indecente de la ley mosaica. Había dos escuelas de pensamiento: la de Shammai sostenía que quería decir adulterio, y nada más. La escuela de Hillel sostenía que podía querer decir «cualquier cosa que desagradara a su marido como, por ejemplo, si echaba a perder un plato de comida, si se daba una vuelta por la calle, si hablaba con un extraño, si hablaba sin el debido respeto de los parientes de su marido, si era alborotadora.» Esto último se definía como «que se la pudiera oír en la casa de al lado.» Rabi Akiba llegó hasta el punto de decir que un hombre podía divorciar a su mujer si encontraba otra más guapa. Tal como es la naturaleza humana, fue la escuela de Hillel la que prevaleció; así que, en los tiempos de Jesús, las mujeres no querían casarse, y la vida familiar estaba en peligro de desaparecer.

Jesús aquí establece la santidad del vínculo matrimonial. Esto aparece en Mateo 5: 31 s, donde el adulterio es la única excepción a la regla universal. A menudo pensamos que nuestro tiempo es malo; pero Jesús vivía en un tiempo en el que las cosas estaban por lo menos igual de mal. Si destruimos la vida familiar destruimos algo que es fundamental al Evangelio, y Jesús establece aquí una ley que es peligroso soslayar.



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