Muy Oportuno
Apasionados, seducidos y fortalecidos
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong
Manifestemos ese amor ardiente que nos habita y que nos capacita para ser discípulos misioneros de Jesucristo.
Al celebrar la fe en nuestros encuentros con el pueblo de Dios, nos alegra y nos da esperanza constatar el profundo deseo de escuchar la palabra de Dios. Percibimos como personas necesitadas se dirigen a la única fuente que puede saciar el hambre y la sed de Dios.
La palabra de Dios es imprescindible para nuestro crecimiento espiritual, por lo que la Iglesia nos motiva, especialmente en este mes de septiembre dedicado a la Biblia, para que regresemos a la palabra y para que agradezcamos a Dios que se ha dado a conocer, lo cual ha hecho posible que además de conocerlo podamos estar en comunión con él.
Ante el riesgo que corremos de ser atrapados por las ideologías y de acomodarnos a los criterios de este mundo, San Pablo nos invita a ofrecernos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, así como a renovar la mente y discernir cuál es la voluntad de Dios. Para no ser confundidos y condicionados por los criterios de este mundo tenemos que regresar a la Biblia, saborear la palabra y dejar que modele la mente y el corazón.
El Salmo 62, que meditamos este domingo, nos hace probar la paz y el consuelo, y la experiencia estremecedora del profeta Jeremías nos permite descubrir la fortaleza que infunde la palabra de Dios.
El Salmo 62 pide ser saboreado y pone en nuestros labios palabras que no siempre podemos articular, pero que expresan profundamente la necesidad que tenemos de Dios y el gozo de sabernos amados y protegidos por el Señor. El salmista refleja que está enamorado de Dios y que es feliz a la sombra de sus alas. Tantos razonamientos sofisticados no son capaces de comunicar esta emoción que siente el salmista. Sabernos y sentirnos íntimamente amados por Dios: esto es la gracia que ¡vale más que la vida!
Por su parte, Jeremías comparte su vocación de una manera tan sugestiva que se siente seducido por Dios y aunque llega a experimentar tribulaciones y persecución por la palabra, al grado de querer renunciar a su misión, reconoce que hay en su alma como un fuego ardiente que no le permite escapar: “…Había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”.
La palabra de Dios, además de preservarnos para que no nos acomodemos a los criterios de este mundo, también nos apasiona y fortalece, como a Jeremías, cuando tenemos que enfrentar dificultades por hacer el bien. Fijándonos en este profeta habría que decir que hay que estar preparados para todo. Es un privilegio y es una vocación muy noble hablar de Dios, pregonar la paz y la justicia, pero resulta una misión difícil que se va tornando complicada, ya que se habla de Dios, se anuncian los valores, se propone un mundo mejor y se toca el corazón de los hombres.
Aunque se trata de una vocación noble y de una misión necesaria, no siempre se logra la acogida y aceptación de todos. Uno tiene que estar preparado para todo. Como señala Jeremías, cuando se habla de Dios se puede experimentar el rechazo, la indiferencia y la persecución. Estamos convencidos de la bondad, la belleza y la actualidad de la palabra, pero a pesar de eso se constata indiferencia y desprecio a la palabra.
No siempre somos comprendidos y valorados, y por lo mismo, no siempre se capta la actualidad y la necesidad de la palabra. No solo hay indiferencia y desinterés, sino que en el peor de los casos hay persecución por anunciar la palabra. Con mucha ilusión y esperanza Jeremías ha predicado y, en cambio, ha recibido insultos, incomprensiones y persecuciones que llega a vivir con dolor y amargura.
Jeremías se llega a quejar de lo que le pasa, no puede comprender que una misión tan noble sea rechazada e incomprendida, al grado de provocar la persecución. Será necesario recurrir la enseñanza de Jesús para que nada nos detenga en nuestra misión y aprendamos a seguir incondicionalmente al Señor, pues nos dice de manera muy clara: “El que quiera venir conmigo que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Jeremías expresa su desilusión y Pedro su negación para aceptar este camino que Jesús propone para redimir a los hombres. Resulta sorprendente que, a Pedro, a quien se le había señalado como roca, ahora se le señale como piedra de tropiezo.
En los momentos difíciles habrá que tomar la cruz para que nada nos detenga en el camino que el Señor nos ha señalado. Hace falta volver a la palabra para que nos provoque la fascinación por el Señor, a fin de que nada nos aparte de su seguimiento.
Manifestemos ese amor ardiente que nos habita y que nos capacita para ser discípulos misioneros de Jesucristo apasionados, seducidos y fortalecidos por la palabra viva de Dios, para que lleguemos a decir, como el salmista: “Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora, como el suelo reseco añora el agua”; o como Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste”.
aranza