Vox Dei
«Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse»
Evangelio, Lucas, 12,1-7
«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más»
En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones».
Reflexión
Paulson Veliyannoor, CMF
«Temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno»
Curiosamente, justo después de hablar del poder de Dios para arrojar a alguien al infierno, Jesús habla del sorprendente cuidado de Dios por la humanidad. Esto invita a una breve reflexión sobre el infierno. El concepto de infierno y su condena eterna no existe en el Antiguo Testamento. El infierno es una realidad del Nuevo Testamento, que sólo es posible cuando uno rechaza definitivamente la misericordia de Dios ofrecida en y por Cristo. Mientras que el infierno es una realidad, no tenemos idea de si alguien es arrojado definitivamente a él.
Es significativo que la Iglesia declare firmemente, mediante la beatificación, que algunas almas están en el cielo; sin embargo, nunca ha declarado oficialmente que alguien esté condenado en el infierno, ni siquiera el peor criminal del mundo. Pero hay una cosa que la Iglesia sabe y proclama: que una persona ha ido seguramente al infierno: ¡Cristo mismo! El descenso de Cristo a los infiernos, que proclamamos en el Credo, es el testimonio mismo de la profundidad del alcance del amor y el cuidado de Dios por cada uno de nosotros.
JMRS