Trascendental

Espiritualidad inconsciente 

2024-01-12

Estamos por tanto requeridos a dos vías; una hacia el egocentrismo, la otra hacia una...

Por |  Juan del Carmelo

En la medida en que aumenta, el proceso de madurez en el desarrollo de un alma, va aumentando en ella, como es lógico su grado de espiritualidad, que además de manifestarse en forma consciente en la persona de que se trate, también surgen en ella unas manifestaciones inconscientes, que tienen su expresión o reflejo en los comentarios, en las opiniones y en general en todas las manifestaciones de la vida humana, de la persona de que se trate. Para Pedro Finkler, hermano marista brasileño, experto en temas de psicología, "Existe en cada uno de nosotros, fenómenos de la vida mental casi siempre completamente ignorados. Constituyen en su conjunto lo que Freud denominó inconsciente y de ellos forma parte la espiritualidad inconsciente que es por tanto más profunda que la espiritualidad consciente". Y sigue el hermano marista diciéndonos: "El inconsciente, está siempre presente, aunque subyacente en la motivaciones del pensamiento, de la imaginación de la fantasía, del sentimiento y de la acción. Todas las manifestaciones de la vida humana organizada de algún modo se resienten de su omnipresente influencia".

Es fácil comprender que la inconsciencia religiosa de una persona, no es un producto, de su  materia corporal, sino de su  espiritualidad, pues tanto la inconsciencia religiosa como el alma humana, en si mismas son frutos del orden espiritual, no del orden material. Del origen de la inconsciencia, en general, nos habla el inglés Carl Lewis, diciéndonos que: "Después del pecado original, en la mente del hombre empezaron a aparecer deseos no elegidos por su razón, sino causados por los hechos bioquímicos y smbientales a la voluntad atrapada en la ola de la marea de la naturaleza desnuda, no le quedó otro recurso que hacer retroceder por la fuerza algunos de los nuevos pensamientos y deseos. Esos desasosegados rebeldes se convirtieron en el subconsciente tal como hoy lo conocemos".

Para el obispo norteamericano Fulton Sheen: "Nuestra conciencia y antropología, revelan un gran tesoro en las profundidades de nuestro ser... En el inconsciente no solo tienen asientos los deseos negativos y reprimidos, sino también los positivos... Estamos por tanto requeridos a dos vías; una hacia el egocentrismo, la otra hacia una armonía y perfección de nuestra naturaleza. En otras palabras también estamos tentados a ser virtuosos". Ni que decir tiene que la parte negativa de la espiritualidad inconsciente, está formada por la concupiscencia humana. Existe el pecado original y de él arranca la perversidad del corazón humano, de la que todos nos resentimos. Del pecado original nació la concupiscencia, el afán desordenado de las posesiones terrenas (concupiscencia de los ojos), de los goces y placeres mundanos y sensuales (concupiscencia de la carne), del honor y del poder y de la distinción social (concupiscencia del espíritu).

El inconsciente espiritual, como es lógico suponer, está negada por aquellos que carecen de fe, pero no es este el caso de Viktor Frankl, padre de la tercera escuela de psicoterapia de Viena, que postuló, en su libro "La presencia ignorada de Dios" que además del inconsciente impulsivo de Freud, existe en cada persona un inconsciente espiritual de donde proviene la búsqueda del sentido de la vida, aún en las peores circunstancias, y en este sentido nos dice: "Esta especie de "fe" inconsciente en el hombre, que aquí se nos revela y que viene englobada e incluida en el concepto de su "inconsciente transcendental" significaría que hay siempre en nosotros una tendencia inconsciente hacia Dios, es decir, una relación inconsciente pero intencional a Dios. Y precisamente por ello hablamos de la presencia ignorada de Dios."

En la medida que la inhabitación Trinitaria, va siendo cada día más perfecta en un alma humana, como es lógico, en esta alma al estar más entregada al Señor, los actos conscientes y voluntarios de carácter espiritual son cada vez más perfectos y por ende aumenta también la cantidad y calidad de las manifestaciones inconscientes de su espiritualidad.  Escribe el maestro Lafrance, diciéndonos que: "Juan de Santo Tomas dirá: El que ha nacido de verdad del Espíritu, todos sus actos, su voz y su palabra proceden del Espíritu y respiran el Espíritu, y apenas se ocupa de otra cosa que de Dios o de lo que toca a Dios. Sigue diciendo: el que ha sido nacido del Espíritu y ha sido madurado por el Espíritu habla también bajo la influencia del espíritu pues de la abundancia del corazón habla la boca (Mt 12,34).

Visto lo anterior, sabemos perfectamente que nuestra alma nos proporciona una serie de manifestaciones inconscientes, que no son producto de nuestra razón, estas manifestaciones son más profundas en cuanto, mayor sea el grado de desarrollo espiritual del alma de que se trate.  Tomemos un ejemplo: Todos sabemos lo que es la conciencia y el remordimiento, y estaremos de acuerdo que ese estado que nos inquieta después de cometer alguna fechoría, no es producto, de ningún mal funcionamiento de los órganos de nuestro cuerpo, no es un producto como el dolor de cabeza, o el ardor de estómago. Es un producto espiritual solo del alma humana. Al menos nadie sabe de un perro que se haya arrepentido de morder a alguien, o de una mula que se arrepienta de haber pegado una coz.  Estas manifestaciones de la espiritualidad inconsciente son siempre producto de nuestra alma creada por Dios, que al tiempo de la Creación, puso dentro de todas ellas unas improntas o huellas, que todos llevamos, aunque algunos las tengamos en cuenta y otros las hayan tratado de borrar de su alma. Me estoy refiriendo a ese deseo que todo hombre tiene de darle explicación y buscar respuestas a las que son dadas en llamarse "Preguntas trascendentes".

En una glosa publicada en julio del 2011, a este respecto de las preguntas trascendente, escribía entonces lo siguiente: En la encíclica "Veritatis splendor" Juan Pablo II hace alusión a las preguntas transcendentes que acucian al hombre al decir que:  "Por otra parte, son elementos de los cuales depende la «respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?".

La mayoría de las preguntas trascendentes, que el hombre se hace, tienen su base u origen en el hecho de que el ser humano no está hecho para este mundo, aquí está solo de paso, estamos atravesando un puente que nos lleva desde la nada desde donde Dios nos sacó, hasta el encuentro con nuestro Creador, y solo se trata de cruzar un puente, aunque algunos se emperren en construir su casa en medio del puente y construirla pesando y actuando como si eternamente se fuesen a quedar en medio del puente. Aquí solo estamos para ser calibrados en relación a nuestra capacidad de amar al que más nos ama a nosotros, al Señor, que lo es todo para nosotros, que nos ama locamente. Mucho más de lo que nos pueda amar terrenalmente, nuestra madre, nuestro padre, nuestra mujer, nuestros hijos, nuestros hermanos o hermanas, nada es comparable al amor que el Señor nos tiene. Él es nuestra roca, nuestro refugio nuestro amor eterno. Y esto es así, porque todo amor humano es siempre limitado, como limitado es todo lo nace del de todo ser humano, y el amor sobrenatural de Dios, es ilimitado pues Dios es un Ser ilimitado en todo.
 



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