Valores Morales
Nuestra gratitud al Señor
Autor: Juan del Carmelo
No es fácil encontrar una persona verdaderamente agradecida. El agradecimiento es una virtud que en muchos casos brilla por su ausencia lo cual tiene una lógica explicación. La virtud de ser agradecido como toda virtud se enraíza en la humildad. Agradecer algo a alguien implica siempre un acto de humildad al reconocer uno su incapacidad para obtener eso que agradecemos y nuestro ego se subleva porque esto es, dar pleitesía al ego de quien nos ha hecho un favor, en detrimento del propio ego.
Como podemos comprender fácilmente la gratitud está emparejada con la humildad, mientras que la ingratitud se empareja con la antítesis de la humildad que es la soberbia. El humilde es siempre agradecido porque no le duele a su ego, en este caso a su soberbia humillarse al mostrar su agradecimiento. Pero en cambio la ingratitud es una clara muestra de soberbia. Es verdad, que se puede ser agradecido y no demostrar el agradecimiento, por razones de carácter, como por ejemplo puede ser la timidez.
La ingratitud es la falta u omisión de la gratitud la cual a su vez puede ser pública o no manifestada. Se puede dar el caso, de que por la razón que sea, no demos las gracias a alguien pero en el fondo de nuestra alma le estemos agradecidos y por ejemplo demostremos nuestro agradecimiento encomendándole e nuestras oraciones Hay dos clases de ingratitudes la que podemos tener en el plano humano y en él, siempre se ha dicho que: Es signo de bien nacido, el ser agradecido. San Agustín escribía diciéndonos: "La ingratitud es la raíz de todo mal espiritual un torbellino que cerca y quema todo bien". Lo cual es lógico que así sea, pues de acuerdo con lo ya dicho antes, mientras que las virtudes se enraízan en la humildad, los vicios se enraízan en la soberbia y desde luego que la ingratitud se encuadra en la tabla de los vicios humanos.
Pero para quien ame al Señor y desde luego para mí, la más transcendente de todas las ingratitudes, es la del plano sobrenatural, es decir nuestra ingratitud con el Señor. Hay tres clases de oración, que por su contenido puede utilizar un cristiano: la oración de petición, la de gratitud y la de alabanza. La palma se la lleva la oración de petición, pocos son los que practican la oración de gratitud y creo que menos aún la de alabanza y sin embargo una de las características, que determinan el grado de desarrollo de un alma en su amor al Señor es la clase de oración que practica.
Lo normal es que cuando aumente el peso de nuestra cruz por razón de algún suceso doloroso, salgamos corriendo a pedirle al Señor, que nos soluciones la papeleta, es lo que vulgarmente se dice: Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Pero pasada la tormenta no se nos ocurre agradecer al Señor el favor recibido. Desde luego que no todo el mundo es así, incluso hay personas que su amor al Señor es tan grande, que ven en todas partes sinos y circunstancias para dar gracias a Dios
Slawomir Biela escribe diciendo: "El hombre crece en la gratitud a Dios en la medida en que es iluminado por la luz de la gracia. La gracia le muestra gradualmente, porque de otra forma no podría soportarlo, la verdad de su nada y de su miseria Nuestro conocimiento o nuestra transformación se realiza en la medida en la que nos convencemos de que somos indigentes y que fuera de la misericordia de Dios, nada poseemos y a nada tenemos derecho".
Desde luego que es la gracia divina la que nos impulsa al agradecimiento y es por ello que cuanto mayor es nuestro amor al Señor, mayor es el efecto de las gracias divinas en esas almas. El deseo de dar gracias a Dios, debería de nacer en nosotros, cada vez que caemos en la cuenta de que hemos experimentado su amor. Es precisamente esta gratitud la que irá construyendo en nosotros una imagen de Dios cada vez más cercana a la verdadera imagen de Él que es amor solo amor. Un amor, que cada vez que más le amemos, más nos amará Él a nosotros, porque la reciprocidad es una característica esencial del amor. Dios busca y ama más a quien más se le asemeja y a este le cuidará más, con la misma predilección que el amado pone en amar a su Señor.
Está muy extendida la falsa idea de que Dios premia y castiga en este mundo, cuantas veces oímos decir "castigo de Dios" y esto no es así, pues entonces ¿para qué serviría el juicio que nos espera, en el más allá? si resulta, que de antemano, sin juicio alguno, ya hemos sido premiados o castigados. Ni siquiera la imperfecta justicia humana, premia o castiga a nadie sin un previo juicio, aunque muchas veces, estos juicios, son una pantomima por que el reo ya está sentenciado y condenado antes del juicio.
También Slawomir Biela nos dice: "Si Dios es alguien justo que nos remunera conforme a nuestros actos y a nuestras perfecciones, tal concepto tendrá consecuencias dramáticas en nuestra vida. Esta imagen false de Dios irá eliminando el fundamento de la verdad sobre el que nace la gratitud, pues si Dios nos paga según nuestros propios actos, ¿Qué motivos tendremos entonces para serle agradecidos?".
Tenemos que partir de la realidad, que nosotros somos la nada, tal como el Señor le dijo a Santa Catalina de Siena: "¿Sabes hija mía, quien eres tú y quién soy yo? Yo soy el todo y tú eres la nada. Si sabes estas dos cosas, serás feliz: Tú eres la que no es: Yo, por el contrario, El que es soy. Si hay en tu alma este conocimiento, el enemigo no te podrá engañar, te librarás de todas sus insidias, jamás consentirás cosa contraria a mis Mandamientos y sin dificultad conseguirás toda gracia, toda verdad y toda luz". Nada tenemos que no hayamos recibido antes tal como San Agustín nos recordaba, y ello es razón suficiente que partiendo de nuestro propia existencia hemos de agradecer todo al amor del Señor. Existimos y somos quienes somos, porque el Señor nos lo ha regalado. Su gracia es un puro regalo y sin ella, nuestro destino estaría claramente en las manos de satanás
Santa Teresa de Lisieux, decía: "Lo que alcanza más las gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un beneficio, se conmueve y se apresura a hacernos otros diez; y si se los agradecemos aún con la misma efusión, ¡qué multiplicación incalculable de gracias! Yo lo he comprobado por experiencia; probadlo y veréis. Mi gratitud no tiene límites por todo lo que se me da y se lo demuestro de mil maneras". Si leemos despacio y meditamos la parábola de los talentos, veremos con claridad que lo que nos dice Santa Teresa de Lisieux, es el desarrollo de la esencia de la parábola de los talentos.
Agradecer al Señor, darle pruebas de nuestro agradecimiento, cuando lo que recibimos nos beneficia y nos agrada es cosa obligada y fácil, pero así y todo no son muchos los que lo hacen. Otra cosa es de ejecución más difícil, cual es agradecerlo al Señor las penas, contrariedades y sufrimientos que recibamos y sin embargo estamos obligados a ello. En el libro de Job se puede leer la contestación que este le da a su mujer: "Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?". (Jb 2,10).
El Señor nos ama con un amor tremendo e incomprensible, su única obsesión es que todos nos salvemos y participemos de su gloria, pues para ello nos ha creado. Nosotros de Dios solo recibimos bienes y algunos de los que recibimos, no los consideramos bienes porque nuestros deseos difieren de los divinos. El Señor solo nos dona aquello que nos facilita la entrada en la vida eterna, pero son muchas las cosas de este mundo que anhelamos y que nos perjudican en nuestro camino hacia nuestra futura vida. Y sea bueno o malo lo que recibamos, de sus divinas manos viene y es lo que más nos conviene aunque no lo comprendamos y por supuesto tenemos de agradecerle al Señor todo absolutamente todo.
JMRS