Sepulcros blanqueados

Pobres cientifistas

2013-06-20

Los ejemplos son numerosos y afectan a personas muy brillantes en sus campos, pero a las que esa...

Autor: Jorge Soley

Una cuestión que me impresiona y sobre la que no dejo de preguntarme es la capacidad de personas inteligentes para ofuscar su entendimiento por una adhesión fanática a una ideología, que como todas las ideologías, sistemas cerrados a la realidad, empobrecen su mente.

Los ejemplos son numerosos y afectan a personas muy brillantes en sus campos, pero a las que esa ideología les pone una especie de anteojeras que les impide ver más allá del los propios términos impuestos por esa misma ideología. El último ejemplo lo encontré leyendo la revista LEER del mes de junio de este año, en la que se encuentra una entrevista a José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Real Academia de la Lengua Española, además de profesor de Física Teórica y catedrático de Historia de la Ciencia. En definitiva, una persona mil veces más inteligente y preparada que la inmensa mayoría de los españoles, incluido yo mismo.

Pues bien, esta eminencia, admirador de Einstein, Heisenberg y Darwin, afirma lo siguiente: "yo veo la vida y la naturaleza, sobre todo la vida, con los ojos de Darwin, y eso no siempre es agradable. Sentimientos como, por ejemplo, el amor por nuestros hijos, que es algo que compartimos la inmensa mayoría de los humanos, si uno ve la vida con los ojos de Darwin los entiende como una táctica de la evolución para la supervivencia de la especie".

Uno está tentado de exclamar: ¡pobre científico loco! Porque bien triste es ver así el amor hacia tus hijos. ¿Es que puede el cientifismo, que no es ciencia, sino ideología, cegar tanto el entendimiento como para no ver que el amor de un padre, de una madre, hacía sus hijos no es ninguna táctica colectiva de la especie, sino una inclinación inscrita en la naturaleza humana por Dios creador? Algo que cualquiera sabe, hasta la persona más ignorante, y que un sabio no sabe ver, aunque esté delante de sus narices y contradiga sus más elementales inclinaciones. Quizás es por eso que los pretendidos sabios han sido en tantas ocasiones incapaces de ver y juzgar correctamente, quizás ha sido por eso que el mensaje de salvación de Jesucristo ha sido más fácilmente aceptado por los sencillos que por esos sabios que se aferran a sus pobres, tristes y desoladoras teorías.



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