Cabalístico

La virtud de la castidad o la autenticidad del amor

2015-07-26

Solo las personas son capaces de amar y solo son actos de amor los realizados con libertad.

Autor: Augusto Sarmiento

So´lo las personas son capaces de amar y so´lo son actos de amor los realizados con libertad.

La sexualidad, como lenguaje de la persona, esta en la base de la respuesta de la vocacion al amor que, en cuanto imagen de Dios, ha de vivir cada dia. En ocasiones, sin embargo, ese lenguaje se lleva a cabo de una manera que no sirve e, incluso, contradice la realizacio´n de esa vocacion. Integrar el bien de la sexualidad en el bien de la persona exige observar unos valores que suponen esfuerzo y, no pocas veces, el hombre se deja arrastrar por el desorden introducido por el pecado y no elige el bien de la sexualidad. La necesidad de ese esfuerzo se percibe tambie´n si se tiene en cuenta la condicio´n histo´rica del ser humano, que, por serlo, ha de ejercer su libertad en el tiempo, en el discurrir de los diversos momentos de su existencia temporal.

Surgen por eso, entre otras, cuestiones como las que se refieren a la naturaleza de esa necesidad y a la calidad del esfuerzo que se debe realizar a fin de que el lenguaje de la sexualidad contribuya al bien de la persona o, con otras palabras, este´ al servicio de la vocacio´n de la persona al amor. ¿Por que´ es necesaria la integracio´n del bien de la sexualidad en el bien de la persona? ¿Que´ papel ha de desempen~ar la libertad en esa integracio´n?

Solo las personas son capaces de amar y so´lo son actos de amor los realizados con libertad. Por eso, como el amor es donacio´n y entrega de si´ mismo, no es posible amar –darse— si no se es duen~o de si´ mismo. Sin embargo, en relacio´n con la sexualidad, ese sen~ori´o so´lo es posible en la medida en que este´ ordenada y se realice de acuerdo con la dignidad personal. Precisamente ese es el cometido de la castidad. Esa virtud que hace que el lenguaje de los sentimientos, pasiones y afectos, por los que se manifiesta la sexualidad, se integre en el bien de la persona, de manera que e´sta se pueda relacionar libremente, como don, con los dema´s.


1. LA "INTEGRACIO´N" DE LA SEXUALIDAD EN LA UNIDAD DE LA PERSONA

El ser humano se realiza como persona cuando desarrolla su existencia de acuerdo con su condicio´n humana, racional, como ser creado a imagen de Dios. Esa referencia, sin embargo, no agota por entero el plan de Dios sobre el hombre, que llega hasta el extremo de destinarlo a participar de la condicio´n de hijo de Dios en el Hijo. Y en consecuencia so´lo lleva a cabo la plenitud de su vocacio´n si vive como hijo de Dios3. De todos modos –esto es lo que ahora interesa subrayar— la vocacio´n a la vida sobrenatural de hijo de Dios no anula o merma la vocacio´n primera y radical o creacional, la que le corresponde como imagen de Dios. Por el contrario, aquella es el camino necesario para llevar a e´sta hasta su plena y perfecta realizacio´n.

En la cuestio´n que nos ocupa, eso quiere decir que, si bien no es suficiente una consideracio´n de la persona limitada a la antropologi´a creacional –no es e´sa ?toda? la verdad del hombre—, si´ es necesaria. En la integracio´n de la sexualidad en el bien de la persona es irrenunciable proceder observando la conformidad con la dignidad de la persona creada a imagen de Dios. No so´lo como punto de partida, es decir, como vi´a para penetrar en la verdad y significado de la sexualidad humana como condicio´n inicial, sino como horizonte en el que se debe realizar siempre la vivencia de la sexualidad. Desde cualquier punto que se mire, constituye la condicio´n para vivir humanamente la sexualidad, es el criterio integrador de los sus diversos componentes. Se trata, sin embargo, de una visio´n de la persona coherente con esa antropologi´a ?adecuada?, que, dando razo´n de la unidad substancial de la persona humana, este´ abierta a la trascendencia.

a) Necesidad de una integracio´n e´tica

En esta cuestio´n es necesario advertir que una cosa es la integracio´n ontolo´gica en la naturaleza personal del ser humano y otra es la integracio´n e´tica de las diversas dimensiones de la sexualidad, obra de la voluntad racional y libre. No tener en cuenta esta distincio´n puede llevar a graves equi´vocos. Asi´, el hecho de que la fecundidad biolo´gica no sea continua, sino que se siga tan so´lo en e´pocas determinadas, ha llevado a algunos autores a afirmar que "debe ser asumida en la esfera humana y estar regulada por ella"5. La dimensio´n procreativa, en realidad, seri´a algo no humano —infrahumano—. Es la conclusio´n a la que se llega desde una concepcio´n de la naturaleza humana que se identifica con la biologi´a, o desde una concepcio´n de la persona como libertad trascendental.

La sexualidad con sus bienes y significados es de la persona. Como tal, es humana y personal, no necesita ser integrada en la persona. En el nivel ontolo´gico, la orientacio´n a la fecundidad, inmanente a la sexualidad como dimensio´n constitutiva del ser humano, es humana y de la persona: no es una propiedad exclusiva del cuerpo sino de toda la persona corpo´reo-espiritual y, por tanto, sexuada6. Los diversos dinamismos fi´sico- fisiolo´gicos, psicolo´gicos, espirituales etc. de la sexualidad son todos humanos. Se derivan de aqui´, entre otras, dos conclusiones: a) la integracio´n so´lo puede entenderse en el nivel e´tico, es decir, en sentido operativo y virtuoso. (Porque una cosa son los actos humanos y otra la estructura de la sexualidad. E´sta, evidentemente, no se puede identificar con la actividad moral); b) esa integracio´n no puede consistir en la supresio´n o minusvaloracio´n de cualquiera de las dimensiones y dinamismos de la sexualidad, sino que, por el contrario, ha de cifrarse en la armonizacio´n de todos ellos dentro de la unidad de la persona.

Y dado que el cara´cter personal es propio de la sexualidad humana gracias al espi´ritu -la sexualidad participa de la condicio´n personal en virtud de la unio´n substancial corpo´reo-espiritual del ser humano-, el criterio de la integracio´n e´tica de la sexualidad estara´ siempre en la participacio´n de la espiritualidad y libertad propias del espi´ritu. Cuanto ma´s transido este´ de racionalidad y libertad, ma´s —por este motivo— el ejercicio de la sexualidad participara´ de la condicio´n personal y estara´ integrado e´ticamente. Una consecuencia, entre otras, es que la subordinacio´n de los dinamismos fi´sico-fisiolo´gicos, psicolo´gicos... a los espirituales es una exigencia de la misma estructura de la sexualidad, en tanto que dimensio´n humana, de la persona.

Ahora bien, es evidente que esta integracio´n so´lo podra´ hacerla la voluntad en la medida que proceda de una manera verdaderamente racional y libre. Y para ello son presupuestos irrenunciables: el conocimiento de la verdad y del bien de la sexualidad, y el dominio necesario para dirigir hacia esa verdad y bien los diversos dinamismos de la sexualidad. Porque no se puede querer racionalmente lo que no se conoce, ni se puede decidir sobre algo si no se es libre para hacerlo. Y, por otro lado, es toda la persona, en todos sus dinamismos y dimensiones, la que esta´ comprometida en la integracio´n de la sexualidad.

b) El conocimiento de la verdad y del bien de la sexualidad

Aunque la verdad y el bien moral de la sexualidad no se identifican con sus estructuras fi´sicas y biolo´gicas, la actuacio´n racional, es decir, el ejercicio racional si´ descubre en ellas la vi´a para su conocimiento y tambie´n para su fundamentacio´n e´tica. La persona no es libre ni ejerce su libertad al margen o separadamente de su naturaleza.

A diferencia de los dema´s seres de la creacio´n visible, la persona humana no esta´ sometida a las leyes de su ?ser? de manera automa´tica y necesaria, sino que tiene en sus manos la capacidad de actuar sobre ellas y de hacerlo de una manera u otra. Esa libertad, sin embargo, es creada. Pertenece a la esencia de esa libertad respetar —no rechazar— el orden del Creador impreso en la creacio´n. Y como ese orden inscrito en el ser y estructura de las cosas es diverso en las de naturaleza fi´sica y en las de naturaleza espiritual, es claro que es diverso tambie´n el alcance y dominio de la libertad. En los seres de naturaleza espiritual —la naturaleza humana corpo´reo-espiritual— lejos de haber oposicio´n entre la naturaleza y la libertad, la primera es fuente y principio de la segunda. "El hombre es libre, no a pesar de sus inclinaciones naturales al bien, sino a causa de ellas". Por ello, para obrar libremente, es del todo necesario conocer primero la naturaleza de las cosas sobre las que se actu´a.

En el tema que ahora consideramos hay que decir que la verdad, el bien de la sexualidad, se conoce, en primer lugar, en la misma naturaleza humana, en las inclinaciones inmanentes a la sexualidad. Porque "no se trata de inclinaciones cualesquiera; se trata de inclinaciones humanas. Esto es, se trata de la persona humana en cuanto sexualmente inclinada hacia un bien, un bien que no puede ser ma´s que humano". Y, en consecuencia, conociendo ese bien –el bien de la sexualidad–, se conoce el camino para realizarlo. Las inclinaciones de la sexualidad no constituyen sin ma´s e inmediatamente las normas de la moralidad sexual. Pero esas inclinaciones si´ son el camino que permite conocer la verdad y el bien de la sexualidad, que han de observarse para que la actividad sexual sea recta. Es lo que se afirma cuando se dice que la ley natural —en este caso, de la sexualidad— es obra de la razo´n pra´ctica del hombre.

Adema´s de la ley natural, para conocer la verdad y el bien de la sexualidad, Dios ofrece al hombre la ayuda de la Revelacio´n, cuya plenitud es Cristo mismo. De esa manera, adema´s, es capaz de llegar a penetrar en el bien y significado de la sexualidad en el orden sobrenatural, es decir, en el bien del hombre incorporado al misterio de Cristo Salvador. El hombre no se encuentra so´lo en la bu´squeda del bien y de la verdad.

c) El dominio de si´ mismo en la integracio´n de la sexualidad

Como es sabido, el dominio sobre la naturaleza puede ser el que corresponde a la racionalidad te´cnica o el propio de la racionalidad e´tica. Uno y otro responden a un tipo de racionalidad esencialmente diferente. Para la racionalidad te´cnica lo que prima es la eficacia: que el medio sirva para conseguir el fin. Para la racionalidad e´tica, en cambio, el criterio principal es el respeto a la naturaleza de los bienes que se usan. En la valoracio´n de la relacio´n medio-fin no se puede, por tanto, prescindir de la naturaleza de las realidades sobre las que se actu´a. En u´ltima instancia, se trata de ver si la actuacio´n que se lleva a cabo es conforme con el proyecto de Dios inscrito en el ?ser? de las cosas y conocido por el entendimiento pra´ctico. El hombre no es el creador de la verdad y del bien. Su cometido consiste en descubrir esa verdad y bien y, una vez conocidos, ser respetuoso con ellos en su actividad.

En relacio´n con el bien de la sexualidad, so´lo es conforme con la dignidad de la persona el dominio que corresponde a la racionalidad e´tica, es decir, el que esta´ de acuerdo con la naturaleza de la sexualidad. Como bien de la persona, la sexualidad tiene una significacio´n en si´ misma, reflejo, en definitiva, del proyecto creador de Dios. A la persona humana so´lo le cabe descubrir esa verdad y bien y observarlos en su actividad. Es el dominio propio de la racionalidad e´tica, que consiste en respetar la verdad, los significados y bienes de la sexualidad, integra´ndolos en el bien de la persona. Y esto so´lo es posible si se observan los valores e´ticos de la sexualidad: una condicio´n absolutamente necesaria en la integracio´n de la sexualidad en el bien de la persona.

Al hombre ?histo´rico? —el de la concupiscencia— esto no le seri´a posible sin el auxilio de la Redencio´n y de la gracia. De todos modos, como el hombre ?histo´rico? es tambie´n el hombre de la ?redencio´n? y, en consecuencia, en los incorporados a Cristo, el pecado ha sido vencido, esa integracio´n ha comenzado ya; aunque de forma definitiva so´lo tendra´ lugar al final con la resurreccio´n de los cuerpos. Precisamente ese final es el que descubre el horizonte de integracio´n de la sexualidad en el bien de la persona a lo largo del proceso redentor ya iniciado.

La redencio´n del cuerpo —y, por tanto, la integracio´n de la sexualidad— "no significa la destruccio´n de la dimensio´n psicosoma´tica del hombre. Significa que el espi´ritu —o, mejor, la subjetividad espiritual— del hombre penetrara´ plenamente en el cuerpo (plenitud intensiva y extensiva) y, por tanto, los dinamismos espirituales gobernara´n por entero los dinamismos psicosoma´ticos, con la correspondiente consecuencia de una completa subordinacio´n de estos a aquellos (...). En esta espiritualizacio´n, es decir, integracio´n de la persona humana, consiste la perfecta realizacio´n de la persona. Y, en efecto, la persona humana perfecta no es un sujeto espiritual privado del cuerpo; no es una persona en la que sus dimensiones constitutivas este´n dina´micamente en oposicio´n entre si´; no es una persona en la que la unificacio´n ocurra por negacio´n. Es la persona en la que se da una perfecta participacio´n de todo lo que en el hombre es psicofi´sico en lo que en ella es espiritual". En otro contexto, San Josemari´a incidi´a sobre este mismo aspecto al proclamar que la limpieza de vida "se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la dureza del corazo´n".

Como consecuencia del pecado de ?los ori´genes?, el ser humano experimenta que en su humanidad se ha quebrado la armoni´a de la sexualidad en la unidad interior de su ser corpo´reo-espiritual, y tambie´n en la relacio´n interpersonal entre el hombre y la mujer. Con frecuencia advierte el bien que debe hacerse, percibe la verdad de la sexualidad y, sin embargo, realizarlo exige lucha, cuesta esfuerzo. La integracio´n del bien de la sexualidad en el bien de la persona no se realiza sin dificultad. Pero es posible. Vivir esa integracio´n esta´ al alcance de todos si se ponen los medios: "la criatura racional posee una inteligencia admirable, chispazo de la Sabiduri´a divina, que le permite razonar por su cuenta; y esa estupenda libertad, por la que puede aceptar o rechazar una cosa u otra, a su arbitrio". Y no se puede olvidar que en esa lucha se cuenta siempre con la gracia de Dios.


2. LA CASTIDAD COMO "INTEGRACIO´N" DE LA SEXUALIDAD EN LA PERSONA

La castidad se puede definir como la virtud que orienta la actividad de la sexualidad hacia su propio bien, integra´ndolo en el bien de la persona. Hace que el lenguaje de la sexualidad no se degrade y responda a la verdad que esta´ llamado a expresar. Es la virtud que impregna de racionalidad el ejercicio de la sexualidad. La castidad lleva a percibir el significado de la sexualidad y a realizarlo en toda su verdad e integridad.

a) Afirmar el valor de la persona

En cuanto psico-fi´sicos, los diversos dinamismos que componen la sexualidad se dirigen hacia su bien so´lo en cuanto sensible (la dimensio´n ero´tica), no en cuanto dimensio´n o lenguaje de la persona. Son instintivos y e´ticamente neutros. Para que se orienten hacia su bien en cuanto dimensio´n de la persona es necesaria la intervencio´n de la voluntad racional.

La persona posee interioridad, es ?alguien?, no ?algo? ni una ma´s entre las cosas. Hay una diferencia esencial entre la persona y las cosas. Con relacio´n a ellas es ?otra?. Pero tambie´n es ?otra? respecto a los dema´s ?tu´? o personas. El ?tu´? –cada persona— no se distingue de los otros ?tu´? simplemente porque son un ?no-yo?. Cada ?tu´? es ?e´l? y so´lo ?e´l?. Una de las caracteri´sticas de la persona es su ?mismidad? e ?inalienabilidad?: es insustituible e irremplazable. Aunque los valores inherentes a la persona juegan un papel importante en la valoracio´n que se debe hacer de ella, no son ma´s que una particularidad de su ser. Y el valor de la persona esta´ ligado –debe estarlo— a su ser i´ntegramente considerado. La conciencia de esta verdad exige que la reaccio´n ante el bien de la sexualidad sea elevada al nivel de la persona. No puede quedarse encerrada en el bien sensible sin ma´s. Esa integracio´n es el amor en sentido verdadero. El amor es afirmacio´n de la persona o no es amor.

Por eso el lenguaje de la sexualidad ha de ir de persona a persona y eso tan so´lo es posible si responde a una decisio´n ?libre? de la voluntad racional. Ha de ser obra de la voluntad, porque esa afirmacio´n de la persona (es bueno que ?tu´? existas) es un compromiso real de la libertad de la persona-sujeto (el que ama), fundado sobre la verdad que corresponde a la persona-objeto (el amado). Y ha de ser obra de la voluntad ?racional?, porque la persona en cuanto tal no es objeto de la percepcio´n sexual, ha de ser descubierta por un saber intelectual previo. Una voluntad que ha de penetrar todas las reacciones, el comportamiento en su totalidad respecto de la persona. Porque no se trata de dejar de lado los valores inherentes a la persona (v. g. los sensuales, los corporales, etc.) sino de ligarlos a la persona. El amor, para ser aute´ntico, ha de dirigirse a la persona, no so´lo al cuerpo o al ser humano de distinto sexo.

So´lo de esa manera, gracias a un acto de la voluntad racional, la persona puede ser conocida y afirmada. Y es entonces cuando los movimientos de los dinamismos psico-fi´sicos adquieren su calificacio´n moral. E´sta es buena, es decir, responde al bien de la sexualidad, si es integracio´n de los diversos dinamismos (psico-fi´sicos, espirituales...) de la sexualidad en el bien de la persona. Precisamente, e´se es el cometido de la castidad. Es la virtud que lleva a descubrir "en todo lo que es ?ero´tico? el significado personal del cuerpo y la aute´ntica dignidad del don" y hace capaz de realizarlo efectivamente.

Como parte de la virtud de la templanza, la castidad –se acaba de decir— tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. Desde la perspectiva ontolo´gica, la sexualidad – "en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biolo´gico"— es personal y verdaderamente humana. Pero se realiza como tal –es decir, el lenguaje de la sexualidad es aute´ntico y responde a la verdad— tan so´lo "cuando esta´ integrada en la relacio´n de persona a persona"

La castidad se realiza, sobre todo, en ?el corazo´n?, en el interior de la persona. "La dignidad del hombre requiere que actu´e segu´n una eleccio´n consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presio´n de un ciego impulso interior o de la mera coaccio´n externa". Y adema´s de consciente (con advertencia, porque se trata de una actuacio´n humana), ha de ser conforme con la dignidad o bien de la persona (observando el orden moral recto).

Por eso "la virtud de la castidad entran~a la integridad de la persona y la totalidad del don". Entran~a la "integridad de la persona", porque so´lo cuando la unidad de los diversos elementos del lenguaje de la sexualidad (pensamientos, palabras, obras, etc.) esta´ asegurada en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual, se es libre para relacionarse con los dema´s en la verdad. "La unidad de la persona (...) se opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje". Y entran~a la "totalidad del don", porque para ser castos no basta con someter las pasiones al dominio de la razo´n, es necesario que ese dominio –consecuencia del sen~ori´o sobre uno mismo— este´ al servicio del amor. Y el amor so´lo es verdadero si es total, es decir, si a la persona del otro se le valora por lo que es (observada su condicio´n de esposo/esposa, padre/madre, hermano/hermana, casado/casada, soltero/soltera, etc.). Lo que exige una relacio´n de donacio´n gratuita y desinteresada. El dominio de si´, propio de la virtud de la castidad, esta´ ordenado al don de si´ mismo.

Como virtud, la castidad es, adema´s, una inclinacio´n permanente de la voluntad. Para asegurar el dominio sobre el apetito sexual no es suficiente una actuacio´n puntual, se requiere una disposicio´n permanente y firme de la voluntad. Primero, porque el apetito sexual acompan~a al ser humano a lo largo de toda su existencia y su actuacio´n exige ser asumida, en cada caso, por la voluntad racional, para que conduzca afectivamente al bien de la persona. Y, evidentemente, son mu´ltiples las circunstancias a las que deben estar ligadas las elecciones de la voluntad. (Como condicio´n del ser humano la libertad ha de ejercerse en la historia de cada di´a). Despue´s, porque, si bien el hecho redentor de Cristo ha vencido el pecado, el desorden introducido por ese pecado permanece y, en consecuencia, se hace difi´cil lograr el dominio sobre la sexualidad. Es necesaria, por tanto, una inclinacio´n estable que lleve a la persona a ordenar toda la esfera de lo sexual de acuerdo con su dignidad.

La castidad se puede describir como el ?modo de ser? que comporta el dominio racional y firme de la voluntad sobre el apetito sexual. Y esto se lleva a cabo de dos maneras: haciendo que la persona sea capaz de rechazar cuanto contradice el significado esponsal del cuerpo, de la verdad del cuerpo como apertura a la donacio´n (negativamente) y, sobre todo, haciendo que sea capaz de realizar el bien de la sexualidad (positivamente)

Por eso la castidad es una virtud positiva y orientada al amor. Crea la disposicio´n necesaria en el interior del corazo´n para responder afirmativamente a la vocacio´n del hombre al amor. "La castidad —la de cada uno en su estado: soltero, casado, viudo, sacerdote— es una triunfante afirmacio´n del amor". So´lo de esa manera el cuerpo humano, en las funciones que le son propias, se orienta adecuadamente al fin de la persona y a los medios para alcanzar ese fin. Por ese mismo motivo es una virtud necesaria para todos los hombres en todos los estados y etapas de su vida. "La castidad —no simple continencia, sino afirmacio´n decidida de una voluntad enamorada— es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de la vida. Existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que Dios llama al matrimonio".

Como afirmacio´n de la persona, la castidad comporta, por tanto, ordenar en el interior de la persona (y en las manifestaciones con los dema´s) aquellas reacciones que tienen su fuente en la sensualidad y afectividad y, a la vez, comprometer la libertad mediante la adecuada eleccio´n y responsabilidad. Por eso precisamente es necesaria la educacio´n en la virtud de la castidad: el orden e integracio´n del lenguaje de la sexualidad en sus diversas reacciones en el bien de la persona no es automa´tico, exige esfuerzo para vencer las dificultades derivadas de la concupiscencia; y, en esa educacio´n, es necesaria tambie´n la presencia de la e´tica. Como consecuencia del pecado de ?los ori´genes?, el ser humano encuentra dificultades en la integracio´n de la sexualidad: en la percepcio´n y realizacio´n del bien de la sexualidad.

b) El pudor y la modestia al servicio de la castidad

Con la castidad guardan una estrecha relacio´n el pudor y la modestia. En realidad, como explica Santo Toma´s, no se trata de virtudes distintas sino de la misma virtud en cuanto ordena aspectos diversos relacionados con el bien de la sexualidad. En su sentido ma´s especi´fico, se entiende por modestia "la virtud que gobierna nuestras acciones, gestos y actitudes de modo que, en lo posible, no demos a los dema´s –ni a nosotros mismos— ocasio´n de apetencias sexuales desordenadas". El pudor, en cambio, entendido tambie´n en su sentido ma´s especi´fico, se refiere al movimiento que protege la intimidad sexual de la persona: viene a ser el ha´bito que "no so´lo advierte contra el abuso efectivo de la facultad sexual, sino tambie´n contra lo que despierta sus impulsos sin justificacio´n y pone en peligro la castidad". Sin identificarse con la castidad, la modestia es defensa externa al mismo tiempo que efecto del pudor, y uno y otra expresio´n y forma de la castidad.

El sentimiento del pudor –y su manifestacio´n: la modestia— es, en su rai´z, innato a la persona humana, responde a la i´ntima conviccio´n que percibe el ser humano de su propia dignidad e inviolabilidad. "Nace con el despertar de la conciencia personal". Frente a la rebelio´n de la sexualidad, surge esponta´neamente como defensa de la persona que no quiere ser reducida al a´mbito de lo sexual. De suyo, por tanto, "no es signo de represio´n sobre la espontaneidad humana" sino exigencia de la persona en razo´n de su constitucio´n corpo´reo-espiritual, perturbada por el pecado de ?los ori´genes?. En cuanto ha´bito o virtud, es, en sus li´neas esenciales, el resultado de un proceso racional conforme con la naturaleza humana.

Con el pudor esta´ relacionado frecuentemente el sentimiento de vergu¨enza. Y este sentimiento, que se deriva de la concupiscencia debida al pecado de ?los ori´genes? y que puede dar lugar, en ocasiones, a manifestaciones patolo´gicas, es, sobre todo, indicador de la delicadeza que debe rodear siempre cuanto se refiere a la sexualidad como bien de la persona.

"El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderacio´n en la relacio´n amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso del hombre y la mujer entre si´. El pudor es modestia; inspira la eleccio´n de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discrecio´n"

c) La castidad, don del Espi´ritu Santo

Como virtud sobrenatural, la castidad es un don de Dios, una gracia que el Espi´ritu Santo concede a los regenerados por el bautismo. Integrar el bien de la sexualidad en el bien de la persona es una tarea, exige el esfuerzo de la voluntad. En esa lucha, sin embargo, el hombre no se encuentra solo. Cuenta con el poder del Espi´ritu Santo, que, obrando dentro del espi´ritu humano, hace que su actuacio´n fructifique en bien34. Es un don que, respetando la libertad humana, la sana, perfecciona y eleva hasta hacer al hombre capaz de elegir el verdadero bien, sin dejarse llevar por las apetencias a las que, como consecuencia del pecado, es tentado por la concupiscencia de la carne. Causa, por tanto, en el hombre una connaturalidad que le lleva a querer el bien de la sexualidad como camino para hacer de su vida una donacio´n de amor a Dios y, por E´l, a los dema´s.

La Sagrada Escritura considera la castidad como fruto del Espi´ritu Santo y una virtud cristiana caracteri´stica. Es un fruto del Espi´ritu en el hombre, que lo dispone para "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", deja´ndole "plenamente abierto el acceso a la experiencia del significado esponsal del cuerpo y de la libertad del don que va unida con e´l y en la que se revela el rostro profundo de la pureza y su vi´nculo orga´nico con el amor".

"La infusio´n de la caridad en la voluntad es el primer fruto de la presencia del Espi´ritu Santo en la subjetividad espiritual del hombre. Es esta inhabitacio´n el acontecimiento decisivo para el obrar humano, el cual viene, por tanto, a configurarse como fruto de esta presencia, fruto del Espi´ritu. (...) El espi´ritu Santo habita en el ?corazo´n? de la persona y la dispone permanentemente para recibir su luz y su mocio´n (don de la Sabiduri´a): luz con la que la persona intuye el cara´cter valioso, la belleza u´nica del ser persona y mocio´n que la empuja al don. De este modo se orienta al bien inteligible de la sexualidad (virtud de la caridad). Inspira y gobierna la dimensio´n ero´tica de la sexualidad, que se integra en la persona (virtud de la castidad). Y la persona realiza su castidad en la santidad".

"La pureza como virtud, o sea, capacidad de ?mantener el propio cuerpo en santidad y respeto?, aliada con el don de la piedad como fruto de la morada [inhabitacio´n] del Espi´ritu Santo en el ?templo? del cuerpo, confiere a este cuerpo tal plenitud de dignidad en las relaciones interpersonales que Dios mismo es glorificado en e´l. La pureza es la gloria de Dios en el cuerpo humano, a trave´s de la cual se manifiestan la masculinidad y la feminidad. De la pureza brota esa belleza singular que impregna cada esfera de la convivencia reci´proca de los hombres y permite expresar en ella la sencillez y profundidad, la cordialidad y la autenticidad irrepetible de la confianza personal"


3. LA CASTIDAD EN LOS DIFERENTES MODOS DE VIDA (LA VIRGINIDAD Y EL MATRIMONIO)

"Todo bautizado es llamado a la castidad. (...) Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta segu´n su estado de vida particular". El bien de la sexualidad que afecta al ser humano en su totalidad, despue´s del pecado de ?los ori´genes? necesita ser integrado en el bien de la persona. So´lo asi´ se realiza segu´n toda su bondad. Esa integracio´n, que se lleva a cabo con la ayuda de la gracia del Espi´ritu, por la virtud de la castidad, puede asumir dos modos fundamentales: el matrimonio y la virginidad o celibato por el reino de los cielos.

a) La castidad conyugal, integracio´n de la sexualidad en la persona

Si la bondad de la sexualidad humana esta´ constituida por dos elementos o dimensiones (la unitiva = esta´ al servicio de la relacio´n interpersonal; y la procreadora = pone las condiciones para la transmisio´n de la vida), la cuestio´n que ahora se considera se puede formular asi´: co´mo realiza el matrimonio esa bondad.

La respuesta a esa cuestio´n exige tener siempre a la vista la naturaleza de la sexualidad humana, es decir, que´ clase de bien es el de la sexualidad. Con el te´rmino ?sexualidad? –recordamos— se puede aludir a la persona humana (en cuanto es hombre o mujer), a la facultad sexual (la potestad o el dinamismo espiritual y psico-fi´sico capaz de obrar sexualmente) y al ejercicio o actuacio´n de esa facultad sexual. Pues bien, lo que caracteriza al ejercicio o actividad sexual es que compromete a la persona en cuanto tal. Es la persona misma la que se implica en esa actividad (no so´lo los sujetos o personas que se vean envueltos en esa actividad, sino tambie´n la persona que pueda venir a la existencia como fruto de esa actividad). Por eso, precisamente, la actividad de la sexualidad so´lo es buena o conforme con su naturaleza, si es conyugal, es decir, si tiene lugar en el matrimonio uno e indisoluble.

Como lenguaje de la persona, el ejercicio de la sexualidad ha de ir de persona a persona. De manera negativa eso quiere decir que la persona del otro nunca puede ser usada como un objeto ni utilizada como un medio al servicio de una funcio´n. Y de manera positiva, que ha de ser valorada siempre por si´ misma. En esa relacio´n la persona es insustituible, no es intercambiable por ninguna otra. Se relacionan las personas, no sus funciones. Por eso la actividad sexual ?exige? el marco de la exclusividad (uno con una) e indisolubilidad (para siempre). Esto es, el matrimonio uno e indisoluble.

A la misma conclusio´n se llega si se considera que la procreacio´n es tambie´n una dimensio´n de la sexualidad. Es evidente que so´lo es posible observar esa dimensio´n y, por tanto, respetar la naturaleza de la sexualidad, en aquellas relaciones que no cierren el paso a la apertura a la vida (v. g. las homosexuales, la masturbacio´n, etc.). Pero tampoco se respeta esa dimensio´n procreadora en cualesquiera de las actividades sexuales fuera del matrimonio. En efecto, el hijo, como posible fruto de la actividad sexual, so´lo es recibido de acuerdo con la dignidad de persona si su venida a la existencia tiene lugar en un espacio de amor verdadero. Pero, como se acaba de ver, esa autenticidad so´lo es posible en el marco de la unio´n matrimonial una e indisoluble. Por otra parte, ese mismo marco viene reclamado por el desarrollo armo´nico en los diversos a´mbitos de su personalidad, al que, como persona, el hijo esta´ llamado.

Pero advertir la motivacio´n profunda de la necesidad del matrimonio uno e indisoluble como marco necesario para el ejercicio de la actividad sexual a fin de que sea digno de la persona humana –y, por tanto, bueno e´ticamente—, pide una ulterior reflexio´n. Darse cuenta, en efecto, de que, como el ser humano –todo ser humano— ha sido creado por Cristo y para Cristo, la unio´n matrimonial de que se habla es participacio´n en el misterio de amor de Cristo por la Iglesia. Por eso, al mismo tiempo que exigencia antropolo´gica, es don o gracia de Dios para la realizacio´n de la bondad de la sexualidad.

La conclusio´n es que, en cuanto virtud propia de los casados, la castidad conyugal esta´ indisociablemente unida al amor conyugal. Integra la sexualidad de tal manera que puedan donarse el uno al otro sin rupturas ni doblez. Esta´ exigida por el respeto y estima mutuos que como personas se deben ya los esposos; adema´s de que asi´ lo reclaman tambie´n los otros bienes del matrimonio. Es una virtud que esta´ orientada al amor, la donacio´n y la vida.
 
b) La virginidad o celibato en la integracio´n de la sexualidad 

La pregunta que aqui´ se plantea es la misma que se haci´a a propo´sito del matrimonio: co´mo realizan, la virginidad o celibato, la bondad de la sexualidad, es decir, en que´ consiste la castidad que debe caracterizar a la virginidad o celibato por el reino de los cielos.

Uno de los elementos propios de la virginidad es la pra´ctica de "la castidad en la continencia". El que sigue ese estado de vida ha elegido la abstinencia absoluta y total de cualquier actividad sexual. Sin embargo, la excelencia de la virginidad no se debe sin ma´s a la renuncia a la actividad sexual. Esa actividad practicada segu´n el orden y modo debidos es buena. "La Revelacio´n cristiana –dice Familiaris consortio— conoce dos modos especi´ficos de realizar integralmente la vocacio´n de la persona humana al amor: el matrimonio y la virginidad". La razo´n de la excelencia de la virginidad hay que buscarla, por tanto, en el motivo de esa renuncia, que de esa manera se hace realizacio´n posible del bien de la sexualidad. Esa razo´n no es otra que "el vi´nculo singular que [la virginidad] tiene con el reino de Dios".

Para advertir que la virginidad es realizacio´n de la bondad de la sexualidad –esa es la cuestio´n planteada— ha de acudirse al misterio de Cristo, en quien, segu´n recuerda Gaudium et spes, se revela plenamente la verdad entera sobre el hombre46. Porque es el amor de Cristo lo que, tanto el matrimonio como la virginidad, tienen que revelar o manifestar, un amor que, siendo total, es a la vez exclusivo y universal (todos y cada uno de los seres humanos es amado por el Sen~or con un amor u´nico y personal: todos y cada uno pueden decir con verdad "me amo´ y se entrego´ a la muerte por mi´"). Es evidente, sin embargo, que la donacio´n sexual, por ir de persona a persona, so´lo sera´ total si es exclusiva. La exclusividad es intri´nseca a esa donacio´n porque se realiza a trave´s de la corporeidad (esta persona y no otra). Para que esa donacio´n, siendo total, sea a la vez universal, es necesario que quede excluida cualquier forma de actividad sexual. So´lo de esa manera es posible amar o donarse a todos y cada uno totalmente. La expresio´n de esa capacidad de donacio´n es la continencia o exclusio´n de toda actividad sexual.



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