Valores Morales

Creer en la Iglesia 

2019-03-26

Siguiendo por este camino, estiman que no hacen falta sacerdotes, templos ni liturgias. A ellos les...

Por Alejo Fernández Pérez

Hemos oído tantas veces la frase “Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia”… Pero nos sorprendemos al descubrir lo poco sabemos tanto de Dios como de la Iglesia. Reflexiones sobre un sentir común, con poco sentido común.

“Creo en Dios, pero no en la Iglesia ni en los curas”. Nos suelta un amigo ¡Caray! Uno es libre de creer o no creer, de ser católico o budista, agnóstico o creyente, capitalista o comunista… o del equipo de fútbol que le plazca. Todos nos merecen respeto cuando actúan con honestidad. Pero, quien dice creer en Dios, y se llama cristiano, y además es persona de cierta cultura, no puede quedarse “en medio”. Además, nos miró por encima del hombro y con un gesto de paternal benevolencia, sonriente, consideró con esa parrafada, justificada una faceta particular de su vida. ¿Qué quiso decir este amigo nuestro? ¿Sabía lo que decía? ¿Se trata de una de esas tonterías que todos decimos de vez en cuando? ¿Se imaginan a este caballero diciendo: Yo creo en el socialismo, pero no en los socialistas. Más que oponerse a la Iglesia, al P.P., al PSOE o a cualquier otro partido político del país que sea se oponen a la idea que ellos tienen de estas organizaciones. La realidad tiene muy poco que ver con sus ideas, frutos de prejuicios que pululan en el ambiente y de una escasa formación. No han leído a los Evangelios, ni a Marx, ni a Hengel, ni se han preocupado de leer los escritos del Papa o los programas de los diferentes partidos. Se limitan a “hablar alto y fuerte” de todo lo que no entienden, lo que constituye un insulto mental a cualquier inteligencia.

La experiencia nos indica que esto que se dice de la institución Iglesia a nadie se le ocurre decirlo sobre cualquier otra institución, por ejemplo:

– A ningún obrero o empleado se le pasa por la cabeza creer en el trabajo, en su empresa, pero no en el jefe, técnicos, capataces, edificios, oficinas, etc.

– A ningún militar se le ocurre que pueda ir a la guerra sin generales. Jefes u oficiales, armas, instrucción, cuarteles,… ni que se pueda desobedecer a los jefes.

– No se puede creer en el fútbol pero no en los futbolistas, directivos, las reglas del juego, entrenado­res ni en los campos de juego.

– No se puede creer en la enseñanza, pero no en los profesores, ni en la necesidad de escuelas.

Sin embargo, seguiremos yendo al trabajo aunque no nos gusten los jefes, y a la escuela aunque los profesores no sean buenos, y a la guerra aunque nos desagraden los mandos; pero, curiosamente, si no nos gustan algunos curas nos vamos de la Iglesia. ¿No será esto una excusa para justificar nuestra forma de vida? No perdamos el tiempo: No existen los jefes ni las leyes hechas a gusto de cada uno.

Siguiendo por este camino, estiman que no hacen falta sacerdotes, templos ni liturgias. A ellos les basta hablar directa­mente con Dios de tu a tu. Cosa que, por supuesto -pero nunca te lo dicen-, tam­poco hacen. Creen en Dios y están dispuestos a seguirle, pero a su manera, como a un Dios del que podamos disponer a nuestro antojo.

La Iglesia es una institución divina, pero está regida por hombres con todas sus virtudes y defectos. Cristo prometió ayuda a su Iglesia hasta el final de los tiempos, pero no aseguró la fidelidad ni la sensatez de sus miembros, a quienes dejó libres de aceptar o no sus mandamientos. Incluso el propio Cardenal Joseph Ratzinger dijo una vez un símil muy profundo “La iglesia es como la luna: tierra, rocas y desierto, pero que desde la tierra es un bellísimo cuerpo celeste que nos ilumina en la noche, aunque su luz no sea propia”. Efectivamente, la Iglesia es tierra, rocas y desierto. Pero también es un cuerpo celeste de belleza incomparable que ilumina nuestras noches con la luz de la fe. La Iglesia entre más se le conoce, más se le ama, y más profundamente se comprende por qué es el Cuerpo Místico de Cristo.

Cualquiera que en conciencia se considere cristiano, socialista, comunista, budista, o lo que sea, cumplirá las leyes correspondientes y obedecerá a sus jefes, o si no está de acuerdo, se larga o le largarán con su música a otra parte.

Para los católicos – que es para quienes escribimos en esta ocasión- lo que es o deba ser la Iglesia y nuestras relaciones con Dios, solo se rigen por las palabras de Cristo en sus Evangelios, en los Hechos y Epístolas de los apóstoles y en la tradición cristiana contrastada históricamente. En la Religión, como en la mili, en la enseñanza o en el trabajo nadie puede ir “por la libre”. Del Evangelio de San Mateo entresacamos un párrafo esclarecedor:

En cierta ocasión, Jesús responde: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra “edificaré yo mi Iglesia”, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Más claro ni el agua. Jesucristo mismo instituyó la Iglesia. No es un invento humano, ni los apóstoles se dieron cuenta del “valor político” o las supuestas riquezas que la Iglesia podría tener. Siguieron el mandato de Jesús.

Queda muy claro, que Jesús funda “su” Iglesia sobre Pedro, y que otorga a Pedro autoridad para legislar y gobernar sobre la tierra. Por tanto, querido amigo, las palabras de Jesús se creen o no; pero si se creen, como decíamos en la mili: “Punto en boca y cartucho al cañón”. La Iglesia como institución humana no habría prevalecido durante muchos años. Pero en XX siglos es la institución más antigua que conocemos en la tierra.

Antes de hablar, hay que estar informados. Para hablar de la Iglesia hay que saber eclesiología e historia de la Iglesia, para hablar de Dios hay que saber al menos teología dogmática, teología moral y teología sacramentaria con una profunda (y constante) vida de oración. De otro modo se habla “de oídas”.

La moraleja de esta historia es que hay que conocer antes de hablar. Y hay que conocer a fondo la Iglesia, o de otro modo la opinión “Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia” es, a lo menos, frívola y superficial.


 



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