Del Dicho al Hecho

‘No es la muerte del proceso de paz’: Humberto de la Calle

2019-09-09

A pesar de que se define como un “pesimista profesional”, el político, abogado,...

 

La madrugada del jueves 29 de agosto, cuando Humberto de la Calle se enteró de que el excomandante de las Farc conocido como Iván Márquez había hecho un llamado a volver a las armas, por un momento pensó que se trataba de una noticia falsa.

Márquez —cuyo nombre es Luciano Marín Arango—, el exjefe de la delegación de las Farc durante las negociaciones de paz en La Habana, aparecía en un video junto a una veintena de hombres y mujeres con fusiles en el que declaraba que volvían a la lucha armada porque el Estado no había cumplido con el acuerdo de paz.

“Fue tan sorpresivo”, me dijo un día después De la Calle, quien había pasado unos cuatro años de su vida negociando la paz con Márquez y otros líderes guerrilleros como jefe del equipo del gobierno. Luego dudó un segundo. “Dijéramos: fue sorpresivo, y no lo fue. Es difícil de definir”.

La fragilidad del proceso de paz tras la firma en 2016 del acuerdo que puso fin al conflicto de más de medio siglo entre el Estado colombiano y el movimiento guerrillero nunca estuvo ausente de las preocupaciones de De la Calle. Desde un inicio, el acuerdo fue atacado de forma virulenta por quienes se oponían a él —en particular por el expresidente Álvaro Uribe, que trató de mostrarlo como una especie de pacto de impunidad para los crímenes de la guerrilla— y se convirtió en blanco de la campaña electoral que culminó en 2018 con la victoria de Iván Duque, candidato del uribismo que llegó a la presidencia con la promesa de modificar lo acordado.

“Uno tenía el presentimiento, y no solo el presentimiento, sino la advertencia pública reiterada, de que el incumplimiento de los acuerdos generaría un enorme riesgo de renacimiento de la violencia”, dice ahora De la Calle. “Pero ya la noticia misma y la presencia del video de Iván Márquez sí me tomó un poco por sorpresa”.

A pesar de que se define como un “pesimista profesional”, el político, abogado, profesor y escritor colombiano Humberto de la Calle dice que la noticia primero le generó “una gran frustración y una enorme tristeza”. Después, con el hábito diplomático de pesar cada palabra y limitar una crisis a sus consecuencias prácticas, decidió ver el video completo y analizarlo en detalle.

“Esta no es la muerte del proceso de paz, es un incidente. Pero es un incidente grave”, asegura. Para De la Calle, el discurso de Márquez en el video revela algunas claves preocupantes: “Hay frases difíciles de entender, pero lo primero que dice es que no estarán en la lejanía de la selva; entonces tiene un cierto acento urbano. Y quienes rodean de cerca a Márquez, particularmente alias el Paisa [Hernán Darío Velázquez] ha estado mucho más especializado en acciones de terrorismo urbano. Ahí hay un elemento preocupante. Luego sostiene que en función de la rebelión van a continuar teniendo vínculos —a través de los impuestos, como los llaman ellos— frente a las economías ilegales. Lo que puede significar para Colombia que se mantiene esa simbiosis entre una rebelión, genuina o impostada, pero en todo caso con elementos de narcotráfico que son muy preocupantes. Porque reincorporar miembros a la guerrilla o incorporar nuevos miembros a nivel de combatientes rasos siempre es una posibilidad en un país como Colombia, donde tenemos más territorio que soberanía. La verdad es que todavía no tenemos un control del territorio. El crecimiento de una guerrilla en estas circunstancias no me parece que sea algo tan difícil, y más con un floreciente mercado negro de armas”.

Al riesgo que abre esta disidencia dentro del territorio colombiano, se suma un elemento externo “muy grave”, dirá después De la Calle: Venezuela. “El abrigo que le brinda Venezuela ahora a estos disidentes y antes al ELN [Ejército de Liberación Nacional] pues es una ventaja militar”, dice. Esta situación implica una vulnerabilidad para Colombia “en términos de su seguridad interna”.

De la Calle no duda en definir la acción de Márquez y los otros líderes guerrilleros de alto perfil que aparecen junto a él en el video —como Jesús Santrich, acusado de narcotráfico y con pedido de extradición de Estados Unidos— como una traición a la confianza de los colombianos. El mismo día en que se difundió el video, se preocupó por denunciar antes que nada la “responsabilidad primordial” de Márquez y de sus compañeros, pero volvió a señalar el peligro que implicaban para el proceso de paz las señales negativas del gobierno de Iván Duque frente al acuerdo, la retórica de desconocimiento del mismo y “de reforma unilateral de lo acordado”. Naturalmente, dice De la Calle, “eso genera una sensación de inseguridad en las bases guerrilleras”.

Su preocupación es que en un territorio de incertidumbre creado por el propio gobierno para muchos de los combatientes, estas disidencias “sí podrían tener un atractivo. Delincuencial, si queremos ser francos”.

“El gobierno ha reaccionado con las herramientas del Estado de derecho contra estos disidentes y eso es totalmente legítimo: están por fuera del acuerdo. Pero la respuesta frente a los diez mil combatientes que están en las zonas para los planes de desarrollo territorial tiene que ser la de un compromiso real y genuino para cumplir el acuerdo, y no solo en el terreno de la reincorporación, sino en los temas más estructurales”, dice.

De acuerdo con las cifras oficiales de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, de los más de trece mil guerrilleros que se desmovilizaron a partir del acuerdo final para la terminación del conflicto en 2016, el 98 por ciento se mantiene dentro de los procesos de reincorporación.

En una entrevista reciente con la BBC, el antiguo comandante máximo de las Farc, Rodrigo Londoño, actual presidente del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común —el partido formado por excombatientes tras el acuerdo de paz—, dijo que no creía que Márquez y los otros exguerrilleros que llamaron a volver a las armas tuvieran motivaciones políticas: “No sé si narcotráfico o qué, pero en todo yo veo una motivación personal, individual”. En el mismo sentido, el expresidente Juan Manuel Santos dijo a la agencia EFE que “por más ropaje político que quieran ponerse”, estos líderes guerrilleros estaban traicionando el proceso de paz “por lucro, por narcotráfico o para evitar la justicia”.

Aún suponiendo que sus motivos políticos fueran reales, “es un salto al pasado absolutamente brutal”, señala De la Calle: “La presencia de una fuerza violenta lo que hizo fue retrasar el cambio social y no facilitarlo. Es increíble que el señor Márquez ahora crea que, regresando a 1964, ahora sí va a propiciar lo que él pretende que sea el cambio social”.

—Estos comandos de los que hablamos son gente que estaba habituada a un determinado estatus de poder, a una posición dentro de una estructura. Más allá de los acuerdos, me imagino que el pasaje a la vida civil puede ser un poco más complicado para los altos mandos que para la tropa. ¿Cuál es su opinión al respecto?

—Claro, de todos modos un comandante tiene un cierto estatus. En cambio, el guerrillero raso vive en unas condiciones bastante semejantes a las que vivía antes. Allí no hay sino un camino de mejoramiento a través de los procesos de reincorporación. Lo primero es señalar que la visión explícita del gobierno, del doctor Álvaro Uribe y de Iván Duque, es que ellos se entienden con el guerrillero raso y no con la estructura. Ese es un enorme error. El centro de gravedad de las Farc son sus mandos, que llevan años en el arte militar y en la propagación de sus ideas y en actividades delincuenciales. Lo que a mí ya me llenaba de entusiasmo hasta la firma del acuerdo fue constatar, como ya lo dije, que esos mandos estaban firmemente alrededor de la paz y con el deseo de cambiar su vida. Así eso implicara unas privaciones que antes no tenían.

Los líderes de las Farc con quienes negoció la paz, aseguró De la Calle al comienzo de nuestra conversación, eran conscientes de lo que hacían. “Yo puedo certificar que tomaron la decisión de la paz, esto no era una estrategia de engaño previa”, dijo. Luego mencionó una escena del documental El silencio de los fusiles, dirigido por Natalia Orozco, que ha incorporado a sus recuerdos: “El día que estábamos firmando el acuerdo en Cartagena, ella estaba con sus cámaras en los frentes y allí estaban reunidos los mandos mirando la televisión. Y, cuando firmamos, se abrazaron y era una alegría genuina. Es esto lo que me entristece. ¿Cómo es posible que este país, que tiene al frente esta posibilidad y esta oportunidad, la deseche?”.

El pasado, el futuro

En 2012, cuando el presidente Juan Manuel Santos lo llamó para que encabezara las negociaciones con las Farc, Humberto de la Calle estaba dedicado por completo a su estudio de abogados en Bogotá, pero tenía una larga trayectoria en la vida pública colombiana: había sido, entre otras cosas, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro del Interior en el gobierno de Andrés Pastrana, vicepresidente durante el gobierno de Ernesto Samper y ministro de Gobierno en el mandato de César Gaviria, durante el cual participó de uno de los intentos previos de lograr la paz en Colombia, en 1991, como parte del proceso de la Asamblea Constituyente que creó la nueva constitución política del país.

En pleno funcionamiento de la asamblea, cuenta De la Calle, a él le tocó abrir la primera ronda de negociaciones con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, un grupo que reunía a las Farc, al ELN y otros movimientos guerrilleros. Aquellos diálogos de paz se mantuvieron durante algunos meses en Caracas y luego en Tlaxcala (México), pero la mesa de negociación se rompió en 1992.

Dos décadas después, cuando fue convocado para un nuevo intento de cerrar un acuerdo de paz, De la Calle creyó “que era imposible”, asegura: “Realmente las posiciones eran tan distantes. Es como si fuésemos habitantes de dos planetas distintos, cada uno con su lógica. Pero en el transcurso del tiempo yo sí empecé a acariciar la idea de que a lo mejor era posible”.

Las negociaciones en La Habana tuvieron previamente una fase secreta, en la que se trabajó durante meses para construir una agenda y diseñar una estrategia. “El jefe de la delegación en aquel entonces era alias el Médico, Mauricio Jaramillo, que venía directamente del combate del frente oriental”, cuenta De la Calle. “Por alguna razón, Jaramillo es reemplazado por Márquez. Y ahí hay una diferencia importante, porque Jaramillo venía más del combate, de sentir la muerte de sus hombres. Márquez había sido un combatiente, pero últimamente estaba más bien desempeñando labores de cierto sentido político o de diplomacia internacional”.

De la Calle recuerda que el primer discurso de Márquez en la mesa de negociaciones fue “un baldazo de agua fría”: cuando creían haber avanzado en la agenda, “él se retrotrajo a las posiciones más duras de las Farc”. A diferencia de lo que algunos colombianos piensan, dice, “que esta guerrilla estaba compuesta por unos ignorantes campesinos pobres, Márquez es un hombre con formación universitaria y con un discurso. No solo Márquez, sino las Farc. Un discurso que yo califico de equivocado y anacrónico, paleontológico, pero con una lógica interna. Hay colombianos que no entienden eso. Las Farc tienen respuesta para todo desde su punto de vista, lo cual dificulta mucho las conversaciones”.

Pero el proceso avanzó gracias al reconocimiento de las diferencias y a una gran apuesta por el pragmatismo: “En un momento hubo una cierta crisis porque las Farc encendieron la mesa a base de su retórica política. Y en cierto momento yo les dije: ‘Miren, esto no es un mitin ni una reunión política ni una universidad ni un seminario. Esto es un ejercicio práctico para poner fin a un conflicto. Entonces hablemos de lo práctico. Aquí tenemos sistemas para resolver, porque ni ustedes me van a convencer a mí o a nosotros, ni nosotros venimos a convencerlos ni creemos que ustedes tengan que cambiar de ideología. Ustedes deben seguir pensando lo que deseen. Sin armas, todo. La clave de esto es sacar la violencia del ejercicio político’”.

Llegar a la firma del acuerdo de paz en Cartagena fue tal vez una de las mayores satisfacciones de su vida, cuenta De la Calle. “Ese sí fue un momento muy emocionante, pero también, y creo que esto es lo pertinente para los acontecimientos de esta semana, la convicción de que realmente esos señores, con excepción de una pequeña astilla disidente que había ya en ese momento, pero que el grueso de las Farc realmente entendió y quiso liquidar el conflicto. Y esa es una de las razones de mi frustración”.

—En términos de impacto, ¿cree que hay posibilidad de minimizar los efectos del anuncio de Márquez? ¿Esto podría convertirse en algo que pueda reforzar el proceso de paz?

—Yo creo que hay elementos militares y elementos políticos. En lo militar, en la presentación que hace Márquez, pareciera estar hablando ya a nombre de su organización naciente y de las disidencias que están ubicadas más en el Pacífico. Cosa que no es cierta. Esa unificación de mandos aún no existe y tampoco seguramente será fácil. Pero un primer ejercicio del Estado colombiano es tratar de impedir, particularmente con inteligencia, con ejercicio policial, esa unión posible y, en particular, con el ELN. En lo político creo que lo necesario es desacreditar esta acción como una aventura y como leer la historia al revés. Es trasladarse a 1964, después de la tragedia estéril que significaron cincuenta años de guerra estéril. Estéril porque aquí no se produjo el cambio social. Entonces, me parece que el mensaje político tiene que ser ese y también entender un poco, para la población colombiana, que esta movida está muy regida por los intereses estratégicos del gobierno de Maduro. Y yo creo que en una gestión política uno debería ser capaz de neutralizar el crecimiento de esa guerrilla. Pero claro, sobre la base de cumplir los acuerdos con quienes sí están fieles a los mismos.



Jamileth
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