Tras Bambalinas

El sentido de un final

2020-02-05

La llegada de Juan Guaidó a la presidencia interina del país presagiaba, para los...

Pablo Colomer | Política Exterior

La historia de Venezuela no termina de terminar, ni siquiera mal. Entendedme: con una caída del PIB del 10% para 2020, según estimaciones del FMI; una inflación que podría llegar hasta el 500,000%; más de 4,6 millones de venezolanos convertidos en migrantes y refugiados, según datos de Acnur… El panorama no es halagüeño, por decirlo con suavidad. Sin embargo, en Venezuela aún hay margen para lo peor.

La llegada de Juan Guaidó a la presidencia interina del país presagiaba, para los más optimistas, una transición, el principio del fin. Los pesimistas, en cambio, advertían de que la apuesta de Guaidó podría degenerar en una guerra civil, el acabose. Un año después, ha sucedido lo inverosímil desde el punto de vista narrativo: todo sigue igual; es decir, peor.

La Historia no se cansa de enseñarnos que sus historias no terminan. Mutan, cambian de registro, cierran capítulos, se revolucionan, pero siempre continúan. Hasta las guerras se las arreglan para proseguir por otros medios. Fukuyama, con su fin de la Historia, nunca tuvo menos razón.

En Venezuela, a la ausencia de un final que dé sentido a su historia reciente se suma la complejidad de las sociedades abiertas en canal, con el odio a flor de piel, enfrascadas en luchas de poder donde el fin, por elusivo que sea, siempre justifica los medios. Después de años de titubeos, como señala Juan Manuel Trak Vásquez, Occidente tuvo clara su apuesta: entre Nicolás Maduro y Guaidó, el futuro de Venezuela es el presidente de la Asamblea Nacional. Pero ese futuro no llega y el presente sigue en manos de Maduro. Una realidad con la que hay que lidiar, como bien saben los opositores a Bachar el Asad en Siria: los conflictos no siempre los ganan los nuestros.

Según Manuel Alcántara, Guaidó solo puede hacer gala de un “tibio poder moral”, frente a un Maduro con las espaldas cubiertas por las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad. Para romper el estancamiento, Alcántara reclama una negociación –“inverosímil negociación necesaria”, la llama– entre el gobierno y la oposición con la comunidad internacional de agente catalizador. Su propuesta: elecciones libres, una especie de amnistía y plan de reconstrucción nacional con fondos internacionales.

No será fácil. Como apunta Ysrrael Camero, a medida que la crisis venezolana se extiende en el tiempo, el frente internacional de apoyo a la democratización podría debilitarse, presa de la rutina o “por dar preferencia a la preservación de un statu quo, por un cambio en las prioridades de la política exterior europea vinculado con la ralentización de la economía” del continente o un relevo en el gobierno de Estados Unidos, entre otros factores.
 
Así, la gira internacional de Guaidó –de regreso de Europa, el 4 de febrero asistió en EU al discurso sobre el estado de la Unión, invitado por Donald Trump– corre el riesgo de convertirse en un brindis al sol, pese al éxito del periplo, según Carmen Beatriz Fernández. Los “enredos” durante su visita a Madrid muestran los juegos malabares a los que se ven obligados algunos países en la cuestión venezolana. En España, Venezuela no es un asunto de Estado, sino material inflamable. En el juego de la confrontación partidista, la figura del presidente encargado, sin embargo, resultó favorecida, de acuerdo con Margarita López Maya. “Guaidó, con su conducta y palabra, e inmerso en tableros políticos diversos, terminó por proyectarse por encima de los intereses que quisieron empañar su visita y avergonzar al gobierno de Pedro Sánchez”, afirma la analista.
 
“De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España, porque termina mal”. Los sobados versos de la sextina de Gil de Biedma pueden aplicarse a multitud de países, desde Siria a Haití. Venezuela, sin embargo, se resiste al punto y final –condenatorio o redentor–, empecinada en un agónico descenso a los infiernos interminablemente perverso. ¿El consuelo? Que como ilustra la historia de España, el infierno es finito (nueve círculos, según Dante); que después de este suele venir el purgatorio de las transiciones, y que allá a lo lejos, casi siempre, aguarda su turno el paraíso de la normalidad.



JMRS
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