Comodín al Centro
Ante las elecciones en Chile, es hora de llamar al fascismo por su nombre
Por Yasna Mussa | The Washington Post
Kast, un exdiputado y militante de la Unión Demócrata Independiente (UDI), es defensor de las ideas más conservadoras y religiosas encarnadas en una derecha que decidió formar su propio movimiento para consolidar el liderazgo de su candidato. Con un discurso antiinmigración, a favor de la militarización extrema de la Araucanía —o Wallmapu, como lo nombra el pueblo mapuche—, Kast fue posicionando su discurso sin miedo a las caricaturas o a enfrentar los temas más controvertidos.
Sin embargo, su desempeño durante el último debate televisivo, antes de las elecciones presidenciales de este domingo 21 de noviembre, es la evidencia de que solo pudo posicionarse en los medios gracias a dos fenómenos más bien globales. Por un lado, el resultado de la instalación permanente de fake news con las que el candidato —y también varios de sus seguidores que postulan a cargos públicos— se ha paseado tranquilamente por los medios recibiendo rara vez alguna contrapregunta o cuestionamiento por parte de los entrevistadores.
Kast ha sido capaz de decir barbaridades como que “en los países donde hay aborto libre la tasa de maternidad es mucho más alta” o que durante la dictadura de Augusto Pinochet “no se encerró a opositores políticos”, las cuales termina esparciéndose como verdades que alimentan el miedo y las cadenas de WhatsApp por donde se masifica la desinformación. Y por otro, el candidato fue posicionando su carrera a La Moneda gracias a encuestas cuestionadas por su metodología y cuya labor parece más de una agencia encargada de posicionar una marca que un reflejo fidedigno de la opinión popular en las calles.
De hecho, una comisión especial del Congreso abrió una investigación para revisar las fórmulas con que se emplean estas herramientas y evitar que manipulen la opinión pública, ante los cambios abruptos publicados semanas antes de las elecciones.
Si Kast ha logrado avanzar como nunca antes ha sido gracias a la equidistancia de los medios que no han llamado al fascismo por su nombre ni se han espantado, como sucedería en cualquier otro lugar con un piso mínimo de respeto a los Derechos Humanos, cuando Kast defiende y reitera su posición de negacionismo sobre los crímenes cometidos durante la dictadura. De hecho, el tema solo se volvió un escándalo cuando la Asociación de Corresponsales de la Prensa Internacional en Chile lo enfrentó con sus propios dichos durante una conferencia de prensa la semana pasada.
El mismo candidato que habla de futuro, solo propone un proyecto de sociedad que retrocede y niega cualquier avance de la humanidad: derechos reproductivos para las mujeres; integración; justicia y reparación para víctimas de violaciones a los derechos humanos; la posibilidad de aprobar el matrimonio igualitario; tener una política ante el cambio climático; y una lista interminable de conquistas sociales de las últimas décadas.
Que se quedara sin respuestas o rechazara su propio programa demuestra que su figura solo se alimenta de eslóganes de una derecha extremista que no acepta que ha perdido terreno y que vivió dos grandes fracasos de los que aún no se recupera, después de la paliza que recibió con el referéndum que aprobó la creación de la Convención Constitucional y las últimas elecciones de alcaldes y gobernadores.
Durante mucho tiempo algunos nos rehusamos a nombrarlo o publicar sobre él, pues darle visibilidad, aunque fuese para apuntar con críticas a su programa o sus dichos cargados de odio —como cuando dijo que su gobierno construiría zanjas en la frontera para impedir la venida de migrantes— no solo lo legitima, tal como sucedió con el expresidente estadounidense Donald Trump o Bolsonaro, sino que además le da la oportunidad a sus fanáticos seguidores de sentirse validados para esparcir su violencia. Sin embargo, en este momento tan crucial de la historia de Chile creo que no es lo correcto, pues al fascismo se le nombra por lo que es, sin adornos ni edulcorantes.
El candidato ha hecho campaña apostando a un discurso políticamente incorrecto que repite sin inmutarse, que ofrece soluciones radicales sin explicar cómo llegar a ellas. Esa superficialidad, repetida y luego masificada, es la que ha hecho eco sin prestar atención en la gravedad que contiene. Lo que desconcierta es que cierta derecha que se autodefine como democrática y que quiso limpiar sus vínculos con el pinochetismo, hoy saca sus máscaras y demuestra que en Chile el liberalismo aún no ha cambiado de piel.
Las bajas posibilidades que tiene Kast con su proyecto propagandístico no son el verdadero peligro, sino el avance de su movimiento al punto de institucionalizarse y normalizar esa manera de hacer política a partir de negar la existencia y experiencia de un otro. Ahí radica la amenaza para cualquier democracia que aspire a un mínimo de estabilidad. Su discurso, calma y sonrisa ensayada se fueron difuminando a medida que la periodista Macarena Pizarro le preguntaba por las contradicciones en sus propias promesas de gobierno. Kast ya mostró su verdadera cara. Ahora nos queda frenar al fascismo y enviar un mensaje contundente: ¡No pasarán!
aranza