¡Basta ya!

México, el país que discute por todo, hasta porque hace mucho calor

2022-04-14

O al menos eso dan a presumir en redes sociales, pues reniegan del frío y de esa...

Omar Peralta

México siempre vive en los opuestos. Hay que encontrar la forma de rivalizar hasta en el ámbito más incontrolable. Y así sucede con el clima. Los apasionados del frío y del calor mantienen viva una sofisticada discusión que no entiende de puntos medios: es indispensable tomar una postura y defenderla a muerte. Si de polarizar se trata, nadie tiene mejores métodos para hacerlo que el clima, y eso es mucho decir en un país habituado a la crispación proveniente de todos los personajes y contextos imaginables.

Hace unas semanas, el nefasto calor era el enemigo público número uno del país. El inclemente sol hacía su trabajo, que para sus críticos consiste en sofocar la vida ni bien empieza el día, y todos parecían desesperados por la llegada algún frente frío que solucionara los problemas. Claro que los adeptos del infierno caluroso tenían mucho que decir. A ellos les gusta sentir el sudor en la frente todo el tiempo. O al menos eso dan a presumir en redes sociales, pues reniegan del frío y de esa época del año en la que se bebe chocolate abuelita para rebajar la gélida atmósfera.

Son raras esas muestras de rebelión, pues el odio al calor era unánime hasta hace poco. Nadie podía dudar que tener frío y poder atacarlo de diversas formas era mucho mejor que soportar el calor, ese estado del clima indeseable que no tiene solución inmediata: uno se puede poner abrigos y desempolvar la mítica cobija de tigre, pero más allá del artificio que significan los ventiladores, no hay un manual de usuario que explique cómo sobrevivir a los días de temperatura elevada.

Quizá existe un enemigo en común entre ambos frentes: el desprecio a la lluvia. En los últimos años se romantizó la idea de apreciar los aguaceros por la ventana mientras se degusta un café acompañado de un libro, pero en la práctica de la vida real no hay contexto que al mexicano le merezca tanta indignación como una buena lluvia acompañada de su inseparable granizo.

Secretamente, existe una minoría que detesta ambos climas. Y quizá no es tan minoría ni ejerce su odio tan secretamente. Lo que pasa es que adoptan la bandera de turno y por eso consiguen camuflarse mejor. Cuando hace frío, anhelan el sol radiante, y lo mismo al revés: apenas se sienten los 30 grados, echan el grito al viento por el regreso inmediato del señor hielo. Porque solo existe algo mejor que tomar bando y radicalizarse: hacerlo según las conveniencias mayoritarias. Como la toma de posturas exige la aceptación hipotética de la derrota, siempre se puede echar mano del villamelón que todos llevamos dentro.

La disyuntiva calor-frío podría servir como termómetro de otros menesteres. Siempre se desea lo que no se tiene y se extraña lo que no se supo valorar. Entendido eso, no es tan difícil soltar un “estaríamos mejor con (inserte clima de su preferencia)”, para obtener como respuesta que “estábamos mejor cuando estábamos peor”. La indefinición signa la personalidad colectiva del país Incluso en los asuntos más banales, inevitables o simplemente incontrolables, como es el caso del clima. Ese sentimiento de división hace acto de presencia democráticamente.

Un país atravesado por divisiones de todo tipo al menos puede presumir de algunos debates sanos que estimulan la creatividad y no el odio, que nutren las redes sociales de creativos memes (en lugar de insultos cada día más deplorables) y demás expresiones que generan respuestas de similar calado. Ojalá todo fuera así. Ojalá las discusiones más importantes tuvieran que ver con la enemistad del frío con el calor, de la quesadilla sin queso y la quesadilla con queso y demás costumbrismos de la identidad nacional.



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