Atrocidades

Terroristas y antiterroristas

2007-07-03

Tras las invasiones a Afganistán e Irak, el mundo no es más seguro ni está a...

Editorial de La Jornada

El atentado suicida perpetrado ayer en la provincia de Mareb, Yemen, cuya autoría es atribuida por autoridades de ese país a la red terrorista Al Qaeda, y a causa del cual murieron siete personas -seis turistas españoles y un yemení-, es un suceso condenable desde cualquier perspectiva. Por otra parte, junto con los recientes barruntos de ataques terroristas en las ciudades de Londres y Glasgow, en el Reino Unido, pone de manifiesto la inutilidad e ineficacia de la "guerra contra el terrorismo" emprendida por el gobierno de George W. Bush y sus aliados desde octubre de 2001, cuando invadieron Afganistán en el contexto de la operación Libertad Duradera, y continuada después en el hoy asolado territorio de Irak.

En casi seis años de acciones beligerantes que han sembrado destrucción y muerte en muchos rincones del mundo, Estados Unidos, auxiliado por Inglaterra, otra potencia bélica, y por aliados menores como Italia y España, no sólo no ha conseguido acabar con Al Qaeda -organización a la que se responsabilizó por los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington-, sino que ha contribuido a su propagación y crecimiento en diversas regiones como Irak, Medio Oriente y Africa.

Hoy, tras las invasiones a Afganistán e Irak, el mundo no es más seguro ni está a salvo de eventuales ataques terroristas; por el contrario, los atentados se multiplican y la zozobra ha hecho presa de poblaciones que, hasta antes de la cruzada estadunidense, se mantenían al margen de los conflictos entre las autoridades de EU y los grupos terroristas inspirados en el fundamentalismo islámico: los ataques a Madrid y Londres, ocurridos en marzo de 2004 y julio de 2005, respectivamente, son dos ejemplos claros de esta incorporación de países enteros a la pesadilla de un conflicto armado difuso y de frentes crecientes.

Por otra parte, la "guerra contra el terrorismo internacional" ha multiplicado los rencores que proliferan en diversos ámbitos de las sociedades islámicas contra Europa y Estados Unidos. Las guerras de Afganistán e Irak se han traducido en una inconmensurable y sostenida destrucción de vidas y bienes materiales, atribuible, en primer lugar, al gobierno de Estados Unidos, y no es de extrañar que esos y otros países se hayan vuelto semilleros de nuevos adeptos para las organizaciones armadas fundamentalistas.

La escalada entre éstas y los gobiernos occidentales ha dado lugar a una barbarie global y a sufrimientos incontables de millones de personas atrapadas en los frentes cambiantes y sorpresivos del conflicto, pero ninguno de los bandos está en posibilidades de ganar una guerra que no va a restablecer la paz y la seguridad mundiales y que no tiene más perspectiva que cuotas adicionales de violencia y muerte. Por ello, resulta necesario que la OTAN salga de Afganistán, Estados Unidos ponga fin a su sangrienta ocupación de Irak y, por lo que hace al resto, que los gobiernos occidentales empiecen a buscar rutas de negociación con los enemigos que han creado. Al margen de las consignas emitidas de manera regular por la Casa Blanca -"con los terroristas no se negocia"-, tarde o temprano Washington y sus aliados tendrán que dialogar con sus ubicuos enemigos para poner fin a esta insensatez.

 



AAG
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