Ecología y Contaminación

La energía global: un debate abierto

2010-12-07

Como resultado, todos los países tienen un incentivo para señalar con el dedo a los...

Por Ted Nordhaus y Michael Shellenberger / Dow Jones, WSJ

Ha llegado la hora de replantearse el cambio climático. Durante dos décadas, los líderes del mundo han intentado —sin mucho éxito— llegar a un acuerdo sobre el calentamiento global que pueda dar resultados. Ahora vuelven a estar reunidos, esta vez en Cancún, México, para hablar sobre los mismos temas una vez más e, inevitablemente, tropezarse con las mismas piedras.

Al final, todos estos acuerdos se reducen a exigir recortes en las emisiones de dióxido de carbono, lo que significa pagar mucho más por la energía. Algunos ambientalistas lo niegan, pero la energía verde todavía cuesta mucho más que los combustibles fósiles. Subir significativamente los costos energéticos desacelera el crecimiento económico, algo que ningún país quiere hacer.

Como resultado, todos los países tienen un incentivo para señalar con el dedo a los demás e intentar engañar al sistema: protegiendo industrias clave, declarando emisiones menores a las reales y exagerando las reducciones.

Hay un camino mejor. Los países deberían concentrarse en bajar los costos de la energía limpia, no en incrementar los de la fósil. La meta es lograr que la energía limpia sea lo suficientemente barata como para convertirse en una opción viable para los países ricos y pobres. Hasta que eso ocurra, las emisiones seguirán aumentando y ningún esfuerzo para regular el carbono resultará.

¿Cómo podemos lograr eso? Hay que dejar de subsidiar la tecnología vieja que nunca competirá con los combustibles fósiles y crear incentivos para la innovación. Además, los gobiernos deberían comprar tecnologías de vanguardia para generar energía limpia, probarlas y después entregar los derechos de propiedad intelectual, para que otros puedan mejorarlas.

Al mismo tiempo, los países ricos no deberían negociar esta clase de acuerdos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde se estancan en el politiqueo con los más pequeños. Los grandes deberían trabajar a través del G-20 (el grupo de 20 mayores países industrializados y emergentes) y la Organización Mundial del Comercio, foros que, aunque imperfectos, se centran en asuntos económicos y comerciales.

Finalmente, hasta que la energía limpia se vuelva más barata, hay soluciones relativamente económicas que podemos adoptar para reducir las emisiones, tales como cerrar las plantas de carbón más ineficientes. También deberíamos reevaluar las ayudas vinculadas al clima para los países en desarrollo, centrándolas en mejores carreteras, viviendas, sistemas de alcantarillado y redes eléctricas.

Impulsar la innovación

Nuestro máximo objetivo sería lograr que la energía limpia sea radicalmente más barata y verdaderamente competitiva con los combustibles fósiles mediante la innovación. Los recortes de emisiones dejaron en un segundo plano la innovación en tecnología por tanto tiempo en parte debido al mito de que las fuentes de energía verde están listas (o casi) para sustituir a los combustibles fósiles. Pero eso no es así. Va a llevar mucha más innovación hacerlas competitivas desde el punto de vista de los costos. Y el impulso para eso debe venir de los gobiernos. Prácticamente toda la demanda de tecnología limpia resulta de los subsidios que los gobiernos conceden para que las empresas fabriquen tecnologías limpias y para que los consumidores las compren. Los gobiernos seguirán siendo los motores principales de la innovación en las tecnologías de energía limpia en el futuro a corto plazo; sin ese respaldo, estas tecnologías están lejos de ser competitivas frente a los combustibles fósiles.

Debido a que las autoridades no parecen comprender totalmente esta realidad, los países gastan al mismo tiempo poco y mucho en tecnología limpia: demasiado poco en investigación, desarrollo y demostración de nuevas alternativas, y demasiado en subsidiar la comercialización de tecnologías desfasadas. ¿Si las compañías de energía limpia pueden lucrarse generando tecnologías caras pero subsidiadas, por qué inventar algo mejor?

Proteger, pero compartir

Las inversiones nacionales en innovación no ocurrirán si están motivadas solamente por el deseo de cumplir con los objetivos de reducción de emisiones. Necesitan servir objetivos nacionales más inmediatos, tales como la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles o la obtención de una tajada del creciente mercado global de las energías verdes.

Los países tendrán que proteger, parcialmente, sus industrias de tecnologías limpias locales. Sin embargo, no deberían bloquear completamente a las empresas extranjeras de poder acceder a sus mercados de la energía limpia, o se arriesgan a depender demasiado de ideas y tecnologías propias. Eso es una mala apuesta. La innovación radical requiere la propagación —rápida— de ideas entre países y compañías.

De hecho, los gobiernos deberían hacer obligatorio el compartir la propiedad intelectual de las tecnologías de energía limpia. Las compañías que ganan licitaciones para producir la nueva generación de paneles solares y plantas nucleares al menor costo tendrían que compartir sus derechos de propiedad intelectual con los competidores y seguir avanzando rápidamente en el siguiente objetivo.

Resumiendo, la ventaja competitiva de las empresas no debería ser la propiedad intelectual de hoy sino la capacidad de crear rápida y repetidamente innovaciones para ganar contratos competitivos.

Olvidarse de la ONU

La ONU es el foro equivocado para tratar de ultimar los detalles de un acuerdo internacional sobre innovación energética. Es demasiado grande y hostil. Los países pequeños la utilizan como una plataforma para plantear reivindicaciones históricas contra los grandes y no se avanza nada.

El foco debería pasar a los relativamente pocos países que son responsables de la mayoría de las emisiones y que disponen de los recursos para hacer algo al respecto. La ONU tiene 192 miembros. Pero dos países, Estados Unidos y China, producen más de 40% de las emisiones del mundo. Si ampliamos el círculo a los países del G-20, en su conjunto representan 80% de las emisiones globales, así como 80% del comercio mundial, 85% del Producto Interno Bruto global y dos tercios de la población de todo el mundo.

Empezar por lo pequeño

Podrían pasar décadas antes de que la energía limpia se convierta en una opción barata para sustituir a los combustibles fósiles. ¿Qué pueden hacer los países mientras tanto?

Para empezar, los países ricos pueden ayudar a los más pobres a lidiar con otros factores que están contribuyendo al calentamiento global. El carbón negro —la combustión incompleta de combustibles baratos y sucios en lugares como India— acelera el calentamiento y podría reducirse sustituyendo viejos generadores de diésel y primitivas estufas a leña con alternativas más eficientes.

Estas medidas son económicas, al entregar más energía con menos combustible, y contribuyen a mejorar la salud pública, al disminuir las enfermedades respiratorias y las muertes por inhalación de humo tóxico. El metano, un potente gas de efecto invernadero, puede ser económicamente capturado en granjas lecheras y vertederos y quemado para generar energía.

EU podría contribuir cerrando las plantas más viejas e ineficientes de carbón, cambiándolas por gas natural o tecnologías de energías limpias. Durante los próximos 10 años, una estrategia similar podría reducir rápidamente los niveles de mercurio y elementos contaminantes que causan asma, así como recortar las emisiones de las plantas de carbón de EU hasta un 10%.

Ayudar a adaptarse

Por último, deberíamos cambiar inmediatamente la forma en que se distribuye la ayuda vinculada al clima a los países en desarrollo.

Primero, tenemos que dejar de hablar de esas ayudas en términos de cambio climático. Es imposible saber si las inundaciones, las sequías y los huracanes son consecuencia del cambio climático y es improbable que eso cambie a corto plazo. Tratar de diferenciar entre los desastres causados por el cambio climático y los "naturales" sólo persigue un objetivo político, no científico: justificar las "reparaciones" de países ricos a los pobres.

Las economías ricas deberían concentrarse en ayudar a las pequeñas con los problemas relacionados con los desastres naturales en general. La ayuda debería enfocarse en mejores carreteras, distribución de agua, sistemas de alcantarillado y vivienda, o sea una infraestructura que pueda resistir desde terremotos hasta huracanes.

El ámbito institucional adecuado para estos esfuerzos está en las agencias para el desarrollo internacional bien establecidas, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos, no la ONU. No son perfectas, pero estas instituciones tienen una mejor trayectoria de respaldo al desarrollo global, y han invertido colectivamente más de US$150,000 millones anuales en proyectos internacionales.

La mejor ruta para ayudar a los países a absorber desastres naturales es ampliar el acceso a la energía. Los combustibles fósiles siguen siendo demasiado caros para casi un tercio de la población mundial. Si se quiere acceso universal a la energía, debe haber un compromiso global para desarrollar alternativas.



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